El año 2025 marcará un punto de inflexión en la transición hacia un nuevo orden internacional, paradójicamente, en coincidencia con el 80.° aniversario del orden global plasmado en la Carta de las Naciones Unidas, con el decidido liderazgo de Estados Unidos.
La nueva administración en Washington ha transformado profundamente su concepción de las relaciones internacionales y la valoración de las herramientas de su política exterior como las alianzas, las normas, las instituciones, la asistencia al desarrollo y el comercio internacional.
Desafortunadamente, al igual que bienes públicos como el agua o los semáforos, su valor solamente se aprecia cuando faltan. Gracias a las reglas internacionales, individuos, empresas, científicos y países han podido planificar a largo plazo, beneficiándose de un marco de seguridad y previsibilidad que ha permitido el mayor progreso humano registrado en la historia. Cada regla internacional es una lección aprendida de la más cruda realidad de la historia de la humanidad.
Un mundo sin reglas
En lugar de un sistema basado en reglas, un mundo donde todo se negocia constantemente y no se entiende el valor de los intangibles como la estabilidad de las normas, nos llevaría a escenarios impredecibles. Por ejemplo, al desechar una de las principales fuentes de estabilidad mundial como lo es la prohibición de la amenaza y el uso de la fuerza, así como el respeto a la integridad territorial y la independencia política de los Estados (Art. 2.4 de la Carta de las Naciones Unidas), ¿qué impediría que Rusia, por ejemplo, argumentara su arrepentimiento por la venta de Alaska y la reclamara por razones de seguridad? ¿O que se cuestionara la legitimidad del asiento permanente en el Consejo de Seguridad de la ONU, otorgado en la Carta de ONU a la Unión Soviética y ahora ocupado por Rusia?
En un mundo sin reglas internacionales, actividades cotidianas como viajar, comprar o comunicarnos globalmente también se podrían ver seriamente afectadas. La conectividad y las cadenas de suministro globales dependen de acuerdos internacionales que regulan áreas como telecomunicaciones, correo, rutas marítimas y predicción climática. Además, esta crisis de cooperación internacional llega en un momento crítico, cuando la agenda global está llena de problemas transfronterizos que nos afectan a todos, como el cambio climático, las pandemias, las armas nucleares y otras amenazas existenciales para la humanidad.

Los países pequeños
La incertidumbre de un mundo sin reglas ni liderazgo plantea desafíos particularmente graves para los países medianos y pequeños, que deben repensar profundamente sus estrategias. Potencias medianas como Brasil, Indonesia, Sudáfrica, Nigeria e India y otras potencias regionales poseen un capital político significativo para moverse en nuevas dinámicas globales y quizás, buscar construir nuevos equilibrios.
Sin embargo, deben evitar ser herramientas en el juego de poder. En vez de apostar por un BRICS que alienta la agenda de Rusia y China para erosionar el dominio de Occidente, estas naciones pueden ser cautelosas. Porque, una vez logrado el debilitamiento de Occidente, ¿quién garantiza que emergerá un sistema más horizontal y democrático donde estas potencias medianas puedan participar activamente en la toma de decisiones?
En el caso de Costa Rica, la apuesta por la democracia desarmada no fue un salto al vacío. José Figueres y los constituyentes de 1949 comprendieron que Costa Rica podría recurrir, como lo ha hecho, a mecanismos continentales como el TIAR, el Consejo de Seguridad de la ONU o la Corte Internacional de Justicia. También apostamos por la seguridad de los acuerdos comerciales y por los mecanismos de protección de la OMC. Si la seguridad colectiva y la integración comercial con el mundo han sido pilares fundamentales de nuestra estrategia nacional, ¿Cómo definimos nuestra relación con este nuevo mundo que nace -o que retrocede–?
En este momento, Costa Rica se encuentra en una posición relativamente favorable para reflexionar, analizar los acontecimientos internacionales y plantear su nueva política exterior sobre una base sólida de estudio y observación.
No tiene grandes temas controversiales con Estados Unidos y, aunque históricamente ha carecido de ventajas estratégicas, ahora se logró posicionar en la agenda de competencia geopolítica en las cadenas globales de suministro de semiconductores, así reconocido por el propio Departamento de Estado. Esta posición le otorga una cierta estabilidad y tiempo para hacer su tarea.
En ese proceso, una fuente de análisis es la gestión de la presidenta de México, Claudia Sheinbaum, en sus negociaciones con Estados Unidos, que le ha valido el reconocimiento global, incluso marcando un modelo para otros líderes. Su enfoque ofrece varias lecciones valiosas para el país: primero, estudiar a fondo el terreno y los actores involucrados; prepararse construyendo opciones A, B y C, como ella misma ha señalado.
Además, es clave mantener la cabeza fría, evitar decisiones precipitadas y basarse en las realidades, no en especulaciones. Estar preparada para actuar cuando sea necesario, siempre fundamentada en un análisis cuidadoso, evitar las ocurrencias y balancear los intereses tangibles defendiendo también los relevantes intangibles como el respeto a la igualdad jurídica y a la soberanía.
En este contexto, Costa Rica debe gestionar su capital político con sagacidad. El país disfruta de una relativa seguridad en el actual panorama geopolítico, y podría considerar una movida estratégica como ser sede de una cumbre regional sobre temas fundamentales para el continente. Esta sería una oportunidad clave; el país debe actuar con sentido de oportunidad en el corto plazo, pero siempre teniendo una visión estratégica de largo plazo, basada en un sólido y pausado análisis geopolítico.
La más importante lección por tener presente es que la única constante en la historia de la humanidad es el cambio; todo está en constante transformación. El poder, los imperios, todo fluye y se reinventa. Frente a este dinamismo, lo esencial es estar preparados y hacer bien nuestra tarea.
Elayne Whyte Gómez es exvicecanciller y exembajadora ante la ONU, y profesora en la Universidad Johns Hopkins.