No señor periodista ( La Nación, 10/4/16), lo de niños y niñas no es una majadería o necedad. Lo que resulta una impertinencia o un “dicho fuera de propósito” es que usted lo califique de tal. Porque ¿cuál es en realidad el propósito de su artículo?
Permítame decirle que como lectora me quedé esperando un análisis serio de las razones por las que usted considera que llamar a los niños “niños” y a las niñas “niñas” es una majadería.
En su artículo, usted intenta relacionar lo que desde su perspectiva considera una “majadería”, con diversas manifestaciones de nuestra cultura o de nuestro diario vivir. Se refiere al otrora “pueblo educado” que fuimos, a la vertiginosa caída de la calidad en la televisión nacional colmada cada vez más de “superficialidad” y de “frivolidad”, de errores gramaticales y ortográficos que se reflejan en la mala pronunciación y acentuación de las palabras; pasa luego a lo que considera “el grave problema” de la “invasión del inglés en nuestro idioma”, todo lo cual es profusamente justificado con lo que para usted son ejemplos claros y pertinentes.
En las dos últimas columnas, aparece un texto destacado cuya lectura nos enfrenta a un: “Desgraciadamente, el nivel cultural de los costarricenses ha bajado hasta casi tocar fondo”.
Inmediatamente después se refiere en unas breves líneas al “colmo de males”, pues “ahora en varios círculos se confunde el sexo con el género”.
Importancia de las ciencias. No podríamos en este corto espacio entrar a discutir sobre la importancia que para ambos sexos ha significado el desarrollo de las ciencias sociales y, específicamente, el de la psicología y el psicoanálisis.
Tampoco sería posible comentar en pocas palabras lo que para la humanidad ha representado el estudio, análisis y reflexión sobre la teoría de género, pero sí podemos simplemente ahondar en sus propios ejemplos para afirmar nuestra propuesta.
Me refiero al primero de ellos, dado por su amigo Fernando Díez Lozada, “el perro es el mejor amigo del hombre”, que, como usted bien apunta, es un dicho y como tal, de la misma manera que proverbios, sentencias, refranes y otros de índole parecida, están dotados de una connotación en la que la “función bigenérica del masculino” se impone por tradición.
Por razones obvias, deduzco, el señor Díez no hace alusión al cambio que ha sufrido la tradición en cuanto a lenguaje sexista se refiere y no apunta, por consiguiente, que hoy día y estando él en vida, se designa “perra” a la mujer a la que se desea ofender en particular y al deportista, generalmente de sexo masculino, que comete una falta en el campo del deporte.
Utilización del lenguaje. En segundo lugar, ilustra usted “el colmo de males” haciendo referencia a la distinguida filóloga Estrella Cartín para quien “el lenguaje hay que respetarlo, amarlo y cuidarlo” y cuya opinión es la de que con el lenguaje inclusivo “no se mejora el estado de la mujer, sino que se empeora la lengua”.
Mucho tendrá que decir, creo, nuestra estudiosa y respetada Estrellita en relación con los cambios sufridos en los últimos tiempos en el seno de la Real Academia de la Lengua Española, pues no me la imagino incorporando a su exquisito uso que “hubieron fiestas en Palmares” y que el “mae” le contó que estuvieron “superchivas”.
Cuestión de grados de alfabetización y de escogencia de registros, de códigos y de ámbitos de utilización de lenguajes y de lenguas, creo yo.
Lo que no se puede medir por grados ni está sujeto a escogencia de terceros es la especificidad del individuo, ni siquiera la de quienes deciden, con apoyo de la ciencia, cambiar de sexo; o la de quienes, conservando el sexo de nacimiento, deciden construir sus vidas dentro de lo convenido socialmente para el género opuesto.
Influencia de los cambios. Así las cosas, cambios ocurridos a lo largo de la historia de la humanidad desde todos los tiempos han influido e influirán siempre en las modificaciones de la conducta humana; en sus costumbres, tradiciones, creencias, mitos y supersticiones.
Las lenguas obviamente no escapan a esos cambios, aun cuando no estemos de acuerdo con ellos. Prueba fehaciente es lo consignado por el papa Francisco en medio de una institución del arraigo y de la tradición de la Iglesia católica, para quien “la conciencia, no las normas, debe guiar a católicos”. Nótese, por lo demás, que inteligentemente omite el artículo ( La Nación, 9/4/16).
En fin, podríamos aludir a la idea de que en un mundo en que casi todo se mueve en términos de economía, hablar de los niños y de las niñas extiende el sujeto, es cierto; pero si de economía de palabras se trata, ¿no deberíamos preocuparnos hondamente de la que se hace en la actualidad en los diversos medios que nos procura la tecnología?
Y si de belleza de la lengua se tratara, ¿no es cierto que el ideal de “lo bello” clásico e incluso hegeliano ha variado enormemente su significación?
Bien lo dijo la reconocida investigadora francesa Elisabeth Badinter hace más de veinte años: “La igualdad entre hombres y mujeres pone fin al modelo milenario de la complementariedad y más que una revolución de las costumbres –léase tradición– se trata de una mutación, de un cuestionamiento de nuestra identidad, para lo cual muchos no están listos todavía”.
La autora es docente universitaria.