Durante las primeras décadas del siglo, se consolidó la globalización como modelo económico mundial, cuyo gran impulsor fue Estados Unidos. Este alcanzó su clímax con la entrada de China a la Organización Mundial del Comercio (OMC) en el año 2001.
Aunque, a primera vista, se hubiera pensado que el objetivo principal era la exportación desde Estados Unidos (EE. UU.) de los productos norteamericanos, la inversión de las empresas estadounidenses se dirigió a China, con el objetivo de manufacturar a bajo costo los productos y exportarlos desde allí al resto del mundo, incluyendo el propio Estados Unidos.
Así, China comenzó a acumular grandes reservas monetarias en dólares, las cuales empezaron a reinvertirse en EE. UU., inicialmente en deuda del Gobierno estadounidense.
De esta forma, se creó un círculo de liquidez que comenzaba en Estados Unidos (inversión real), iba a China y volvía a EE. UU. (inversión financiera). Como todo modelo exitoso, el sistema lo llevó al extremo y lo aplicó al máximo, de manera que las empresas norteamericanas han crecido exponencialmente, sus consumidores se han beneficiado y su mercado de valores se ha multiplicado en tamaño, y, con ello, la riqueza de Estados Unidos.
También China evolucionó gracias al ahorro acumulado durante las décadas de globalización, y pasó de manufacturar lo que las empresas occidentales necesitan a crear sus propias empresas, con su propio capital y productos, y a invertir en el resto del mundo. Su exitosa evolución ha hecho que se pierda de vista el círculo de liquidez que lo generó y su dirección.
Este tipo de procesos son lo que George Soros llama un ciclo reflexivo. En otras palabras, es un proceso que se alimenta a sí mismo en forma circular, al punto de que se pierde de vista su origen, hasta que se interrumpe violentamente.
Lo que hoy plantea el gobierno de Donald Trump, al menos de manera inicial, es que ese círculo se revierta. En otras palabras, que gran parte del capital que las empresas norteamericanas invertían en el exterior vuelva a invertirse en EE. UU., pero con un inconveniente: sin las ventajas económicas que fueron el origen del éxito del modelo de globalización.
Como podrán intuir, los inversionistas en la bolsa norteamericana entenderán que el negocio cambió, que las rentabilidades no serán las mismas y que es hora de ir con la música a otra parte.
Pero, al igual que sucede con un banco cuando los ahorrantes comienzan a pedir su dinero, este tipo de cambios seculares pueden suceder de forma abrupta y muy acelerada.
Esperemos que la aplicación de los aranceles no sea generalizada ni permanente, para que el círculo no se interrumpa de forma radical, aunque el proceso de reversión ya se ha iniciado.
Marco Pacheco es economista.
