El filósofo francés contemporáneo Michey Onfray dedica uno de sus libros al análisis del cinismo dentro del contexto filosófico (Cinismos: Retrato de los filósofos llamados perros. Buenos Aires: Paidós, 2002). En dicha obra, el autor alude a los orígenes de la Escuela Cínica en Atenas clásica, con Antístenes como posible fundador, quien es el primero en establecer un parentesco entre los miembros de la Escuela (no formal) y el perro; de ahí la raíz griega del término cínico: cynos = perro, considerado en un sentido no despectivo, sino honorable.
Frente a los famosos centros de reunión filosófica de la época: la Academia de Platón, el Liceo de Aristóteles o el Jardín de Epicuro, según refiere Onfray, Antístenes erige un centro de reunión en el contorno de la ciudad, cerca de los cementerios, al que llamaron el Cinorsargo, donde se celebraba “al perro y su rapiña simbólica”.
Aunque, también menciona este autor, que algunos estudiosos del pensamiento griego, consideran que el nombre de Cinorsargo alude a Cerbero, perro de tres cabezas, que de acuerdo con la mitología griega, era el guardián de la puerta de entrada al inframundo, ubicado en una margen de la laguna Estigia y era el responsable de devorar a los intrusos aún vivos o a las ánimas fugitivas.
Este centro de reunión de los cínicos no era, por cierto, un lugar al que acudiera la élite ateniense, sino más bien gente marginada o que despreciaba las convenciones sociales de cualquier índole.
La atracción no es por cualquier tipo de perro; probablemente, perros sumisos y provistos de todo cuanto necesiten y más no sería su modelo. Más bien, correspondería al perro callejero, sin amo, y que vaga por doquier, comiendo donde puede, haciendo sus necesidades fisiológicas donde sea y durmiendo donde caiga la noche.
Este sí que parece el modelo que siguió el más célebre de los pensadores cínicos: Diógenes de Sínope (no confundir con Diógenes Laercio, historiador y biógrafo de otros filósofos del siglo III a. C.) del cual se cuentan muchas anécdotas, como que dormía en una tinaja abandonada (no un tonel, como algunos mencionan; ni existían aún), Hacía sus necesidades sin importarle quién lo mirara. Pregonaba y vivía una vida acorde a la naturaleza y el desprecio de cualquier convención social, porque asumió que bastaba con llenar las necesidades naturales para llevar una vida virtuosa y feliz.
Los cínicos no prestaban atención a ningún tipo de normas ni a la vestimenta, tanto es así que solo usaban una especie de manto (tribonium) raído para protegerse del frío o del sol, y a veces, un cuenco para beber agua. Su modus vivendi era muy distante de lo comercial y mercantil, de las sociedades que crean falsas necesidades y que se agobian añorando lo que no tienen y no valorando lo que sí tienen. No necesitaban barberos ni cuidados especiales del cuerpo, tampoco posesiones de ningún tipo. Vivían el momento, de manera anticonvencional. Vivencia y pensamiento son uno: esa es la esencia de su filosofar, la sabiduría y la felicidad conjugadas en una existencia concreta.
Gradualmente, la palabra cínico pasa a tener un sentido peyorativo, tal vez en parte debido al desprecio de los pensadores cínicos por todo lo que fuera convención social. Así, por ejemplo, en una de las acepciones que registra el Diccionario de la Real Academia Española (DRAE) alude a lo cínico como procaz, desvergonzado, impúdico. “Desvergüenza en el mentir o en la defensa y práctica de acciones y doctrinas vituperables”, lo cual no concuerda en parte con el cinismo filosófico que he mencionado, porque defendían y vivían acorde al pensamiento. En esto, fueron consecuentes, aunque generaron reacciones negativas por su forma de ser.
Pero valiéndome de esa definición del DRAE, sí se podría mencionar este tipo de cinismo con el actuar de algunos sectores políticos contemporáneos, quienes, en su afán de poder, olvidan principios fundamentales de la democracia, tales como la división de poderes (Legislativo, Ejecutivo y Judicial), formulada por Montesquieu en El Espíritu de las Leyes y con antecedentes desde el pensamiento griego (Platón, Aristóteles, la República Romana, entre otros).
Hay cinismo político cuando algunos representantes de uno estos poderes pretenden subestimar y anular las funciones de los otros dos poderes, violentando principios fundamentales del sistema democrático que, precisamente, les permitió acceder al poder. La función fundamental de los tres poderes es el equilibrio, para evitar los excesos o pretensiones de carácter dictatorial y absolutista, del cual la historia tiene múltiples y nefastos ejemplos que han causado guerras y caos social.
Este tipo de cinismo se evidencia en el actuar de políticos que dicen ejercer el poder en beneficio social, pero lo hacen justificando acciones jurídica y éticamente cuestionables. Hay cinismo político cuando, en el espacio del debate, se ataca lo que no gusta, descalificando al adversario con falacias ad hominem, solo porque no concuerdan con lo que se pretende, olvidando que en la democracia es válido el consenso como el disenso, y que el debate de ideas debe hacerse con respeto, sin violentar principios consagrados en constituciones y leyes.
Este tipo de cinismo político ofrece una “moralidad” y una “política” hacia el futuro, ocultando la inmoralidad presente, violentando descaradamente la jurisprudencia vigente. Esgrime criterios populistas e impositivos que descalifican cualquier oposición. Vanidad por encima de verdad, rechazo a cualquier propuesta que no concuerde con las que ellos proponen; cuando las proponen, porque a veces ni siquiera hay propuestas.
Y lo más lamentable es ver personas que asisten a eventos políticos y ni siquiera conocen la razón de la convocatoria, ese tipo de lealtades incuestionables a discursos populistas, con lenguaje soez y descalificador del adversario, en vez de enriquecer la democracia la expone a uno de los límites más peligrosos: el poder absolutista.
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Carlos Alberto Rodríguez Ramírez es profesor asociado jubilado de la Escuela de Filosofía de la Universidad de Costa Rica (UCR).
