Circulan en varios medios de comunicación, entrevistas a ejecutivos de grandes empresas que dicen que los títulos ya no son necesarios y las universidades van a desaparecer. A mí me parece un error. ¿Alguien se dejaría operar por un empírico, viajaría en un avión construido por cualquiera? No lo creo.
Esas aseveraciones, además, tienen un trasfondo filosófico sesgado. Desde mi perspectiva, la universidad es una comunidad, cuya principal función es generar y compartir conocimientos. Lo ha hecho a lo largo de la historia y lo seguirá haciendo. Es una institución esencial para el desarrollo de la humanidad.
La universidad debe tener como ámbito de acción la sociedad en su conjunto, más allá de la atención de las necesidades particulares de las empresas. Esa visión reduccionista del valor de la universidad es muy peligrosa. Sorprende que incluso muchos académicos hayan perdido la perspectiva.
Para que la sociedad funcione se necesitan ingenieros, agrónomos, filósofos, artistas, científicos, administradores, abogados, educadores y médicos, entre otros. La universidad cumple una función prioritaria en su formación. Esto no quita que existan personas excepcionales, quienes, a pesar de no contar con títulos universitarios, alcanzan grandes logros. Siempre las habrá, pero, quiérase o no, son proporcionalmente muy pocas.
El conocimiento es acumulativo. La generación de nuevos conocimientos siempre depende de conocimientos previos. Por eso es fundamental construir buenas bases. Solo así puede entenderse cómo funcionan los últimos avances, cómo optimizar o incluso crear innovaciones. De lo contrario, estaríamos condenados a ser simples seguidores. Consumidores. A estar siempre un paso atrás.
Lo que sí es cierto es que los conocimientos avanzan muy rápidamente. Lo hacen a una velocidad mucho mayor de lo que las personas o instituciones pueden asimilar. Hay que reconocer que algunas universidades están quedándose rezagadas, hay programas obsoletos e incluso innecesarios. En esta nueva era del conocimiento, todos debemos aprender siempre. La actualización debe ser constante. Precisamente, por eso, los títulos deberían tener fecha de expiración.
En estos momentos existen múltiples plataformas en línea como Coursera, Edx, Khan Academy e incluso Youtube, que se constituyen en una excelente herramienta para actualizarse de manera autodidacta. Sin embargo, no deben verse como un sustituto de los estudios formales. Ciertamente, alguien puede llevar un curso en línea y luego conseguir un trabajo, pero ¿por cuánto tiempo? La vida media de toda tecnología es cada vez más corta. Hay que cuidarse de las tentaciones de lo fácil e inmediato.
Adaptación. Las universidades deben adaptarse al ritmo de los tiempos y sus programas deben ser muy flexibles para incorporar desarrollos recientes, pero también deben contar con una columna vertebral que les brinde resistencia y sostenibilidad. La educación continua es tan importante como los programas de grado y posgrado.
En algún punto, deberían permitirse los currículos a la carta, donde se puedan llevar cursos de otras carreras e incluso de otras universidades, sean nacionales o internacionales. La enseñanza de habilidades blandas como liderazgo, trabajo en equipo, emprendimiento, creatividad y comunicación asertiva, entre otras, será fundamental.
Para dentro de 10 años se prevén cambios todavía más abruptos. Se espera que la inteligencia artificial, la robótica, la Internet de las cosas, CRISPR-Cas9 y la computación cuántica revolucionen profundamente las sociedades. Muchos aseguran que pronto alcanzaremos el punto de singularidad tecnológica, es decir, el momento cuando las máquinas inteligentes se superen ellas mismas sin intervención humana. A partir de ahí, es difícil hacer predicciones. También es necesario que las universidades vayan preparándose para ese sunami.
El autor es viceministro de Ciencia y Tecnología.