Tanto dinero, tantísimo, entre otros muchos desmadres más, me marea y perturba en las mañanas. ¿Es que ningún Gobierno de este país puede dejarme desayunar en paz? La verdad es que no pido gran cosa. ¡La madre que los patrocinó!... a unos y a otros, pues nadie se salva. Se trata de astronómicas cifras, a las que contribuyo un poco con el pago de los malditos impuestos. “Malditos”, porque se hacen humo, se lanzan por la borda y malgastan, y, como siempre, unos cuantos vividores se los chupan.
No pasa nada. Mis mareos y hasta conatos de vómito, sin medicina capaz de curármelos, se deben, sobre todo, a que los responsables de tan gigantescas pérdidas sociales, en perjuicio de todos, andan por las calles tranquilos, sonrientes, sin estrés ni temores a nada ni a nadie… Y lo peor y más irritante: en respuesta, la sociedad entera berrea un poco, se desahoga otro poco, pero nada más. Nada más. Aquí no pasa nada. Pero es que nada pasa.
¡Cómo aguanta este pueblo!... La paciencia es una virtud, claro, pero la del costarricense es sobrehumana, quizás extraterrestre. En realidad, y sin ambages, es patológica. Para puntualizarlo mejor: patológicamente masoquista. Eso es lo que es. No pido sangre y, menos aún, que llegue al río. No. Ni una gota de sangre. Y es que hay maneras civilizadas de que tanto desbarajuste, tanta ignominia, se termine de una puñetera vez.
Todos los días, hacia las cinco y media de la “madruñana”, oigo el ronroneo de una moto y la caída del periódico en la entrada de mi casa. Por alguna razón, o por ninguna en especial, no lo sé, uno de mis mayores placeres ha sido siempre leer el diario en cuanto llega, tumbado yo en la cama. Quizás lo haga subconscientemente para ver si mi cabreo se aquieta, aplaca y desinfla antes de levantarme y sentarme a desayunar. No es así. No funciona.
Las noticias, por lo general, me repugnan y sublevan: corrupción, despilfarro del dinero de los contribuyentes, incapacidad, “pifias” y “errores” mayúsculos –¡hay que joderse con el lenguaje políticamente correcto!–, y sus consecuentes y elevadísimos costos para el país, bribones diciendo mil paridas y riéndose descaradamente de la ciudadanía… En fin, una olímpica impunidad… Un despelote tercermundista, insultante, hiriente… Ninguna hipérbole. Así de mal funciona, desde hace mucho, este país. No es una mera y discutible percepción, es una verdad como un templo. Sin discusión. Hechos y datos lo confirman.
¡Cómo no marearse, al borde de la náusea!... Una macabra danza de millones de dólares, no de colones, tirados a la basura. De dólares. De dolores para todos. ¡Cómo no indignarse y enfurecerse, en el umbral mismo de la desesperación! Lo dicho: todo eso me amarga el desayuno. Una situación miserable: ya no puede uno ni tan siquiera saborear un buen café y, menos aún, unos putos huevos fritos.
Legión de incompetentes. Dejemos al margen mi café y mis huevos, que, con sobrada razón, a nadie le interesan –ni le deben interesar–. Eso no tiene relevancia alguna. Lo importante, ahora sí, es el inconmensurable daño económico que, cuatrienio tras cuatrienio, le recetan al país las distintas Administraciones. Y no se debe tanto a lo que roben, o dejen de robar, los de arriba, los del medio y los de abajo, sino, sobre todo, a una desmedida, tupida y retorcida burocracia, y a una legión de incompetentes, ignorantes e irresponsables, distribuidos en todos los mandos del aparato estatal.
Ya se sabe: lo que es de todos no es de nadie, y menos aún de los ejecutores de planes de gobierno, proyectos, diseño y construcción de obras públicas, préstamos, programas sociales..., etcétera, etcétera, etcétera. Y si, además, nadie aquí pide perdón, ni renuncia, ni es culpable de nada, y la gente lo soporta, pues… miel sobre hojuelas y… ¡a vivir!, que son cuatro días.
Según se mire, tampoco es para tanto. Lo que ocurre es que la prensa está sesgada, exagera, manipula y, a la hora de sumar, restar, multiplicar y dividir, pone ceros a la izquierda o a la derecha, según su conveniencia. Más o menos, así suelen pensar no pocos “intelectuales” y “superdotados” de este país.
Va un ejemplo reciente. Solamente uno. Por un simple “errorcillo” del Consejo Nacional de Vialidad (Conavi), la construcción de una parte de la carretera a San Carlos se inició sin estudios, ni contrato, ni presupuesto, ni licitación. Al final, la obra pasó de ¢7.700 millones a ¢20.600 millones. Así que los contribuyentes deberán pagar ¢13.000 millones más, un 170% por encima del costo original del proyecto. Ahí es nada. Por aquello de mareos y cabreos, no traduciré a dólares semejante bagatela.
Si por un momento fuésemos tan ingenuos –“tan idiotas” sería más exacto– de creer que los llamados “errores” y “pifias” son, de verdad, eso, podríamos hasta edulcorar un poco sus multimillonarias consecuencias mencionando que “errar es de humanos”. Pero tampoco. Lucio Anneo Séneca, a quien se le atribuye este adagio, dijo algo más: Errare humanum est, sed perseverare diabolicum (Errar es humano, pero perseverar [en el error] es diabólico).
Pésima gestión. Ni errores ni chanfainas. Nada de eso. Ningún cuento chino. La abultadísima factura que esta sociedad ha de pagar, con proyectos que acaban costando el doble, se debe a desconocimiento, improvisación y negligencia. Así lo ha venido repitiendo, hasta la saciedad, la Contraloría. Se trata, pues, de una pésima gestión, el denominador común, aunque con distintos matices, de casi todos los Gobiernos. Y ¿los “cerebros” responsables?... Ni rejas ni indemnizaciones. En la calle, en la playa, en la montaña…, disfrutando de la vida.
Una sugerencia para la prensa: tomar el período de los últimos cinco o diez años, y desglosar y sumar la bestial millonada acumulada durante ese tiempo que, por culpa de unos cuantos, deben pagar los costarricenses, en detrimento de la reducción de la pobreza, del bienestar general y de la calidad de vida.
Dilapidación, impunidad y masoquismo: la mejor receta para que Costa Rica no levante cabeza y continúe siendo una sociedad surrealista. ¡Lamentable!
El autor es filósofo.