Isabel II, fallecida el 8 de setiembre, representa una serie de hitos para el derrotero histórico de su nación, que la colocan desde ya como una de las líderes políticas más importantes de los siglos XX y XXI.
Nuestro país estableció sus primeros vínculos oficiales con el Imperio británico en el siglo XVIII, y poco más de una centuria más tarde tendría incidencia directa entre la reina Isabel y Costa Rica, acontecimientos que fueron el resultado de una concatenación de hechos de la más diversa índole.
Apenas dos años después de la declaración de independencia, en 1821, Costa Rica comenzó a establecer nexos bilaterales con otras naciones del continente americano. En mayo de 1823 suscribió el primer tratado de su historia, lo cual se hizo con Nicaragua.
Con posterioridad, durante el primer gobierno del Dr. José María Castro Madriz (1847-1849), nuestra política exterior se abocó a firmar otros convenios, con especial énfasis en el Reino Unido, dirigido desde 1837 por la reina Victoria.
Tanto Castro como su canciller Joaquín B. Calvo Rosales nombraron en 1848 al médico guatemalteco, radicado en Costa Rica, Nazario Toledo nuestro representante ante la nación centroamericana para que, entre sus funciones, negociara la instauración de lazos diplomáticos con países europeos que tuvieran relación con Guatemala.
Toledo se comunicó con Frederick Chatfield, quien desde 1834 fungía como cónsul general del Reino Unido en Centroamérica por designación del entonces secretario de Relaciones Exteriores inglés lord Henry John Temple, vizconde de Palmerston.
Tras varias conversaciones e intercambio de propuestas, se firmó en Ciudad de Guatemala el convenio conocido como Tratado Toledo-Chatfield, el 28 de febrero de 1848, el cual se erigió en la primera norma de este tipo que nuestro territorio rubricó con una nación europea. Fue la antesala para que Chatfield se convirtiera en 1849 en el primer diplomático inglés en ejercer funciones ante las autoridades costarricenses.
Para reafirmar el nexo, el gobierno de Costa Rica nombró, en setiembre de 1848, al jurista e ingeniero guatemalteco Felipe F. Molina Bedoya nuestro primer ministro plenipotenciario ante el Reino Unido, además de concurrente ante la Santa Sede, Francia y España.
La elección se basó en el respeto intelectual que Molina había adquirido cuando radicó en Costa Rica, a partir de 1842, así como en la experiencia diplomática que poseía como nuestro comisionado en suelo nicaragüense.
Así, tras su llegada a Londres (diciembre de 1848), Molina se entrevistó con lord Palmerston y en enero de 1849 se presentó ante la reina Victoria, lo cual fue el preámbulo para la posterior firma en Costa Rica del Tratado Calvo-Chatfield, en noviembre de 1849, cuyo texto fue luego presentado por Molina ante Palmerston (febrero de 1850). Todo ello aconteció bajo el gobierno del nuevo presidente Juan Rafael Mora Porras, quien ratificó a Molina en todos sus cargos.
Para que nuestro país fuera conocido en Inglaterra, Molina publicó en la capital británica (1849) el libro A Brief Sketch of the Republic of Costa Rica, el primero sobre historia costarricense tanto a escala nacional como internacional. Fue traducido al francés y alemán en ese mismo año, así como al español en 1850 con el título de Bosquejo histórico de Costa Rica.
Casi un siglo después, el gobierno costarricense nombró a Ofelia Segreda ministra plenipotenciaria para el funeral del rey Jorge VI (febrero de 1952), así como al Dr. Roberto Jiménez, con ese mismo rango, para el acto de coronación de la reina Isabel II (junio de 1953).
Ambos países establecieron embajadas en octubre de 1956. El jurista Humberto Pacheco fungió como embajador de Costa Rica en Londres desde 1957 y Clarence N. Ezard en San José, en nombre del Reino Unido, relación que, tras 174 años, continúa siendo el vínculo diplomático más longevo de nuestro país con una nación europea.
El autor es profesor en la Facultad de Derecho de la UCR.