El 2013 no fue ni el mejor ni el peor año para Centroamérica. Sus economías crecen a tumbos, aunque crecen. Pero sus democracias están en esa etapa adolescente, descubriendo qué quieren ser y muestran signos de indecisión.
No es un pecado estar en transición, pero es preocupante mantener eventos que nos acercan más a las “cleptocracias” africanas que a las ejemplares instituciones nórdicas. Con tres países rumbo a las urnas, uno con presidente recién electo, y otros dos con importantes vulnerabilidades, no queda más que comparar a Centroamérica con un atribulado muchacho cuyo destino puede ser tan promisorio como turbio. Aquí, cuatro trastornos políticos del 2013:
1. El poder tiene una personalidad frágil. Fue un año de pérdida de credibilidad y popularidad para los políticos. Cuando el poder no goza de la confianza ciudadana, la oportunidad de generar acuerdos se nubla. Un ejemplo de un país polarizado e ingobernable es El Salvador, donde no hay un consenso sobre cómo levantar a uno de los países que menos crece en Latinoamérica (1,7% anual, CEPAL). Quien gane el 2 de febrero, izquierda o derecha, deberá convencer al otro bando de que sea un aliado para despertar la economía. Y ninguna de las opciones parece tener esa intención.
2. Democracias víctimas de abusos. Es lamentable que indicadores como el índice de la Democracia de Economist Intelligence Unit, todavía califiquen a dos países (Honduras y Nicaragua) como regímenes híbridos, que mezclan democracia con autoritarismo. El primero todavía sufre los resquicios del malogrado caudillo Manuel Zelaya, quien fue expulsado en 2009 de la presidencia. El hecho tiene al país dividido y sumido aún en la violencia. El regreso de Zelaya (por medio de su esposa, Xiomara) fracturó el bipartidismo y amenaza con ser fuerza de discordia en el próximo congreso.
La otra democracia mancillada es, sin dudas, Nicaragua. Tras haber ganado unas cuestionadas elecciones, Daniel Ortega pareciera querer perpetuar una dinastía familiar en el país, adueñándose de los poderes y emulando a quien fuera su detractor, el blanco de su revolución. La modificación constitucional para que pueda ser reelecto, en el 2017 acerca más el modelo nicaragüense a Venezuela, hoy por hoy, la economía más lastimada de la región. Nicaragua y Honduras son como el adolescente violado, que retardará su sano desarrollo y relación con otros en el concierto de naciones.
3. Hay timidez para dar un salto económico de peso. La misma dificultad para tomar decisiones cercena a la economía para crecer más de lo que se puede. La timidez típica de un adolescente, se traslapa en el potencial de innovación que puede haber en la región, y en lo poco que se manifiesta para aprovechar el auge de las economías de servicios y agronegocios. Pero, la mayoría de países aparece abajo del lugar 80 entre 142 naciones evaluadas en el Índice Global de Innovación 2013, que mide la relación de la innovación con el crecimiento económico. Si construyéramos estrategias país en torno a la innovación amén de las diferencias ideológicas, la misma economía respondería favoreciendo indicadores claves, como empleo, educación y pobreza.
4. Ciudadanías deprimidas, traicionadas y desinteresadas. La depresión visible del adolescente es ampliamente comparable con la crisis de confianza que sufre el electorado centroamericano, con cifras de abstencionismo en las últimas elecciones que gritan. Guatemala, 31%; Honduras: 39%; El Salvador, 39%; Nicaragua, 42%; Costa Rica, 31% (este último, con el Gobierno más impopular del continente, título ganado por dos años consecutivos).
Para la Cepal, Centroamérica crecerá, en el 2014, un 4,5%, muy por encima del 3,2% de toda Latinoamérica en conjunto.
Sin embargo, en lo político, las jóvenes democracias de la región registran, en los inicios de este nuevo año, más retrocesos que avances.
Las democracias no están siendo bien administradas. Dan unos indicios más de deterioro que de consolidación, y, además, podríamos divagar décadas en esta transición, si no corregimos su rumbo político.