La dieta mediterránea es una parte importante del estilo de vida propio de los habitantes de la cuenca del mar Mediterráneo. El telón de fondo es el mar, iluminado por un sol radiante, y la vida activa de las ciudades costeras, llenas de escaleras, cuestas y vida social.
Pueblos hospitalarios que valoran sentarse a comer alrededor de una mesa para compartir, con familiares y amigos, los alimentos y un vaso de vino, y las conversaciones de sobremesa.
Costa Rica puede cumplir los principios de la dieta mediterránea, que no es una panacea, sino un patrón o guía que conduce a una sana alimentación y nutrición. Tenemos acceso a dos mares, y si nuestros recursos no nos permiten consumir con la frecuencia deseada un salmón, una macarela, sardinas y otras especies marinas recomendadas, podemos buscar mejores precios en los mercados o recurrir al atún enlatado, que provee los ácidos grasos omega 3 —en especial, en aceite— y a las sardinas en aceite o tomate.
El aceite de oliva, pilar de esta dieta, y el de canola están reservados para condimentar ensaladas o saltear alimentos a temperatura baja, mientras que otros, también saludables y más económicos, como el de maíz, girasol y soya, son sustitutos de las dañinas grasas animales y trans.
Asimismo, el país produce —casi siempre en los patios de las casas— más de 50 variedades de aguacates, bien llamados oro verde, que, al igual que el aceite de oliva, contienen ácidos grasos monoinsaturados capaces de subir el colesterol bueno o HDL en la sangre.
En las ferias del agricultor se obtienen frutas y verduras frescas, variadas y de excelente calidad, durante todo el año. Gracias al clima benigno y las variaciones en la altitud, poseen un alto contenido vitamínico y de micronutrientes. Los quesos, el yogur y los huevos ya forman parte de la dieta diaria costarricense y aportan una parte sustancial del calcio y el hierro.
Solo faltaría, para que la dieta local sea más consistente con la dieta mediterránea, alentar el consumo de panes y arroz integral, y ampliar la lista de leguminosas, con lentejas y garbanzos. Por lo general, las nueces y otros frutos secos se reservan, por su precio, para preparar panes dulces, por lo cual convendría promover el consumo de maní y semillas de chía, girasol y lino, que aportan fibra, ácidos grasos beneficiosos, minerales y antioxidantes.
La dieta mediterránea unida a la actividad física contribuye a lograr una vida plena y a un envejecimiento de calidad, con menos deterioro cognitivo.
La autora es nutricionista.