“No gaste más de lo que recibe”. Es la regla máxima del trabajador. Cuán difícil entre tanta oferta en la calle y tantos bienes adquiribles.
Estamos acostumbrados a gastar, producir y generar dinero, para volver a gastar, volver a producir y seguir generando dinero. El círculo vicioso. El Viernes Negro, la Navidad, la entrada a clases y demás acontecimientos a lo largo del año son solo una muestra del poder del consumismo en nuestras vidas y la necesidad de gastar más de lo que nuestros bolsillos nos permiten.
Las estrategias de mercadeo desarrolladas de forma correcta nos hacen creer que determinado producto es necesario para nuestras vidas. Se crean momentos clave y tendencias que desarrollan el FOMO (siglas de Fear of Missing Out, “miedo a perderse algo”) en cada uno de nosotros.
Somos parte de la maquinaria consumista que nos arrastra, tarjeta en mano, a gastar en bienes o servicios que quizás no necesitamos. Pensaría que en el 90 % de los casos no son necesarios, pero podría equivocarme.
Excelente por los mercadólogos porque logramos posicionar los productos o servicios que vendemos. Ese es nuestro trabajo, al final de cuentas. La pregunta recae en el consumidor: ¿Está gastando de más?
Futuro. Yuval Noah Harari es un escritor israelí cuyo libro 21 lecciones para el siglo XXI ha demostrado ser visionario en una gama increíble de temas. Algunos de carácter más universal y otros de índole más personal. Retrata de manera curiosa el futuro de los trabajadores. Arremete de manera interesante contra el trabajo de hoy y marca un sendero muy estrecho hacia el futuro, cuando la mayoría de los trabajos sean automatizados.
Muchos deberán reinventarse y desarrollar nuevas habilidades para encontrar un puesto nuevo. Un grueso de la población dependiente de trabajos manuales, con baja escolaridad, se verán en el triste momento de ser descartados por empresas que invertirían en automatizar y abaratar procesos. Las máquinas no se enferman, no requieren que se les paguen incapacidades, no necesitan vacaciones y pueden vivir sin la hora de almuerzo.
Esta visión, aunada a una constante necesidad de gastar sin medida, nos obliga a replantear varios puntos de vida, desde este momento, para evitar ser presa de los cambios que el futuro nos pueda traer.
El primero son los ahorros. La cultura costarricense ha tenido problemas para crear el hábito del ahorro. Basta con ver la deuda en tarjetas de crédito: ronda los ¢500.000 por tarjetahabiente (alrededor de $800 por tarjeta. No son pocos quienes tienen más de una).
A ese ritmo de gasto-deuda, el problema ya no será de cada persona, sino del Estado por no promover el ahorro y ahora se ve colmado de habitantes desfinanciados, que no empujan ni activan la economía del país porque trabajan para pagar deudas. No culpemos a los bancos. No culpemos a las tasas de interés (que de por sí requieren revisión y control). No culpemos a otros. Está en cada uno de nosotros y en la visión de vida que tengamos o que se nos haya inculcado.
Pensión. El segundo tiene que ver con nuestro retiro. Carlos Kasuga Osaka, empresario mexicano, hijo de inmigrantes japoneses, relata la historia de las estaciones de la vida. Comenta que la vida, como la tierra, posee estaciones.
La primavera va de los 0 a los 20 años, época en que aprendemos y nos formamos como individuos. El verano va de los 20 a los 40 años y es cuando comenzamos a desarrollar el árbol de nuestra vida y a ser frondosos. El otoño, de los 40 a los 60, cuando vamos en la recta final de nuestra vida laboral para llegar al invierno, que se inicia a los 60.
Kasuga comenta que no se nos enseña a prepararnos para el invierno y no aprovechamos el verano y el otoño para guardar reservas necesarias más adelante.
A quienes dependen de una pensión no les alcanza para cubrir la mayoría de las necesidades. No nos acostumbramos a ahorrar por lo menos un 10 % de las ganancias del salario, aguinaldo, bonos u horas extras y, por ende, pasamos muchas necesidades en la edad adulta.
Reinventarse. El tercero tiene que ver con cultivar habilidades. Estudiamos unos 20 años, pero cuando llegamos al final de la carrera nos sentimos cansados y listos para dejar de estudiar. Error. Ese es el momento justo para seguir cultivándonos y estudiando muchas otras cosas.
Nos acostumbramos a asociar la lectura con obligación y el estudio con gasto. No tenemos la visión de pensar que el aprendizaje y el cultivo de cierto tipo de habilidades pueden abrirnos las puertas del futuro más adecuado para nuestras aspiraciones, partiendo, claro, del supuesto de que nuestra aspiración es vivir de forma tranquila el resto de nuestras vidas. Muchas personas tienen el deseo de escribir, de aprender a tocar piano, de saber cómo hablar en público, pero del deseo no pasan y ahí es donde está el problema.
Queremos ser protagonistas de nuestra propia historia sin esforzarnos por ver hacia donde vamos como individuos y como país. La pregunta ahora es qué haremos para tener un futuro diferente. Lo más importante de la pregunta es determinar cuál es el futuro deseado y dónde nos vemos en 30, 40 o 50 años. Si necesitan un punto de partida, podrían comenzar por lo que están haciendo hoy para mejorar su porvenir.
El autor es mercadólogo.