Las caídas figuran como uno de los accidentes más frecuentes en el territorio nacional y, lamentablemente, producen una gran afectación a los servicios de salud, la sociedad, las familias y a sus víctimas.
Solo el año pasado, de acuerdo con información emanada del área de Estadísticas de la Salud de la Caja Costarricense de Seguro Social (CCSS), se dieron 9.300 atenciones en los servicios de urgencias y 8.594 hospitalizaciones por esta causa. Esto quiere decir que, en promedio, cada hora los centros hospitalarios de la Caja atendieron a dos personas por este tipo de accidentes.
Esos números no deben ni pueden pasar inadvertidos, y más bien deben mover a la acción a todos los que intervienen en su prevención. Se trata de un tema que no solo atañe al sistema sanitario, sino que involucra a una multitud de actores sociales y gran cantidad de escenarios.
Vamos por partes. Entremos en nuestros hogares y veamos las trampas y los obstáculos que nos encontramos: gradas, irregularidades y barreras arquitectónicas; baños con superficies resbaladizas, sin barandas y sin elementos antideslizantes; estancias mal iluminadas, alfombras…
Suma también la falta de cuidado que tenemos cuando nos subimos a una escalera, a una silla o a un banco sin tomar las previsiones del caso. Una caída ocurre en un segundo y puede provocar lesiones capaces de llevarse a una persona a la tumba.
Da congoja observar a diferentes personas con zapatos inadecuados e inseguros, como chancletas y pantuflas, lo que facilita y propicia los resbalones.
Sigamos adelante y vámonos a la calle. A pesar de que algunos profesionales insisten en la importancia de caminar 30 minutos diarios para mantener la salud cardiovascular, hacerlo en las calles de muchos barrios es un atentado debido a las condiciones en las que se encuentran las aceras y a la imprudencia de cientos de conductores de todo tipo de vehículos.
En las aceras encontramos de todo: partes de cemento levantadas, raíces de árboles, huecos, restos de postes de señales de tránsito mal puestas, basura, falta de continuidad y de rampas, alcantarillas sin tapa, superficies resbalosas debido a la lluvia, motos y vehículos parqueados y un largo etcétera.
Si bien reconozco que mantener las aceras en buen estado es una responsabilidad de cada propietario, las municipalidades deberían preocuparse y ocuparse de exigir que esto se cumpla. En muchos caseríos, estas dan vergüenza, y ni hablemos de las que hay en el centro de la capital.
Es muy doloroso que los más afectados por las caídas sean quienes superan los 65 años. Según datos de la CCSS, en el 2024, del total de caídas registradas, 3.871 ocurrieron en personas mayores y ameritaron hospitalización, y 3.514 condujeron a sus víctimas –de este grupo etario– a un servicio de urgencias.
Pero también la responsabilidad debe recaer en las Asociaciones de Desarrollo Comunal, que deberían preocuparse y ocuparse por desarrollar proyectos tendientes al mejoramiento de las aceras comunales para reducir el riesgo de caídas.
Sabemos, por ejemplo, que las fracturas de cadera son una de las lesiones más frecuentes que se producen en una persona adulta mayor luego de una caída, y sus consecuencias pueden ser muy serias: encamamiento, temor de seguir caminando, depresión y hasta la muerte.
Manos a la obra. Hagamos una cruzada para la eliminación de barreras en nuestros hogares y el mejoramiento de las aceras de los diferentes barrios y, con ello, podríamos abordar varios problemas a la vez: promocionar las caminatas seguras por nuestros vecindarios, embellecer el entorno y reducir el riesgo de caídas que tantas secuelas pueden dejarnos.
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María Isabel Solís Ramírez es periodista y salubrista.