Myriam Bustos y Rima de Vallbona, ambas nacidas a principios de la década de los treinta del pasado siglo, representan movimientos inversos pero coincidentes en la conformación de la literatura costarricense, en tanto que una (Myriam) se mueve de fuera hacia dentro, inmigra, llega de lejos, mientras que la otra (Rima) emigra, se aleja del terruño en geografía pero no personal y culturalmente, si bien las antiguas raíces tienen eso sí que compartir espacio con los brotes en la nueva tierra, raíces que crecen hondo en otra parte del mismo corazón partido.
Aunque suene feo decirlo, Myriam es un regalo de Chile que le debemos a Pinochet, pues gracias a su fatídico golpe militar ella llegó a Costa Rica, donde se estableció desde mediados de los setenta.
Ella es una muestra viviente de la larga y valiosa relación cultural entre Chile y Costa Rica, desde los viejos tiempos en que allá se iban a formar maestros como Roberto Brenes Mesén o Joaquín García Monge.
Ella pudo haber hecho del exilio político y la nostalgia un tópico literario obsesivo, estacionarse en la cabanga, pero el dolor la abrió al nuevo país, al que incorporó en su escritura. De hecho se hizo escritora en Costa Rica, antes solo era docente. Lo suyo es literatura a secas, cierto, pero también es literatura adjetivable geográficamente: chilena y costarricense. Un andrógino binacional.
De entre los diversos géneros que ha abordado, el más aplaudido es sin duda el de cuento (incluido últimamente el microcuento), en el que ha destacado tanto en número de libros (con títulos tan memorables como Tribilín prohibido y otras vedas, de 1978; Rechazo de la rosa, de 1984; o Los ruidos y Julia, del 2004) como con premios y lectores, un género al que contribuyó a fortalecer en el medio nacional.
Algunos la llaman “la reina del cuento”, pero a mí este título me parece, aparte de rocambolesco, inexacto, pues el cuento costarricense es más bien democrático, no monárquico, igual que la propia autora.
La contribución de Myriam Bustos a los aspectos docentes, pedagógicos y editoriales del país es también notable, sin olvidar además su trabajo crítico, como lo demuestran los cuatro tomos de Nuestros escritores y nuestros libros. Treinta y dos años en la literatura costarricense (1974-2006) es material de consulta indispensable para quien quiera conocer el quehacer literario del último cuarto del siglo XX y un poquito más en Costa Rica.
Trabajo crítico. Por su parte, Rima de Vallbona, tras juventud josefina y cosmopolita errancia, se estableció en Houston, Texas, tanto en lo familiar como en lo académico, pues se incorporó a una de sus universidades.
Ha hecho un amplio y diverso trabajo crítico.
A ella se le debe, junto con otros pioneros que también se lanzaron al amoroso rescate, como Lilia Ramos y Alfonso Chase, el que hoy los nombres de Yolanda Oreamuno y Eunice Odio estén incorporados al canon literario y se reconozcan sus méritos poéticos y culturales, y que, de ser marginales, hoy ellas se ubiquen en el centro de la escena.
De esta manera, Costa Rica y su literatura han mantenido un lugar importante en la labor de estudio e investigación de Rima, quien ha explorado también con ojo feminista otros asuntos como la literatura de monjas coloniales, tanto reclusas como sueltas, por ejemplo la famosa monja Alférez, Catalina de Erauso, vestida de hombre y tenida por tal por mucho tiempo.
Junto a esta amplia y rica producción académica, Rima de Vallbona ha consolidado una valiosa carrera literaria centrada en el cuento, por ejemplo: Polvo del camino (1971) o Mujeres y agonías (1986); así como en la novela: Noche en vela (1964) o Las sombras que perseguimos (1983), mi preferida, que fue la primera novela en abordar la política de Costa Rica contra los ciudadanos alemanes durante la II Guerra Mundial, pues la autora procede en parte de este grupo.
Algunos lectores poco memoriosos han hablado no hace mucho de que la novela Las posesiones, de Carlos Alvarado (buena novela, por cierto), era la primera en haber abordado tal bochornoso asunto de la historia patria, que muestra que no hemos sido tan democráticos como nos suelen decir o como queremos creer (abuso y represión que también han sufrido en su momento otras comunidades como la negra, la indígena, la japonesa, la italiana, la homosexual, la judía). A ellos se les olvida la novela de Rima, cuya experiencia familiar es recuperada ahí.
Méritos literarios. El Premio Magón, máxima distinción del Estado costarricense a sus artistas e intelectuales, se vería muy bien lucido si alguna vez recayera sobre alguna de estas escritoras notables, de cuyos méritos literarios y humanos no he podido dar sino apenas un leve vistazo, en tanto informado ciudadano lector.
Digo esto a manera de sugerencia. Tanto Myriam como Rima son figuras importantes y renovadoras de la literatura nacional y latinoamericana, que marcan un antes y un después con su obra, señal de que no son mero accidente vanidoso en un paisaje de letras, sino voluntad cognoscitiva y estética labrada a lo largo de décadas de trabajo permanente, de calidad, generoso (no centradas solo en ellas, como hacen tantos escritores, sino también en su medio cultural, en sus colegas y antecesores).
Puesto que no es el premio el que hace al artista, sino el artista el que hace al premio, el Magón se vería fortalecido y “adornado” si incluyera en sus filas a alguna de estas magas (o a ambas, ¿por qué no?), pues lo de ellas es magia literaria, alquimia de signos que ha transformado exilio y dolor en belleza y reflexión por medio de sus cuentos, novelas y ensayos.
El autor es escritor.