En mis casi 40 años dedicados a la promoción y la defensa de la democracia y el Estado de derecho en América Latina y más allá, sigo aprendiendo acerca de la perversidad y el oprobio para abusar del poder y corromperlo cuando creí que ya lo había visto todo. La manifestación convocada por la Casa Presidencial de Rodrigo Chaves, utilizando sin pudor los recursos públicos, es una muestra más de la desfachatez y el cinismo del presidente para movilizar a la población utilizando la ignorancia deliberada, según lo expuse en otro artículo mío, publicado en estas páginas el 11 de diciembre del 2024.
¡No es de extrañar! Con la llegada de Donald Trump al poder, se inició una etapa de transformación tanto en el orden internacional como en la situación de la democracia –que ya venía para esta– que he denominado “de la civilización a la barbarie”.
Coincido con el distinguido profesor y jurista venezolano doctor Allan Brewer Carías, con quien tuve el privilegio de trabajar en el Instituto Interamericano de Derechos Humanos en los años 80, en el sentido de que el populismo es una estrategia política desarrollada generalmente por un grupo político o un líder político nuevo, con el propósito, en nombre del pueblo –al que apela el jaguar reiteradamente–, de llegar al poder y gobernar, y una vez que se llega al gobierno, con el objetivo de perpetuarse en el poder.
Según Brewer, generalmente se trata de una estrategia que florece en momentos de crisis política y económica, provocada, entre otras cuestiones, por la sensación de falta de representatividad y de participación de la población en el proceso político, de falta de credibilidad en el liderazgo tradicional. Todo ello, aunado a la existencia de grandes desigualdades económicas y sociales.
Para Brewer, cuando se trata de un líder populista, este pasa a convertirse en el intérprete de lo que el pueblo quiere y necesita, prometiendo regenerar la nación, refundar el Estado, establecer una nueva etapa en el país y crear un “hombre nuevo”. Y termina por deformar la propia historia y crear una nueva historia. Es, precisamente, la bronca a la que se dedicó Chaves todo este tiempo, en vez de cumplir su juramento de gobernar con eficiencia y eficacia por el bien común.
Un siguiente paso es convocar una asamblea constituyente para la destrucción de los principios de representación democrática, la separación de poderes, el pluralismo, la alternancia en el poder, el respeto a los derechos humanos, la libertad de prensa y los contrapesos de poderes. ¡La concreción del asalto al Estado de derecho! Es lo que se conoce como “constitucionalismo populista” o “populismo constitucional” por el que ya pasaron varios países en América Latina, como Venezuela y El Salvador, que pretenden que un grupo coopte el poder para ejercerlo para siempre.
Otra de las estrategias populistas, en opinión de Brewer, es la concentración del poder en el líder. Lo vemos con Trump, Bukele y, aquí, el presidente Chaves lo deja cada vez más claro. De ese modo, buscan eliminar el principio de la separación de poderes. Tal separación de poderes es otra de las víctimas del populismo, en que el gobernante proclama que es el único que representa e interpreta al pueblo –lo dice Chaves todos los miércoles–. Por ello, no puede tener rivales ni contrapesos dentro del Estado. El poder es uno y único, y no admite rivales ni disidencia dentro de la estructura estatal.
La marcha del 18 de marzo es un ejemplo más del asalto a nuestro Estado de derecho que Chaves viene haciendo desde que no pudo gobernar con las reglas establecidas en nuestro ordenamiento jurídico. La democracia es un régimen de reglas y normas que los gobernantes se comprometen a respetar. También la democracia tiene los mecanismos formales para perfeccionarla y mejorar su funcionamiento, algo que el presidente no ha querido entender ni aceptar por arrogancia y falta de vocación democrática.
Chaves vende la existencia de una sola verdad, que es la verdad que manifiesta arrogándose la representación del pueblo según el manual populista, y que, como verdad oficial, ello implica tratar a quien disienta como a un enemigo del pueblo; objeto, por tanto, de atropellos y persecuciones contra personas e instituciones.
Chaves y algunos de quienes lo siguen son enemigos de la democracia. El régimen que él persigue moldear no es la democracia como la conocemos; es un adefesio que no cumple con los principios de la democracia constitucional. El país tiene que abrir los ojos.
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Cecilia Cortés es politóloga e internacionalista.
