En El siglo de Augusto, de Pierre Grimal, un joven emperador pone especial empeño en embellecer urbanísticamente la Roma imperial; sueño inspirado y comenzado décadas antes por el dictador y padre adoptivo de Octavio, Julio César.
A principios del siglo I a. C., los romanos construyeron obras lujosas y gran infraestructura, pero también se propusieron la creación y promoción de instituciones artísticas. En aquella época, la pintura, el teatro, la escultura y el registro escrito de la memoria histórica de aquel pueblo fueron costeados por el Estado y por ricos mecenas privados.
Cabe destacar que, según Grimal, aunque una de las grandes preocupaciones de Augusto fue evitar a toda costa el lujo privado, pues su deseo personal era permanecer fiel al viejo ideal estoico de simplicidad y mesura, el emperador solía decir con cierta inmodestia: “Encontré Roma en ladrillos, la dejo edificada en mármol”.
Confieso que esa sentencia agustina me produce cierto desasosiego, porque considero que la noble dicotomía ética de Augusto es digna de analizar. Por un lado, procurarse una vida privada de gustos moderados basados en el estudio y la reflexión de las ideas morales de los sabios de la antigüedad, pero al mismo tiempo pensaba dejar un legado que material y artísticamente sobreviviera a su gestor.
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Ese, creo yo, debería ser el ideal de cualquiera que aspire a convertirse en el director de orquesta del gobierno de una nación, de una empresa o institución, en fin, de una comunidad de seres humanos.
Esto me conduce a mirar con recelo la actual campaña electoral. Observo la propaganda de los distintos candidatos y encuentro, en casi todos, un añejo decálogo de refranes politiqueros que invitan más a retorcer emociones a flor de piel que al análisis de propuestas para intentar sortear posibles escenarios oscuros del porvenir.
Es cierto que el tiempo del votante no es el mismo que el del legislador: la urgencia del primero podría hacer trastabillar al segundo, si este torpemente se esmera solamente en complacer las demandas inmediatas del elector.
Así, el candidato a la presidencia debería tener muy claro que los asuntos de vital importancia para la nación entera no pueden atacarse únicamente desde la perspectiva de las demandas del presente.
Aunque hay muchas cuestiones ausentes en las agendas de los aspirantes, tales como la promoción cultural o el problema de las pensiones, es muy llamativo que no incluyeran nada sobre el desastre de la educación pública, la cual viaja a la deriva, dando tumbos como un náufrago que morirá mucho antes de llegar a la orilla.
Hoy se plantea la necesidad de evaluar a maestros y profesores mediante una prueba de idoneidad, acción que aplaudo, pues está más que probado que los encargados inmediatos del acompañamiento y formación de los estudiantes deben ser los mejor calificados, dado que llevar a cabo esa tarea no debe andar por libre, ni quedar en manos de inescrupulosos cuyo fin es un empleo al cual consideran de “fácil ejecución” y bien remunerado.
Si miramos detenidamente el asunto, el docente es prácticamente el último eslabón de la cadena educativa. Por encima de él, hay toda una legión de funcionarios administrativos a los cuales no se les hace prueba de idoneidad para el puesto, y logran ascensos a partir de la simple veteranía o de la acumulación de títulos académicos que sobrepasan, en cantidad, los requerimientos exigidos a los postulantes de la NASA.
Como en río revuelto la ganancia puede ser de vividores, también hay quienes alcanzan los puestos de mayor jerarquía porque guardan cercanas relaciones de amistad con los dirigentes políticos de turno.
Debemos, por tanto, tener presente que, de no atender urgentemente la decadente situación educativa, con gallardía y planificación del futuro que queremos —partiendo de una limpia noción de la meritocracia educativa—, privaremos a las nuevas generaciones de una Costa Rica construida sobre sólidas y preciadas bases de mármol. Por el contrario, les dejaremos una nación de ladrillos. O, ¡peor aún!, de adobe.
barrientos_francisco@hotmail.com
El autor es profesor de Matemáticas.
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