Actualmente, ejerce la presidencia un joven militante de una agrupación política igualmente joven, la cual acaba de cumplir un primer mandato lleno de cuestionamientos, críticas y escándalos de corrupción. Su gabinete lo forman personas cuya formación deja mucho que desear a gran parte de los votantes. A muchos les causa desasosiego ver a una intransigente mujer de línea dura (izquierda) en el Inamu. Algunos querían un experto en educación, pero obtuvieron a un administrador en el cargo principal del MEP. Se encuentran nuevamente con un político tradicional en el MOPT...
Las razones para sobresaltarse por las decisiones de Carlos Alvarado son muchas y se siente, con justa razón, incertidumbre ante lo que se viene para el país. Desde hace semanas, muchos desean exigir al presidente que nombre otras personas para esos puestos.
En febrero, ¿no votó acaso más de millón y medio de personas contra el partido de Carlos Alvarado? ¿No estuvo acaso en la segunda ronda claro que si el presidente actual llegó a su puesto se debe a que más personas votaron en contra de su contrincante que a favor del futuro presidente? Ante esto, la aplastante realidad de los números, muchas personas se niegan a sentirse representadas por el gobierno actual. Y es su derecho.
Pasadas las elecciones, tenemos todo el derecho del mundo a no sentirnos representados. Podemos sentir, afirmar y demostrar que la ideología del PAC no nos representa, que una Patricia Mora en el Inamu es un peligro, que Méndez Mata es una vuelta al bipartidismo, que Édgar Mora no tiene ni idea de educación. Podemos querer que otras personas ocupen esas sillas, estamos en nuestro derecho de criticar su labor y estar prestos para señalar los errores que cometerán (sin duda lo harán) con vigor y un sonoro “si hubieran nombrado a X, esto no sería así”, “de haber ganado mi candidato, todo sería distinto”.
Demócratas. Pero nos encontramos aquí con lo maravilloso de la democracia costarricense. Menos de la décima parte de la población total del país eligió a Carlos Alvarado en primera ronda; menos de la tercera parte de los votantes inscritos votaron por él en la segunda ronda... y aun así tenemos un presidente al cual respetar, al cual confiar el control de nuestra patria, a quien las reglas de la democracia han encargado gobernar “en nombre del pueblo”.
Los costarricenses tenemos el derecho a no sentirnos representados. Pero de ninguna forma tenemos el derecho de arrogarnos la soberanía; nadie tiene el derecho a asumir la representación del pueblo y actuar de manera nociva para el gobierno recién estrenado. Es nuestra obligación actuar de manera acorde con nuestros deberes de ciudadano.
Sí tenemos el derecho a exigir de este gobierno que actúe de manera proba, limpia, honesta y eficiente. Pero, sin importar quién esté al frente, tenemos la responsabilidad de no obstaculizar su labor; debemos crear un ambiente en el cual nuestros representantes puedan desarrollar sus proyectos. No podemos poner obstáculos antes de que empiecen a trabajar. Todos estamos en la misma carreta, que en este momento atraviesa un lodazal.
Si impedimos que los bueyes Mora, Méndez, Mora y muchos más caminen, si impedimos que el Alvarado boyero pueda tomar las decisiones y actúe de manera acorde... no avanzaremos tampoco nosotros, y nos quedaremos estancados.
¡Qué importa que los elegidos para formar gabinete de Carlos Alvarado no sean nuestros preferidos! Debemos aceptar que ellos están en su puesto por voluntad popular, porque así funciona el sistema, porque elegimos un gobierno de manera democrática.
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El riesgo (lo hermoso) de la democracia es, justamente, tener la confianza para poner en manos de otro nuestros sueños, nuestras esperanzas, nuestros anhelos. Ese es un peso gigante, suficientemente pesado como para que, además, nos dediquemos a crear obstáculos artificiales, nacidos del rencor y del odio.
Ejerzamos nuestro derecho a no sentirnos representados por el gobierno actual. Pero, costarricenses, ¡bajémonos de la carreta! ¡Allanemos el camino! ¡Removamos nosotros mismos los obstáculos y trabajemos por Costa Rica! Quizá no nos gusten el boyero ni los bueyes elegidos, pero si nos sentamos a esperar y nos dedicamos a crear conflictos... será culpa nuestra ver hundirse nuestro hermoso país en el lodo de la infamia.
El autor es filólogo.