BUDAPEST – Los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) de la Agenda 2030 de las Naciones Unidas incluyen educación en la escuela primaria para todos los niños, puestos de trabajo para todos los adultos y el fin del hambre y la pobreza. Estas son aspiraciones nobles, pero muy caras. ¿Podemos realmente pagar los costos de todas?
La Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) estimó que el cumplimiento de los 17 ODS, que comprenden 169 objetivos de desarrollo específicos, costaría entre $3,3 a $4,5 millones de millones de dólares anualmente, casi la misma suma que el presupuesto federal de Estados Unidos para el año 2016, y mucho más que los casi $132.000 millones que se gastaron el año pasado en todo el mundo en ayuda al desarrollo en el extranjero.
De hecho, solo la enseñanza primaria universal requeriría de por lo menos $17.000 millones de dólares adicionales en gastos al año, y un comité intergubernamental de la Asamblea General de la ONU estima que erradicar la pobreza representaría una inversión anual en infraestructura de $5 a $7 millones de millones de dólares a escala mundial. En verdad, las estimaciones varían debido a que nadie sabe con certeza cuánto costará lograr los ODS.
Entre tanto, es poco probable que los países donantes proporcionen aumentos significativos en financiación para el desarrollo a corto plazo. En el Reino Unido, por un margen de dos a uno, los votantes quieren rehusar cumplir con un compromiso previo de ayuda exterior que asciende al 0,7% del PIB. En Estados Unidos, el candidato presidencial republicano Donald Trump dijo que el gobierno federal debe “detener el envío de ayuda exterior a los países” que los odian. Y, en Australia, el gobierno ya ha recortado su presupuesto de ayuda al nivel más bajo de toda su historia, si se mide el presupuesto de ayuda como porcentaje de la renta nacional bruta.
Si no podemos contar con fondos para una financiación completa de cada ODS, entonces debemos gastar lo que tenemos con sabiduría, y no debemos gastar mayores cantidades en inversiones que históricamente producen bajos rendimientos. Por ejemplo, en el ámbito de la educación, invertir en clases con cantidades menores de alumnos y en salarios más altos para los profesores no ha tenido ningún impacto significativo en los puntajes que obtienen los estudiantes en las pruebas.
Otra área que promete más de lo que brinda es “la ayuda climática”, que asigna fondos de desarrollo para esfuerzos dirigidos a mitigar los efectos del calentamiento global. Con demasiada frecuencia, estos fondos sirven un propósito cosmético –haciendo que los donantes se muestren como respetuosos del medioambiente– en lugar de efectuar un cambio genuino.
En verdad, mientras proliferan los regímenes de ayuda al clima, muchos países están aún desperdiciando miles de millones para reducir artificialmente los precios de la gasolina. En el año 2014, el gasto en subsidios a los combustibles fósiles ascendió a una suma entre $20.000 a $30.000 millones en China, Egipto, Venezuela y Argelia; a $40.000 millones en Rusia y la India; y, a $70.000 millones en Irán y Arabia Saudita.
Entre los muchos objetivos relacionados con la energía dentro de los ODS, la convocatoria para poner fin a los subsidios a los combustibles fósiles es una obviedad que no requiere de reflexión. Los economistas del grupo de expertos pensadores que lidero estiman que cada dólar desviado de los subsidios a la energía podría generar por lo menos $15 en beneficios para la sociedad. Poner fin a estos subsidios reduciría las emisiones de CO2, la contaminación atmosférica y la congestión de automóviles. Más importante aún, liberaría dinero para otros ámbitos, como la salud y la nutrición, donde medidas simples pueden tener un enorme impacto en relación con su costo.
Por ejemplo, si bien la malaria mató a más de 400.000 personas el año pasado, los mosquiteros con insecticida para protegerse de los mosquitos portadores de la malaria son eficaces durante dos a tres años, y fabricarlos y distribuirlos cuesta menos de $10 por cada unidad. En resumidas cuentas, se puede evitar un caso de malaria clínica por tan solo $11.
Según el evaluador de caridad GiveWell, la Fundación contra la Malaria salva la vida de un niño con cada $3.500 que gasta, y un estudio en Kenia determinó que incluso un gasto de tan solo $1.000 en la distribución de mosquiteros para camas puede prevenir la muerte de un niño. El trabajador típico estadounidense gasta esa suma de dinero cada año en café.
Un desembolso pequeño puede salvar a una persona de sufrir fiebre, dolores de cabeza, malestar general debilitante, vómitos y otros dolorosos síntomas de la malaria; y, puede salvar a una comunidad de la pérdida de productividad económica, debido a que los niños pierden menos días de escuela y los adultos dejan de trabajar con menor frecuencia. Y, puede salvar cientos de miles de vidas. Nuestros economistas estiman que la inversión para reducir la incidencia de la malaria en un 50% tiene un rendimiento 35 veces mayor en beneficios a la sociedad.
Otra intervención simple y eficaz en el ámbito de cuidado de la salud es conseguir que la aspirina esté disponible más ampliamente, de manera que se la pueda tomar al inicio de los ataques al corazón para evitar la muerte. El costo por caso tratado cuando se provee este medicamento barato junto a visitas clínicas y pruebas diagnósticas es tan solo de $13 a $15, lo que significa que podríamos llegar al 75% de la población en países de ingresos bajos y medios por solo $3.500 millones. Esto equivale aproximadamente a una quinta parte de lo que Brasil gastó como anfitrión de los Juegos Olímpicos de Río de Janeiro este año.
Del mismo modo, las intervenciones nutricionales básicas –especialmente aquellas destinadas a mujeres embarazadas e infantes– pueden tener efectos de largo alcance en las personas de manera individual y en las comunidades. Una nutrición adecuada mejora, a largo plazo, la salud, el desempeño escolar y las ganancias futuras del niño. La inversión en nutrición es otra obviedad: medidas tales como yodación de la sal y suplementos de hierro y ácido fólico y vitamina A puede costar unos pocos centavos anuales por beneficiario. Del mismo modo, los tratamientos de desparasitación y vacunación son baratos, eficaces y tienen un alto retorno sobre la inversión.
Si bien no solo deberíamos buscar “gangas” en cuanto a los ODS, definitivamente nosotros deberíamos buscar dónde se gasta un dólar de mejor manera. Será genial si podemos aumentar la financiación, pero sería absurdo pensar que el dinero destinado a la ayuda al desarrollo se multiplicará de la noche a la mañana, o que la masiva y quijotesca agenda de desarrollo de la ONU cuenta con los recursos para permanecer en el camino planificado. De hecho, con el propósito de persuadir a los países de altos ingresos –y a sus contribuyentes– a que incrementen sus desembolsos de ayuda al desarrollo, deberíamos tomar mayor conciencia de los costos y beneficios, y deberíamos reconocer que no todos los objetivos de desarrollo son iguales.
Cuando es posible transformar por completo la vida de una persona por unos cuantos centavos, deberíamos aceptar esa pequeña victoria antes de ir tras el logro de proyectos grandiosos con precios incluso más grandiosos, y que no brindan ninguna garantía de éxito. Cuando se carece de dinero, no debería carecerse también de sentido común.
Bjørn Lomborg es director del Centro del Consenso de Copenhague y profesor adjunto de la Escuela de Administración de Empresas de Copenhague.© Project Syndicate 1995–2016