Costa Rica, y sus ciudades no son inmunes a los efectos del calentamiento global. Según la organización Berkeley Earth, al año 2020, el país registró un incremento promedio de 1,4 °C en la temperatura superficial terrestre desde la era industrial.
Esta tendencia al alza se refleja en datos de estaciones meteorológicas, que muestran un aumento en la frecuencia de días y noches cálidos y una disminución de días y noches fríos. Específicamente, los extremos de temperatura subieron en un rango de 0,2-0,3 °C por década.
El calentamiento es más pronunciado durante la estación húmeda, lo que atenúa los contrastes estacionales de temperatura. La tendencia se manifiesta en ciudades específicas, como San José, que ha registrado un alza de 0,09 °C por década, y la Garita de Alajuela, de 0,27 °C. Aunque la precipitación total anual muestra un aumento no significativo, es alarmante la intensidad de los eventos extremos y muy extremos en toda Centroamérica en los últimos 60 años.
Ante este panorama, la vegetación urbana emerge como una herramienta esencial en la lucha contra el calentamiento global. Las áreas verdes en las ciudades ofrecen múltiples beneficios, desde la mitigación de las islas de calor urbanas hasta el secuestro de carbono. Además, contribuyen a la reducción de la escorrentía de aguas pluviales y disminuyen el riesgo de inundaciones, promueven el bienestar psicológico y social de los habitantes y generan ahorros energéticos.
Recientemente, entre el 2021 y el 2022, el Centro Agronómico Tropical de Investigación (Catie) llevó a cabo un estudio sobre la vegetación en la Gran Área Metropolitana (GAM) utilizando imágenes de satélite de alta resolución. Aunque la infraestructura gris predomina en un 57,8 %, aún persiste un 41,9 % de cobertura verde. Sin embargo, la cobertura verde se distribuye de manera desigual entre los cantones. Por ejemplo, por hectárea, Mora destaca con 0,7 árboles y San Pablo apenas alcanza 0,1 árboles.
Esta desigualdad también se refleja en la proporción de territorio con vegetación. Cantones como Mora, Aserrí y Santa Ana tienen más del 50 % cubierto de vegetación remanente, en contraste con San José, Heredia y San Pablo, que no superan el 15 %. Estos datos no solo evidencian la vegetación existente, sino también la magnitud de la urbanización en cada ciudad.
Otro hallazgo revelador es la desigualdad en cuanto a espacios verdes públicos según la población. En Curridabat, un residente del distrito de Sánchez, donde el índice de desarrollo social es alto, tiene acceso a cuatro veces más espacio verde público que uno de Tirrases, donde el índice es más bajo.
La situación pone de manifiesto la “desigualdad verde” en el disfrute de beneficios frente al calentamiento global según la condición social.
Por otra parte, el calentamiento global afecta desigualmente a las personas. Los adultos mayores, debido a cambios físicos y enfermedades crónicas, enfrentan mayor vulnerabilidad al calor extremo, lo que puede exacerbar sus condiciones preexistentes y limitar su capacidad de respuesta. Además, su situación económica a menudo restringe las soluciones para enfrentar elevadas temperaturas.
Por otro lado, los niños aún en desarrollo son más propensos a enfermedades respiratorias durante las olas de calor. Asimismo, es esencial considerar el entorno en el que se desenvuelven: centros educativos en sitios densamente poblados suelen ser islas de calor.
La carencia de áreas verdes en las instituciones o a su alrededor tiene dos consecuencias muy marcadas; la primera, el hecho de que los estudiantes no tengan contacto con la naturaleza en su proceso de aprendizaje y, segundo, en un planeta cada vez más cálido se va a requerir la adaptación bioclimática para que en el proceso de aprendizaje se tenga confort climático.
En conclusión, la Gran Área Metropolitana (GAM), al igual que muchas otras ciudades en el mundo, enfrenta los desafíos del calentamiento global. Sin embargo, la vegetación urbana se presenta como una solución viable para mitigar sus efectos, por lo que es imperativo que se promueva la conservación y expansión de áreas verdes en la GAM, no solo por sus beneficios ambientales, sino también por el bienestar y calidad de vida de sus habitantes.
El autor es investigador del Catie y fue presidente del Consejo Científico de Cambio Climático de Costa Rica.