Falta una cultura de respeto y dignificación del acto educativo que le dé su lugar y trascendencia frente a la noble misión de formar personas.
El acto educativo es el momento sublime de la labor docente, el encuentro personal entre educador y educandos mediatizado por la enseñanza y el aprendizaje de comportamientos, actitudes, contenidos, habilidades y saberes; debe estar revestido de atributos de calidad que lo hagan digno, formador, motivante y casi sagrado.
Los docentes tienen razón al reclamar respeto a su verdadera función y no podrían demandar cosa diferente. Las tareas administrativas son virus que carcomen la calidad docente, comején que corroe la madera para la obra educativa. En educación, con frecuencia, calidad se confunde con cantidad y estadísticas. Una cosa es cantidad, otra calidad: cualidad esencial, resistible a los números.
Sería interesante conocer los términos de calidad que maneja el Ministerio de Educación (MEP) para construir calidad humana, calidad del aprendizaje. Se habla de calidad de la educación (digamos educación de calidad) y en el caso del acto educativo su calidad está disminuida por gran cantidad de tareas administrativas que van en perjuicio del tiempo para la formación de los estudiantes, la autoestima del educador y las posibilidades para que este ejerza su profesión de manera holgada y óptima.
Más que servicio. El acto educativo, o acto docente, va mucho más allá de un servicio; su calidad apunta al aspecto humano, a la actitud, al comportamiento del docente y de los alumnos. Protegerlo es invertir en educación de calidad: tiempo bien aprovechado, relaciones fructíferas, aprendizajes significativos, ambiente constructivo, trabajo motivador, formación de personas, alegría, descanso y paz.
Calidad significa estar plenamente involucrado, y si el acto educativo es perturbado por labores ajenas a él, educador y alumnos solo se involucrarán a medias en la labor de enseñanza y aprendizaje, limitándose el sentido del acto y restando oportunidad de crecimiento y autoestima a sus actores.
El educador debe ser respetado y protegido en su momento docente para que sienta orgullo de su profesión, valía y entusiasmo, satisfacción de su trabajo, sentido de su misión, fortalecimiento de sus capacidades y expectativas de realizar sus tareas, en el futuro, con óptimos resultados.
Interrumpir el acto educativo es un sacrilegio porque se afecta la concentración, la continuidad, los tiempos, los procesos mentales, la dedicación enfocada a la tarea y se quebranta la sensación de disfrute que alumnos y educador tienen derecho a experimentar en sus trabajo didáctico; eso podría tener un alto precio en términos de deserción escolar y problemas psicosociales.
Restar tiempo al acto educativo para asuntos administrativos, limita las oportunidades del docente para la formación de personas y podría arriesgar la educación de no pocos estudiantes.
Deserción. En el artículo sobre “Ninis: presa fácil del narcotráfico”, Alberto Barrantes sugiere poner en práctica más acciones que disminuyan la deserción de los sistemas educativos ( La Nación, 10/7/2017). Es posible que mucha de esa deserción esté motivada por la frustración que no pocos alumnos podrían experimentar al no sentirse atendidos, en tiempo, necesidades de afecto y ayuda para el aprendizaje. El educador es docente, no mago.
Es importante que el MEP y las organizaciones magisteriales pongan mayor interés en el acto educativo como fragua de la enseñanza y el aprendizaje y no solo en asuntos económico- laborales. Precisa asignar al educador grupos más pequeños y limpiar la función docente de tareas que la prostituyen, así los alumnos disfrutarían de una atención de calidad durante los procesos de enseñanza y aprendizaje, lo cual otorgaría a la educación esa calidad especial que se reclama y que no se puede medir ni reducir a números, pero que motiva, construye personas, seres humano provechosos y ciudadanos dignos. Estrujar el tiempo del acto educativo es un atentado.
En efecto, la educación de calidad no se mide en estadísticas, toma lugar en una relación óptima, creativa y enriquecedora que atrae a niños y jóvenes a involucrarse y permanecer en el sistema, porque este les depara experiencias educativas que les llenan de significado y oportunidades.
El educador merece ser el artífice de esa relación y para ello necesita tiempo y condiciones de mucha calidad mientras realiza docencia. Deben garantizárselas.
El autor es educador.