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Desde el jardín, ¿otra vez?

Se asombra uno de cómo en su obra Jerzy Kosinski parece anticiparse a la realidad

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Uno se acuerda del teatral Kruchov, pegando con su zapato en la tribuna de Naciones Unidas; de Chávez haciendo de santo, hablando de azufre… y ahora ese, que si por la víspera se saca el día, era, es y será payaso. ¡No! La política no puede ser mero show que ha de seguir; el arte no siempre es escapismo. Bien al contrario, por su inherente distanciamiento de la realidad, puede ser hasta profético.

Vuelvo a leer una novelita, liviana en estilo y en páginas, intrascendente solo en apariencia, tan profunda como actual: Being there, de Jerzy Kosinski, traducida como Desde el jardín. Los cinéfilos posiblemente se acuerdan más de la actuación de Peter Sellers… Casi medio siglo antes de la “realidad” inquietante que recién empieza a desvelarnos, allí en Avenida de Pensilvania, en Washington.

En siete capítulos cortos, el autor logra esbozar un sugerente paralelo entre realidad y ficción: aquel de un simple jardinero analfabeto, que habla de lo único que sabe, el jardín; en contrapunto constante, su casual entorno lo interpreta en términos referidos a la política y la economía. Cuatro días sigue la confusión, tan brillante como sutil, mantenida por el ágil autor, hasta que a su personaje lo retira en un jardín, y por su narrador omnisciente avisa: “la paz reinaba en su corazón”. A nosotros, a punta de verosimilitud, nos lo logró tener agitado, cogitando.

El ahora. La primera edición data de 1970, hace casi medio siglo, pero incluyendo la traducción al español en 1984, se asombra uno de ver cómo este estupendo trabajo literario pareció anticiparse a la realidad: no resulta tan complicado, y al contrario muy sugerente, descubrir en el personaje principal, Chance, a por lo menos dos presidentes norteamericanos impuestos por una maquinaria política y que no fueron luminarias (aquel actor, malo además, pero que entre otros con la astrología de su mujer y a pesar del incipiente alzhéimer aguantó dos mandatos, de 1981 a 1989) y el otro, hijito de papá, que de chasco en chasco estuvo gobernando en el período 2001-2005. Y, para que no falte, acabamos de empezar con un mandatario cuyas estridencias solo están empezando.

¿Hago un cortocircuito indebido entre dos registros, el político y el, completamente diferente, de lo literario? El dos veces presidente Óscar Arias gustaba inspirarse y motivar por la literatura, cosa estimulante. En el caso que nos ocupa, a los aludidos políticos del norte, sin afición alguna ni talento del lado de las letras, les calza como guante el personaje dibujado con gran intuición por el citado Kosinski.

Pero, si las fechas no cuajan como para proclamar visionario a nuestro autor, ¿no estoy forzando el acercamiento? De ninguna manera: lo fantástico del arte es que, como un niño, nace de las entrañas de su creador y, de inmediato, al cortarse el cordón umbilical, la obra agarra vida independiente y va pataleando por su lado.

Al comprobarse con Desde el jardín aquella vigencia más allá de lugar y espacio, asistimos realmente a un clásico universal. Desde luego, ello también implica la participación activa del lector, viendo más allá de su nariz, en un ejercicio de contextualización.

Paralelismo. Sí, ya sé, como señalaba el viejo Figueres: “es igual, pero distinto”. En la novela, el personaje es realmente analfabeto, por las circunstancias casuales de su nacimiento (de allí que se llama Chance). No sabe leer, no sabe firmar, solo aprendió algo de jardinería y en su cuarto se hizo una visión de mundo a base de la televisión. Es tremendamente ingenuo, pero naturalmente bueno, en el sentido que Rousseau entendía el concepto. Todo lo contrario, respecto de la persona en la realidad con la que aquí, espontáneamente invitamos a relacionarlo, ¿asociando o disociando? La cosa da para mucha cuerda.

Díganme si a ese de abundante cabellera rubia, al poder ahora, allá, no lo sentimos bastante rústico, no precisamente amante de la lectura, sino del lenguaje gestual y de las muecas.

Si la presidencia de su antecesor se caracterizó por la oratoria ciceroniana y la infusión de esperanza, ¿a este lo veremos más allá de tuiteos hasta nocturnos? En la primera semana lo vimos casi exclusivamente firmando en grande y cuadrado (tipo Hancock, dirían los gringos), en pura gesticulación vacía.

Otra diferencia notoria reside en el trato reservado a la prensa: resulta omnipresente en ambos escenarios, con el contraste que en el personaje de Kosinski se maneja con fina ironía, anticipando, ya hace medio siglo, cómo nos dejamos envolver, sobre todo por la televisión.

Al igual que con Orwell (el de 1984 y La granja de animales ) cabe una seria advertencia sobe nuestra pérdida de identidad. En cambio, hasta allí llega lo falso de la persona de carne y hueso, con la que aquí sugiero una comparación contrastiva: critica todo el tiempo a los medios, pero en puro show. Justamente por allí se adiestró, entre otros, con los concursos de Miss Universo; y continúa instrumentalizando esos mismos medios a su favor. Hago que hago crítica, pero me sirvo de ellos.

¿Un político de nuevo cuño? Da tristeza, porque ya creó retoños, entre otros, en Francia. Queda, en todo caso, la invitación a releer la novela de Kosinski. Ah, y por favor, a lo Voltaire: que cada une cuide su jardín, el interior.

El autor es educador.

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