El producto interno bruto (PIB), definido como el total del valor de los bienes y servicios producidos por una economía durante un año, no depende solamente de aspectos como los recursos naturales, la infraestructura o el capital financiero.
De hecho, ninguna de las anteriores dimensiones supera en importancia al factor número uno de todos para explicar el desarrollo económico de una nación: las capacidades de las personas que la habitan.
El crecimiento económico a largo plazo del producto interno bruto (PIB) de un país está fuertemente determinado por las habilidades de su población. Se estima que, aproximadamente, un 75 % de la variación en el crecimiento del PIB per cápita de una sociedad puede explicarse por los resultados de las evaluaciones internacionales en habilidades cognitivas, matemáticas y científicas de sus estudiantes.
El valor agregado de los bienes y servicios que se producen depende ampliamente del conocimiento. Los países que obtienen mayores ganancias no son los que producen materias primas, sino los que las transforman y les agregan valor con sus conocimientos. El conocimiento es costoso e implica grandes inversiones de tiempo y recursos, y es particularmente crítico para las economías en desarrollo, como en el caso de Costa Rica.
Estas diferencias entre países también son notorias entre individuos. Cuando se invierte en programas de educación preescolar de calidad y se compara entre niños que los recibieron con respecto a sus pares que no, y se analiza cuando ambos grupos son ya adultos, se estima que la diferencia de ingresos entre el primer grupo y el segundo es de un 25 % a favor del primero.
Aunque Costa Rica invierte porcentualmente más que sus vecinos en educación, el monto por estudiante es mucho menor que el promedio de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), debido a que el PIB per cápita costarricense es significativamente menor que el de la OCDE, razón por la cual la cantidad de dinero por estudiante ofrece un mejor comparativo que la proporción del PIB.
Por ejemplo, mientras Costa Rica invirtió en el 2019 $5.399 por estudiante en primaria y secundaria, en Chile el monto ascendió a $6.639, y el promedio de la OCDE era $10.316, es decir, casi duplica el gasto por estudiante en Costa Rica.
Cerca de una tercera parte de los menores de edad viven en situación de pobreza, lo cual compromete seriamente el cumplimiento de sus derechos y afecta su desarrollo integral a largo plazo de forma grave, tal como lo sugiere evidencia científica reciente.
De acuerdo con datos de la OCDE, la situación socioeconómica explica el 16 % de la varianza en el rendimiento en lectura, mientras el promedio de la OCDE es del 12 %. En palabras simples, el impacto de las desigualdades socioeconómicas en el rendimiento académico en lectura es cuatro puntos mayor en Costa Rica que en toda la zona OCDE.
Nacer en pobreza tiene un gran impacto en el desarrollo cognitivo posterior del niño. Sin embargo, un solo episodio de pobreza, incluso si es precedido y seguido por estados sin pobreza, también deja una huella significativa en los puntajes en las pruebas cognitivas.
Para los niños que están persistentemente en pobreza durante sus primeros años, sus puntajes en pruebas de desarrollo cognitivo a los 7 años son significativamente más bajos que los que nunca experimentaron la pobreza. Esto es crucial, porque el desempeño global de un sistema educativo está fuertemente influido por sus niveles de equidad e inclusión, algo que requiere una robusta inversión en programas de asistencia, protección y apoyo socioeconómico y psicosocial, en conjunto con programas académicos de óptima calidad.
En pocas palabras, la inversión en educación se paga a sí misma y los recortes en educación se terminarán pagando demasiado caro, especialmente por los niños más pobres.
Pablo Chaverri Chaves es académico del Instituto de Estudios Interdisciplinarios de la Niñez y la Adolescencia (Ineina) y el Centro de Investigación y Docencia en Educación (CIDE) de la Universidad Nacional.