La historia moderna está plagada de hechos que revelan el conflicto entre los científicos y los déspotas, pero la pugna debida a opiniones y hallazgos se remonta a los tiempos de Galileo y Giordano Bruno.
Muchos científicos cumplen el principio cuáquero de “decir la verdad al poder” (speak truth to power), lo cual es muy riesgoso cuando un déspota ostenta el poder absoluto.
En la versión moderna, el déspota —de derecha o izquierda— controla los tres poderes del Estado, los militares y el proceso de reelección para perpetuarse.
Hace tres años denuncié (La Nación, 13/3/2019) la creciente amenaza del régimen de Daniel Ortega en Nicaragua, que había forzado al exilio a la presidenta de la Academia de Ciencias de Nicaragua (ACN), Dra. María Luisa Acosta, con amenazas y persecución, tras opiniones brindadas sobre el canal interoceánico que el régimen pretendía construir en el río San Juan y el lago de Nicaragua, junto con un inversionista privado chino.
La ACN dijo al gobierno que aquello implicaba una fuerte remodelación de la laguna y, a consecuencia de ello, la destrucción del ecosistema, por la sencilla razón de que el lago es muy somero y se requeriría dragar profundamente (20-30 metros) para la navegación de buques de gran calado. Su consejo fue no construirlo.
Luego vino la persecución de estudiantes en el 2018. Cuando la ACN reprochó al gobierno el despido de médicos que atendían a jóvenes heridos, considerados enemigos del régimen, aumentó la confrontación.
Otras academias se quejaron, así como la Red Internacional de Derechos Humanos de las Academias de Ciencias, que reúne a más de 50 academias del mundo en defensa de científicos, académicos y médicos perseguidos a causa de sus descubrimientos o labores y opiniones no violentas.
Hace unos días, la ACN recibió otro golpe directo al perder la personería jurídica por decisión de la Asamblea Nacional orteguista, de un plumazo, junto con la Academia de la Lengua y muchas ONG.
Lo que sigue es que el régimen de Ortega intente establecer sus propias academias y busque entre sus acólitos algunos científicos y filólogos creíbles.
La Academia Nacional de Ciencias de Costa Rica (ANC) solicitó el 19 de mayo a la Asamblea Nacional de Nicaragua derogar el acuerdo y devolver la personería jurídica de la ACN, cuyos miembros son los científicos, académicos y tecnólogos más distinguidos y reconocidos por sus trabajos publicados y otras contribuciones hechas desde hace muchos años.
La ACN pertenece a la Red Interamericana de Academias de Ciencias (Ianas, por sus siglas en inglés) y participa activamente como invitada en actividades científicas auspiciadas por la nuestra en San José.
Aunque un régimen autoritario quiera borrar del mapa la lista de sus científicos más distinguidos no puede, porque el mundo de las ciencias los conoce por nombre.
Es lamentable que el régimen se cierre aún más con el paso de los años y suprima toda disidencia. Ocurrió con algunos déspotas notables, a lo largo de la historia, que antes de su caída final terminaron incluso peleados con sus propios amigos de antaño.
Las academias de ciencias comparten la misión de aconsejar a los gobiernos sobre los avances de la ciencia y su impacto, y promover el uso y creación de tecnologías apropiadas.
La ANC recibe varias consultas cada año del Legislativo, Ejecutivo y Judicial, y ni remotamente acecha la amenaza de que alguna de estas opiniones —por cierto, no vinculantes— vaya a desencadenar persecuciones y venganzas de alguna rama del Estado costarricense.
Esto es felizmente risible en nuestro país, pero no en nuestro vecino del norte.
Tristemente, los científicos y académicos nicaragüenses enfrentan temor de “hacer olas” por riesgo de persecución y encarcelamiento.
Es difícil entender cómo nuestros hermanos nicaragüenses fueron arrastrados a este despotismo tan crudo, en pleno siglo XXI. Resulta que “no se puede decir la verdad al poder, si al poder no le interesa la verdad”.
El autor es biólogo.