El gas natural no es una tecnología de transición, sino una regresión. Si los gobiernos latinoamericanos y caribeños quieren alcanzar las metas del Acuerdo de París, no es viable encaminarse a depender de los ingresos derivados de la extracción de gas, como se concluye al leer los reportes publicados este año sobre la materia.
Los reportes recalcan que acelerar las inversiones para incrementar la capacidad de las plantas existentes y agregar nuevas operaciones contribuirá a subir las temperaturas mundiales, con consecuencias letales para nuestra región, una de las más vulnerables del planeta. Los documentos prueban de manera cuantitativa que si los mismos fondos para inversión en gas natural se utilizan en el desarrollo de energías renovables se obtendrían mejores resultados económicos.
Esto deja en evidencia que el argumento según el cual la explotación de gas natural nos permitiría recuperarnos más rápido de las consecuencias graves de la pandemia es falso.
El liderazgo de Costa Rica en el desarrollo de energías renovables y contra la explotación de combustibles fósiles favorece nuestra imagen de país verde, facilita un espacio para ser escuchados —no obstante nuestro tamaño— y atrae ingresos en turismo e inversión extranjera directa para diferentes proyectos.
Para mi sorpresa y tristeza, el viernes 4 de noviembre en la tarde, recibí un correo de un colega de mi trabajo en la Unión Europea, titulado “Costa Rica se aleja de la coalición que lidera la eliminación del petróleo y el gas” (Beyond Oil and Gas Alliance o BOGA, por sus siglas en inglés).
Incrédulos, nos preguntamos la razón por la cual Costa Rica decidió retirarse de esta posición, a escasos días del comienzo de la conferencia climática más grande del mundo, la COP27.
Las declaraciones del gobierno son ambiguas, pues afirma que el país tiene más que enseñar al mundo que la prohibición de la exploración del gas natural y petróleo. Sin embargo, gran parte de la admiración internacional por Costa Rica radica precisamente en el liderazgo medioambiental y, específicamente, en nuestra capacidad de sostener una matriz energética un 98% renovable. Esta decisión abrupta, así como la poca claridad con que se justifica, erosiona nuestra imagen de país serio y nos costará cuando queramos asumir otros liderazgos.
Se puede decir que tenemos mucho más que aportar al mundo que políticas energéticas exitosas, como por ejemplo nuestro compromiso con la protección de la biodiversidad y los océanos y nuestros programas de reforestación, asuntos incluidos en la agenda que lleva nuestra delegación a la COP27.
Tales acciones, no obstante, deberían ser complementarias, no incompatibles con estar a la cabeza de una iniciativa tan trascendental como la BOGA, impulsada por la misma Costa Rica y acuerpada por Dinamarca con la participación de otras regiones del mundo.
Como un hub de inversión sostenible, Costa Rica podría tomar la delantera dentro de la coalición para incentivar la transición energética en América Latina y el Caribe. Tomando como base los estudios publicados este año, entre estos uno del Banco Interamericano de Desarrollo (BID) y otro del Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente, hay suficiente evidencia de que la estrategia que hemos tomado hasta el momento, de no considerar la exploración de petróleo y gas natural como estrategia económica, es la indicada. El país tiene potencial para posicionarse como adalid y convertir estos esfuerzos en conocimiento compartido con otros gobiernos que buscan concretar la transición.
Como ciudadana costarricense, las explicaciones del gobierno sobre su posición cambiante en lo referente a la exploración de otras fuentes energéticas son, en el mejor de casos, vagas y elusivas. El mundo entero tiene los ojos puestos en Costa Rica y, por consiguiente, nuestra responsabilidad es llevar ese manto de liderazgo con transparencia, claridad y compromiso.
Si bien es cierto que en los últimos años hemos sufrido los efectos derivados de la situación macroeconómica mundial y problemas internos, también lo es que hemos hecho varias cosas bien. Merecemos políticas económicas, energéticas y climáticas responsables con nuestro futuro, que creen oportunidades de crecimiento y bienestar para las generaciones venideras.
La autora es economista.