Su afirmación fue contundente. Dijo que el gobierno de China “censura el proteccionismo en el comercio entre las naciones y reconoce que es el libre comercio internacional lo que asegura la prosperidad de los pueblos”. Aunque tal afirmación haría revolcarse en su tumba a los fundadores Mao o Marx, la realidad es que esa frase fue expresada por Yue Yue, directora para Latinoamérica de la Cancillería china, a una delegación de líderes latinoamericanos reunidos este setiembre en Pekín. El mismo gobierno que es dirigido por el Partido Comunista Chino, la organización comunista más poderosa del orbe y una de las más longevas de la historia humana.
El comunismo chino no llegó a esa conclusión sustentándose en el Libro Rojo de Mao, ni en el Das Kapital, de Marx, sino en evidencia irrefutable. Allí arribaron obligados por sus propias circunstancias socioeconómicas e históricas.
Después del Gran Salto Adelante, el trágico experimento maoísta de planificación económica centralizada, y que produjo la muerte por inanición de más de treinta millones de civiles, surgió una generación de políticos chinos rendidos a la evidencia, quienes asumieron el poder en 1976 tras la muerte del “gran líder”.
Milagro económico. Esta generación, inicialmente dirigida por Deng Xiao Ping, implementó tres procesos de apertura económica que los llevó a conquistar el desarrollo más portentoso de la actualidad.
En solo tres décadas pasaron de ser una nación pobre, a convertirse en la segunda potencia mundial del orbe. Prodigio tal que ha permitido que, desde 1981 y hasta el 2001, su ritmo de crecimiento alcanzase un promedio del 10% anual y el establecimiento de más de 600 nuevas ciudades en esos años.
¿Cómo lo lograron? Con una serie de medidas. A partir de 1978, se descolectivizó la agricultura y se otorgaron, además, terrenos para el usufructo agrícola de las familias y se permitió que los campesinos conservaran parte de lo producido.
Esto disparó la producción al punto que las parcelas privadas representaban cerca del 40% del ingreso familiar. Se permitió, también, la inversión extranjera y la iniciativa privada.
En la segunda etapa, iniciada en 1984, se descentralizó el control estatal, y se permitió la iniciativa de las provincias en las fórmulas de crecimiento. A partir de 1993, durante el tercer proceso y en la presidencia de Jiang Zemin, muchas actividades anteriormente estatales pasaron a ser parte de la iniciativa privada.
Además, se introdujo el desarrollo de la tecnología de punta, se bajaron los aranceles y se reformó el sistema financiero. El país ingresó en el 2001 a la Organización Mundial del Comercio e impulsó el estímulo a la libertad económica internacional.
Estímulo al agro. La modernización y la libre economía se combinó con una política de estímulo hacia las zonas rurales, que implicó la derogación de los ancestrales impuestos agrícolas, el subsidio al productor agrario, la capacitación intensiva al productor en el uso de maquinaria agrícola moderna, el apoyo financiero para su adquisición y la inversión en servicios públicos en dichas zonas.
Esto produjo un vertiginoso aumento de la producción agrícola, y los llevó a ocupar un lugar de primacía mundial en la producción de trigo, arroz, tubérculos como papa y hortalizas. Tanto así que, pese a que China es hoy un portento tecnológico, industrial y de servicios, su agricultura representa un importante 10% del PIB.
Inversión a largo plazo. A raíz de que en el 2015 cayeron sus exportaciones por vez primera en siete años, el gobierno chino metió el acelerador a su propio “plan Marshall”, el cual es dirigido a su zona o región de influencia inmediata.
Su plan se denomina el “Corredor económico de la ruta de la seda”, y consiste en una estrategia de inversión a largo plazo para estimular la economía en las regiones por donde ancestralmente transitaron las exportaciones chinas a Occidente, como también de la otra vía de exportación a través de la franja de influencia marítima.
El gobierno chino se propone ensayar la fórmula que convino a los Estados Unidos en la posguerra, y que fue estimular las economías de las naciones que se convertirían en sus socios comerciales. Máxime si advertimos el alto grado de pauperización en la que se encuentran las naciones de la franja de influencia de dicha ruta.
Así, la fórmula de desarrollo que parece haberle funcionado a China consiste en una triple combinación de apertura y libertad económica, intensiva inversión en tecnología y simultánea asistencia y subsidio al productor agrícola rural.
Nótese que en esta fórmula también está la solución socialdemócrata costarricense: por una parte, un vigoroso impulso a la libertad comercial, pero acoplada con un firme apoyo al productor agrícola.
Contraste. Ahora bien, ¿qué es lo paradójico de todo esto? Esta realidad ofrece múltiples paradojas que reflejan lo absurdo de los prejuicios ideológicos. Veamos. Hoy, la organización comunista más grande del mundo es una poderosa defensora de la libertad comercial, pese a que originalmente su ideario proscribía esa posibilidad. Mientras tanto, en los Estados Unidos, históricamente un celoso promotor de la libertad comercial, sucede que un candidato republicano con fuertes posibilidades de asumir el gobierno de la nación se pronuncia ahora contra la libertad de comercio internacional. Y allí una multitud de votantes se entusiasma con esa diatriba particularmente vehemente.
En nuestro país, la situación también resulta irónica. Pese a que el más poderoso gobierno de izquierda en el mundo ha debido reconocer la necesidad de la apertura comercial mundial para el desarrollo, amén de que la evidencia demuestra su exitoso resultado, aquí un importante sector de la sociedad política, imbuida de prejuicio ideológico, insiste en satanizar dicha libertad. Tanto que su buque insignia para desprestigiar a la socialdemocracia costarricense ha sido atacar las iniciativas que, en ese sentido, el PLN ha propuesto durante los últimos treinta años.
Así las cosas, hoy nuestra izquierda criolla radical comparte una tesis común con el ultraderechista candidato republicano: un acendrado rencor contra el libre intercambio internacional de bienes y servicios.
A ellos les contesta Deng, el sensato sucesor de Mao: “Si no nos abrimos para desarrollar nuestra economía y para asegurar el sustento de la gente, estaremos en un callejón sin salida”.
El autor es abogado constitucionalista.