En los estudios académicos sobre la transición democrática, se ha manejado mucho la tesis de que un proceso democrático entra en la fase de consolidación cuando se produce el recambio. No son las primeras elecciones las que confirman el estatus democrático de una sociedad, sino aquellas en las que los perdedores entregan el poder pacíficamente a los adversarios en la contienda electoral. Sin sobresaltos.
Esta tesis, revisada en época de recesión democrática, sigue siendo pertinente no obstante las regresiones que se observan en sociedades democráticamente maduras. Pero lo es más cuando se aplica a los cambios sociales, a las mutaciones culturales, mentales y psicológicas que vienen desde abajo, donde el habitante súbdito se transforma en habitante ciudadano.
En este sentido, las recientes protestas en Cuba constituyen la entrada de la sociedad cubana al proceso de consolidación de lo que llamo ciudadanía fuerte. A través de varios recambios.
De 1994 (el maleconazo) al 2002 (el Proyecto Varela) van ocho años; del 2005, cuando comienza la recuperación psicológica de la sociedad cubana después de la dura represión del 2003, al 2018, la eclosión del Movimiento San Isidro, van 13 años; del 2018 al 2021 (manifestaciones de julio) corren tres años; y del 2021 al 2024 van otros tres.
La nota distintiva de todos estos recambios es la del aprendizaje intergeneracional en un punto clave: la naturaleza del vínculo entre la sociedad y el Estado.
Esta lección definitiva ha sido aprendida y aprehendida en el último recambio (2021-2024), en el que la sociedad cubana acaba de asumir y de incorporar que la ciudadanía ocupa un lugar distinto del Estado, frente al Estado.
Si después de la represión de las manifestaciones del 2021 el gobierno trató de cerrar el abismo abierto entre él y el pueblo cubano, reafirmando con violencia su papel de padre representativo, las protestas, nada más y nada menos que en el oriente del país, muestran con claridad cristalina que la ciudadanía cubana, en sus sentidos cívico y político, llegó para quedarse.
Varios elementos merecen destacarse. Primero, su localización. El oriente de Cuba se suponía revolucionariamente conservador. Santiago de Cuba, particularmente, se considera como la cuna de la revolución del 59.
De hecho, en julio del 2021, el suceso más destacado en la segunda ciudad de Cuba por importancia fue la detención del líder prodemocrático José Daniel Ferrer. En el 2024, Santiago de Cuba se une a la fuerte ola en las demandas de democratización.
Segundo elemento, el rápido contagio. Todo el oriente del país, no en todo el oriente, despertó a la protesta en la estela de Santiago de Cuba. El Cobre, en el mismo Santiago de Cuba; Bayamo y Jigauní, en la provincia Granma: Cacocún, en Holguín, que en realidad precede a Santiago de Cuba en esta ola de protestas.
Luego, su rápida extensión al centro y parte del occidente del país.
Tercero, el colapso del país. Las demandas prebásicas de estas protestas reflejan la condición fallida del Estado, incapaz de satisfacer las condiciones mínimas sobre las que sustentar la gobernanza.
Cuarto, quiebra de la comunicación entre el gobierno y la gente. El Estado sigue el canal de la ideologización impositiva, donde la ciudadanía solo entiende de necesidades y demandas mundanas concretas acumuladas.
Quinto, normalización social de la protesta. Ya todo el país incorpora que la presión en la calle, legalmente reconocida, pero por fuera de las instituciones centrales del gobierno, es el medio más eficaz para conseguir la satisfacción de sus demandas.
Sexto, deslegitimación política de la violencia. De parte de la sociedad, que desborda su miedo y el duro Código Penal cubano, y de parte del mismo Estado, que va entendiendo que la represión violenta de protestas pacíficas, el tipo de violencia específica de los totalitarismos, no produce rédito alguno en sus diversas pretensiones.
Sétimo, vacío del relato. Cuando los demandantes cantan “no más muela” (no más discursos vacíos), el gobierno pierde su antigua capacidad para la justificación, la explicación y la esperanza.
Octavo, deslegitimación democrática del gobierno. En varias de estas manifestaciones se pedía el cambio de régimen político y, en una de ellas, se recordó a las autoridades presentes que nadie las había elegido.
Noveno, y por supuesto no el último destacable, pérdida total de la opción para liderar a la sociedad cubana y sus alternativas de futuro. Como siempre, ahora en su hora más crítica, el gobierno transfiere sus responsabilidades a los Estados Unidos y al terreno de la irrealidad influyente del exilio cubano. Esto se llama contraliderazgo.
Lo más importante, en el terreno de las izquierdas y del espacio latinoamericano, Cuba se latinoamericaniza en dos direcciones fundamentales: en el de las desigualdades y en el de la incorporación de la protesta como herramienta de democratización.
Latinoamérica debería escuchar a la ciudadanía cubana. Ya llegamos.
Manuel Cuesta Morúa es historiador, Premio Ion Ratiu 2016 y colaborador del Diálogo Latino Cubano de Cadal (www.cadal.org).