WASHINGTON, D.C. –En palabras de David Miliband, exsecretario de asuntos exteriores de Gran Bretaña y actual presidente del Comité Internacional de Rescate, el desastre en Siria alcanzó “proporciones casi bíblicas”. El Observatorio Sirio de Derechos Humanos calcula que, en los últimos cuatro años, casi 250.000 personas (entre ellas, más de 100.000 civiles) han muerto en forma violenta; muchas, asesinadas horrendamente por su propio gobierno. Las Naciones Unidas calculan que más de la mitad de los 22 millones de ciudadanos del país dejaron sus hogares, algo que el mundo no veía desde la Segunda Guerra Mundial. La ola creciente de enfermedad, hambre, miseria y analfabetismo (más de la mitad de los niños refugiados no asisten a la escuela) afectará de por vida a toda una generación.
Por suerte, los círculos de la política exterior estadounidense por fin parecen decididos a hacer algo para proteger al pueblo sirio. Generales, diplomáticos, funcionarios de seguridad nacional y expertos en desarrollo van camino de consensuar la adopción de una “zona segura de exclusión aérea” a lo largo de una de las fronteras de Siria.
El gobierno de Turquía ya había propuesto una medida de este tipo, a la que denominó “zona de protección”, hace cuatro años, pero las autoridades turcas nunca mostraron voluntad de convertir sus palabras en hechos (ni tampoco se las alentó en modo alguno a hacerlo). Incluso, Estados Unidos y la mayoría de los países de la OTAN se opusieron firmemente a la idea hasta hace poco.
Pero hubo un cambio de actitud, motivado por cuatro factores. En primer lugar, una crisis de migraciones en el sur de Europa: amenaza más difusa, pero no menos peligrosa que la invasión rusa de Ucrania. Según la Organización Internacional para las Migraciones, entre enero y julio de este año llegaron a las costas europeas unos 150.000 migrantes, el doble que en idéntico período del 2014.
Aun así, las noticias de portada con barcos hundidos y niños ahogados son solo el comienzo. Se calcula que unos 30.000 migrantes cruzan la frontera serbia con dirección a Hungría cada mes, lo que incitó al gobierno húngaro de derecha a iniciar la construcción de una valla de 180 kilómetros para detenerlos. Y solo en julio, casi 50.000 migrantes entraron a la Unión Europea por Grecia.
Aunque Siria no es el único país detrás de esta crisis de refugiados, es el que más contribuye a ella. Según la Agencia de las Naciones Unidas para los Refugiados (Acnur), el 34% de las 137.000 personas que llegaron a la UE entre el 1.° de enero y el 29 de junio procedían de Siria, mientras que el segundo lugar de origen, Afganistán, representó el 12%. Otros aportantes notables incluyen Eritrea (12%), Somalia (5%) e Irak (3%). De modo que hay casi tres sirios por cada miembro del segundo grupo, y esta proporción se repite entre los solicitantes de asilo en Europa. Con más de diez millones de sirios desplazados, esta tendencia no se detendrá a menos que se haga algo para asegurar que puedan vivir en forma segura en su propio país.
El segundo factor detrás del cambio de actitud en Estados Unidos es haber entendido que la presencia de un nuevo gobierno en Siria es esencial para derrotar (o contener siquiera) al Estado Islámico, un grupo que no es la única fuerza violenta y destructiva en el país, ya que el presidente sirio Bashar Al Assad (a quien los insurgentes están decididos a derrocar) es también un asesino a gran escala y criminal de guerra.
Según el Centro de Documentación de Violaciones, este año la principal causa de muerte de civiles sirios fue el uso indiscriminado de armas aéreas (por ejemplo, bombas de barril y gas de cloro, lanzados desde helicópteros del Ejército sirio). Para muchos grupos rebeldes sirios, Assad es la mayor amenaza, de modo que poner fin a su régimen es una condición indispensable para poder luego concentrar esfuerzos en derrotar al Estado Islámico.
En tercer lugar, el acuerdo nuclear con Irán (a pesar de las críticas que sigue recibiendo en este país y en Estados Unidos) siembra esperanzas de que Teherán tenga una actuación importante en la búsqueda de una solución política en Siria. Además del rechazo interno que genera su política de suministrar armas y combatientes para apoyar a Assad, los líderes iraníes también saben que mientras el Estado Islámico controle amplias franjas del territorio sirio, limitarse a combatirlo en Irak será, en el mejor de los casos, una solución a medias.
Por último, los pensadores más previsores comprenden que una generación que crezca marginada y resentida en campos de refugiados (como ya lo han hecho varias generaciones de palestinos) será un semillero de extremistas, sin nada que perder, deseosos de vengar la expulsión de sus padres de una tierra cada vez más idealizada con el correr del tiempo. Vista así, la actual crisis humanitaria es una crisis estratégica a futuro.
En conjunto, estos factores están forzando un cambio de rumbo en Estados Unidos y Europa. Y no solo la mirada occidental está cambiando. Los vecinos de Siria finalmente parecen comprender la posibilidad de que el país quede dividido entre un Estado kurdo, que desestabilizará a Turquía, y un Estado Islámico, que desestabilizará a Irak, Jordania y Arabia Saudita.
Con la creación de una zona de exclusión aérea (que podría defenderse desde el mar con sistemas misilísticos), Estados Unidos y sus socios mostrarían a Assad que la paciencia ya se acabó y que están preparados para defender a los sirios dentro de Siria. Esto, sumado al conocimiento por parte de Assad de que su ejército es cada vez más débil y de que sus fuentes de reclutas se están agotando, lo obligaría a reconsiderar su futuro y, lo más probable, lo llevaría a la mesa de negociaciones. Al fin y al cabo, la única vez que estuvo dispuesto a negociar en estos cuatro años fue cuando creyó que Estados Unidos respondería militarmente al uso de armas químicas por parte de su régimen.
Reconstruir Siria llevará décadas; varias generaciones llevarán como cicatrices las consecuencias políticas y sicológicas del caos (como Bosnia, pero en escala mucho mayor). Cuatro años de armas y dinero fluyendo hacia los que dicen ser “combatientes de una guerra santa” avivaron un incendio revolucionario que puede llevar a un nuevo trazado del mapa de Medio Oriente. Pero no podemos dar simplemente por perdidas a las personas que, por millones, quedaron en el medio. Por razones tanto morales como estratégicas, ya es hora de declarar una zona de exclusión aérea.
Anne-Marie Slaughter es presidenta y directora ejecutiva de la New America Foundation y autora del libro The Idea “That Is America: Keeping Faith with Our Values in a Dangerous World” [Estados Unidos, esa idea: seguir confiando en nuestros valores en un mundo peligroso]. © Project Syndicate 1995–2015