En días recientes recibimos la buena noticia de que el embarazo en adolescentes continúa bajando; un descenso sostenido que se inició en el 2012. El porcentaje se mantenía en un 20%, aproximadamente, y los datos dicen que fue de un 10,6% en el 2020.
Tres hechos podrían relacionarse con tan significativa caída. El primero de ellos es el Programa de Afectividad y Sexualidad del Ministerio de Educación Pública (MEP) desde el 2012; el segundo, el Proyecto Mesoamericano de Prevención del Embarazo Adolescente, centrado en las regiones donde la cantidad era más elevada y la distribución de anticonceptivos de larga acción, como por ejemplo los implantes subdérmicos, comenzó en el 2013; y tercero, la aprobación de la ley contra las uniones impropias, en el 2016.
El Proyecto Mesoamericano, intersectorial e interinstitucional, fue una opción en vista de la falta de una estrategia integral para atender la salud de los adolescentes en la Caja Costarricense de Seguro Social (CCSS) y el Ministerio de Salud. El proyecto demostró que acciones dirigidas a las necesidades de esta población tienen un impacto positivo.
La ley contra las uniones impropias tiene menos tiempo, pero su sola existencia impulsó un progresivo cambio de paradigma cultural y el Programa de Afectividad y Sexualidad del MEP subsanó una necesidad prioritaria.
Datos recopilados
Investigaciones llevadas a cabo por la Clínica de Adolescentes del Hospital Nacional de Niños y la Asociación Pro Desarrollo Saludable de la Adolescencia han explorado a lo largo de muchos años las prácticas y conocimientos sexuales de la población adolescente escolarizada.
La investigación más reciente se efectuó a finales del 2019 por medio de una encuesta hecha a 9.223 estudiantes de colegios de todo el país, públicos y privados.
Se pudo determinar que la aparición de la primera menstruación se produce a los 11 años y medio y que el 22% del total de los entrevistados había tenido relaciones sexuales, el 48% de ellos entre los 12 y los 15 años. Un 7% eran menores de 13 años, lo que calificaría como violación.
Un 3% de las relaciones entran en la categoría de relación impropia, de acuerdo con la legislación. Además, el 53% dijo haber estado expuesto a la pornografía. Un 18% de estos eran menores de 13 años y el 61% tenían entre 12 y 15 años.
Los conocimientos generales en aspectos biológicos son aceptables, pero los estudiantes evidenciaron consumir información incorrecta sobre cómo protegerse durante el coito. Por ejemplo, aproximadamente el 50% desconocía que un embarazo es posible si el pene roza la entrada de la vagina sin condón o si se practica el coito interrumpido.
El 48% no sabía que el sexo oral sin condón es un factor de riesgo para contagiarse del virus de inmunodeficiencia (VIH) y el 58% ignoraba que aun con condón se exponen a infectarse del virus del papiloma humano, entre otras enfermedades de transmisión sexual.
Efectos de las buenas políticas
Como conclusiones de lo comentado previamente, podría mencionar, en primer lugar, que programas y legislación apropiados tienen efectos positivos, incluso a pesar de que en la ejecución no exista coordinación.
El Programa de Sexualidad y Afectividad del MEP surgió como una iniciativa ministerial, el Proyecto Mesoamericano responde a una estrategia regional y la ley contra las uniones impropias fue promovida por la ONG Paniamor, secundada y apoyada por la Clínica de Adolescentes del Hospital Nacional de Niños, la Defensoría de los Habitantes y el Patronato Nacional de la Infancia (PANI).
La pregunta es cuánto más se podría hacer si existiera una real y eficiente coordinación intersectorial e interinstitucional, que no realiza el Consejo de la Niñez y la Adolescencia, aunque es de su competencia.
De acuerdo con las investigaciones mencionadas, queda claro que, en un porcentaje significativo, los cambios biológicos, la exposición a riesgos y daños, como lo son el acceso a pornografía, el abuso sexual y las relaciones impropias y prácticas sexuales, ocurren antes de la edad para ingresar al colegio.
En conclusión, estamos llegando muy tarde para inculcar hábitos de protección, para brindar información a los niños y fortalecer en ellos la capacidad para tomar decisiones y empoderarse.
Adelantar la transmisión de conocimiento
Asimismo, es indudable que la transmisión de información biológica protectora por parte del Programa de Sexualidad y Afectividad es deficitario y requiere una evaluación; sin embargo, su enfoque de integralidad biopsicosocial brinda elementos que son eficaces y funcionales, por lo que la permanencia en el sistema educativo es garantía de protección.
Para la Organización Mundial de la Salud, la adolescencia comienza a los 10 años y termina a los 19. Responsablemente, hemos empezado a administrar la vacuna del virus del papiloma humano, transmitido fundamentalmente por prácticas sexuales, a los 10 años de edad.
Sin embargo, contradictoriamente, negamos un derecho basado en evidencia, y que es la urgencia de comenzar desde el quinto grado de escuela los programas de educación sexual a fin de proteger a la población adolescente y fortalecer y dar sostenibilidad a los logros.
El autor es médico pediatra, fue fundador y director durante 30 años de la Clínica del Adolescente del Hospital Nacional de Niños. Siga a Alberto Morales en Facebook.