Hay un estereotipo casi universal: la educación privada es mejor que la pública. Cuesta encontrar a alguien que realmente crea que nuestras escuelas y colegios públicos pueden dar tan buenos resultados como las escuelas y colegios privados. ¿Será cierto?
Año con año, los resultados de bachillerato parecen confirmar la supremacía de la educación privada: la nota promedio de bachillerato de quienes vienen de colegios privados es mucho mejor que la de quienes vienen de colegios públicos.
De los estudiantes que hacen bachillerato, la nota promedio obtenida por quienes vienen de colegios públicos es de 69,2, mientras que quienes vienen de colegios privados obtienen una nota promedio de 79,9. Hay más de diez puntos de diferencia a favor de los colegios privados.
Hay elementos que contribuyen a que los colegios privados tengan algunas ventajas sobre muchos colegios públicos: infraestructura, equipamiento, horarios más amplios, mayor involucramiento de las familias y, claro, en la selección de los estudiantes. Además, el nivel socioeconómico y el nivel educativo de sus hogares es una de las variables que más se relacionan con el rendimiento académico.
Nuestros colegios privados suelen ser caros, algunos muy caros. Su costo puede variar entre ¢200.000 y más de ¢500.000 mensuales. En consecuencia, atienden principalmente a aquellos estudiantes que provienen de las familias de mayores ingresos del país. Suelen pertenecer también a las familias de un mayor nivel educativo y que se ubican, por lo general, en las áreas urbanas del país, sobre todo en la Gran Área Metropolitana. Los colegios cuyos estudiantes provengan de los sectores más acomodados de la sociedad tendrán, sin duda, una ventaja de partida.
Además, los colegios privados suelen tener no solo una estricta política de admisión, sino una política muy rigurosa sobre quién puede continuar en el colegio: sobre todo en los últimos años de secundaria, se busca retener principalmente a los estudiantes que tienen una alta probabilidad de enfrentar con éxito las pruebas de bachillerato. A los demás –a los que fracasan y repiten– se les suele impedir repetir allí y se les suele invitar a salir del colegio.
Los colegios públicos, por el contrario, están en la obligación de atender a todos los que lo requieran. De hecho, atienden a la inmensa mayoría de la población estudiantil del país, desde los más amplios sectores de la clase media hasta los que viven en pobreza extrema en las barriadas marginales; desde los que viven en el centro del país hasta los que viven a pocos metros de las fronteras o en las zonas de más difícil acceso. En los colegios públicos encontramos no solo a estudiantes con especial talento y disposición para el estudio, sino también a muchachos que, por sus condiciones socioeconómicas, por el nivel educativo de su entorno familiar y por el ambiente en que les toca vivir, deben superar enormes dificultades para enfrentar con algún éxito el reto educativo.
Por eso, no deja de ser lógico que las notas promedio que obtienen los estudiantes de colegios privados que presentan bachillerato, sean diez puntos más altas que las notas promedio de quienes estudiaron en colegios públicos. Pero ¿significa esto realmente que la educación pública es de menor calidad que la privada?
Hagamos una lectura distinta de los datos para matizar esa apreciación y tener una mejor percepción de las diferencias entre la educación pública y la privada. Analicemos los mismos resultados de bachillerato, pero considerando que los colegios públicos no solo atienden a la población élite del país, sino a toda la población estudiantil.
Para empezar, de los 35.000 estudiantes que aplicaron bachillerato formal en el 2012, unos 29.000 venían de colegios públicos, representando un 83% del total; y cerca de 6.000 venían de colegios privados, apenas un 17%, del total. Como vimos, la nota promedio de los 29.000 estudiantes públicos fue de 69,2, mientras que la de los 6.000 estudiantes privados fue de 79,9.
Pero ¿qué pasaría si comparamos las notas de ese quintil afortunado que estudió en colegios privados con el quintil que logra obtener los mejores resultados de bachillerato, pero viniendo de colegios públicos?
Dicho de otra manera, si luego de sus procesos de selección y educación, los colegios privados llevaron 6.000 estudiantes a presentar bachillerato; ¿cómo se comparan sus notas con las notas de los mejores 6.000 estudiantes de colegios públicos? ¿Se reducirá la brecha entre la educación pública y la privada cuando comparamos estos dos grupos de estudiantes?
Los datos hablan por sí mismos. La nota promedio de los 6.000 estudiantes provenientes de colegios privados fue de 79,9. Por su parte, los 6.000 estudiantes que obtuvieron las mejores califiaciones en bachillerato viniendo de un colegio público alcanzaron una nota promedio de 83. ¡La brecha no solo se reduce, sino que se invierte!
Por supuesto que hay un sesgo aquí: estamos comparando a los mejores estudiantes de colegios públicos con todos los estudiantes de colegios privados. Pero ¿acaso no hay también un sesgo cuando comparamos las notas de 6.000 estudiantes de colegios privados, que viven en condiciones socioeconómicas, educativas y culturales de privilegio –y que han sido rigurosamente filtrados–, con las notas de 29.000 estudiantes de colegios públicos, muchos de los cuales viven en las condiciones más adversas, en las zonas más alejadas y dispersas, y con más dificultades para estudiar?
No quiero escoger un criterio sobre el otro. Quiero que valoremos los dos. Es cierto que la nota promedio de los privados es superior a la de los públicos, y es lógico que así sea. Lo que sorprende es que una enorme cantidad de estudiantes que provienen de colegios públicos –tanto que es igual al total de estudiantes que vienen de colegios privados– obtiene en bachillerato notas superiores que quienes estudian en centros privados.
Con esto no pretendo cuestionar, ni por asomo, la calidad de nuestros centros educativos privados. Han demostrado con creces que sus estudiantes obtienen excelentes resultados. Lo que sí he querido cuestionar es el estereotipo contrario: la creencia de que la educación privada es buena y la pública es mala.
Creo que los datos aportados son evidencia suficiente de que esto no es cierto: nuestra educación pública es capaz de dar tan buenos resultados como la privada, y cumple además con una función social que, sin financiamiento público, sería imposible de lograr: atender a toda la población estudiantil y permitir que las brechas de la desigualdad educativa empiecen a revertirse.