La relación entre crecimiento del producto interno bruto (PIB) y una mejora en la igualdad del ingreso no es tan automática como se ha creído: primero, hay que crecer para luego distribuir los frutos. En buena parte, este mito se ha sustentado en las ideas fundamentalistas del mercado, según las cuales es posible una eficiencia y más estabilidad en la que todo el mundo se beneficia del mayor crecimiento.
De acuerdo con esta concepción, la principal consigna de política económica debe ser “crecer a toda costa”, sin detenerse a mirar otros objetivos de desarrollo, como pobreza, desempleo y distribución, pues la mejora vendrá por añadidura. Es la teoría del goteo hacia abajo, hace tiempo desacreditada.
Si bien el crecimiento es necesario, no lo es todo en términos de bienestar social. En nuestro caso, en que el PIB real ha venido creciendo de manera robusta en alrededor de un 4,5 % en los últimos 30 años, el elevado coeficiente de desigualdad del ingreso pone en entredicho esa causalidad (Gini actual de 0,51 contra 0,28 como promedio de los países de la OCDE). Según evidencia de otros países, las desigualdades en el patrimonio y la riqueza suelen ser todavía mayores que las desigualdades en los ingresos.
A menor desigualdad mayor crecimiento económico. Joseph Stiglitz, premio nobel de economía quien recientemente visitó nuestro país, tiene una visión muy interesante que reversa la relación causal entre crecimiento y desigualdad. Sostiene que es posible (re)distribuir mejor el ingreso y luego esperar un aumento del crecimiento, lo cual crea un círculo virtuoso entre las dos dimensiones.
Como corolario, el incremento en la desigualdad reduce la eficiencia y la productividad, lo que debilita la economía. De ser correcta su propuesta, en nuestro caso cabría esperar que tarde o temprano se restrinja el PIB a un umbral de crecimiento por debajo de su potencial.
Aunque solo fuera por razones de justicia social y estabilidad democrática, es imperioso prestar atención a la desigualdad, pues no solo genera inestabilidad económica, sino también social y política que afectan la calidad de vida y socavan la democracia. Los más evidentes son pobreza, desempleo y salarios contenidos, baja escolaridad, desnutrición, enfermedad, inseguridad, delincuencia e insuficiente cohesión social.
Oportunidades y desigualdad. El declive en la igualdad de oportunidades para surgir en la vida suele ir de la mano de la creciente desigualdad. Pero cuando a los menos favorecidos por el crecimiento se les ofrecen oportunidades para ascender en la escala social a través de programas de alimentación, vivienda, educación y capacitación para el trabajo, se crean las condiciones necesarias para elevar la eficiencia y la productividad de los habitantes y, consecuentemente, el nivel del PIB.
Mejoramiento de la distribución del ingreso. Las fuerzas del mercado son determinantes en el grado de desigualdad de ingresos que tiene un país (distribución primaria entre los factores capital y trabajo). De ahí que los gobiernos deben estar atentos a enmendar los fallos de los mercados para hacer que la economía y la sociedad prosperen.
Las políticas gubernamentales de asignación de transferencias y mejoras en los gastos en los programas ya mencionados son relevantes. Del lado de los ingresos, el asunto es técnicamente sencillo: el gobierno tiene la potestad de trasladar recursos de los estratos superiores a los medios e inferiores, tarea que afrontamos actualmente en medio de las discusiones para solucionar la problemática fiscal.
El asunto es cómo hacer descansar el sistema impositivo menos en las clases de ingreso medio y bajo (que dependen de su trabajo) y más en las que poseen otras fuentes como los ingresos de capital por rentas y plusvalías de activos financieros y bienes inmuebles. Según la evidencia de los países que pertenecen a la OCDE, la fiscalidad más progresiva produce menor desigualdad en el ingreso y la riqueza.
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Por ética y eficiencia económica deberían ser eliminados los monopolios estatales y privados que subsisten gracias a las rentas que obtienen de quienes consumen sus servicios, que resultan más caros que los ofrecidos en mercados competitivos. Esto constituye un ejemplo típico de transferencias de riqueza que ayuda a los estratos de menos recursos y, consecuentemente, a la distribución del ingreso.
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El autor es economista.