Una conclusión obvia se extrae de las cartas ideológicas, de las propuestas de gobierno y de las primeras iniciativas de los dos principales movimientos políticos que recién asumieron el control del Parlamento. La política costarricense está siendo dirigida por dos partidos con una ideología coherentemente enfocada.
Objetivos. Si tuviese que enunciar el enfoque, de forma concluyente, afirmaría que es una agenda ideológica sustentada en dos grandes objetivos. Por una parte, la consolidación de un sistema de progresiva intervención estatal en cada vez mayores esferas de actividad humana. En otras palabras, la política en función del Estado y no en función del hombre. El otro objetivo tiene que ver con la cultura de la patria. Consiste en la imposición –aquí– de la agenda internacional del materialismo laicista. En el orbe, ella promueve sustituir en la vida pública la histórica cosmovisión centrada en los valores cristianos y, en su lugar, imponer una cosmovisión no laica, sino laicista. Algo que podríamos definir como “descristianizar la vida pública”.
Como ambos partidos coinciden en estos dos objetivos, el pacto que les permitió controlar el Congreso era natural desde la perspectiva ideológica. El acuerdo político que ambos suscribieron lleva el mérito de ser honesto con esa afinidad de propósitos. No se trataba simplemente de elegir un Directorio legislativo, sino de impulsar un proyecto político-ideológico específico. Por cierto, al pacto se sumó un tercer partido: el Partido Unidad Social Cristiana (PUSC). Lo incongruente de esa adición es que, en teoría, el socialcristianismo es la filosofía política del PUSC. Si no pretende renunciar a su planteamiento filosófico originario, no comprendo de qué forma dicho partido se sumará a las iniciativas legislativas que se deriven de tal acuerdo. Para ser coherente con su carta de principios, en algún momento habrá de corregir el rumbo.
Así pues, la balanza está inclinada hacia el monopolio de un discurso en dos vías: una vía claramente estatizante y otra que, a la vez, confronta los valores judeocristianos que le dieron cimiento a la nación. Frente a ese proyecto ideológico, forjar un contrapeso sólido es algo sano para la democracia constitucional. Y ese es el desafío de la democracia cristiana. ¿Por qué? En primer término, porque ese contrapeso no lo puede ofrecer un partido sin un fundamento cristiano claro –menos aún, partidos que carguen prácticas clientelistas–, pues esa mala praxis también se sirve de un Estado peligrosamente asistencialista y progresivamente invasor. Tampoco lo puede ofrecer un partido cuya visión política esté reducida a una simple perspectiva de libre economicismo, pues el hombre no solo vive de pan.
La democracia cristiana es una filosofía política que concentra dos virtudes que son indispensables hoy: por una parte, la defensa de una visión política integral sustentada no en el Estado, sino en el ser humano –lo anterior, a través de la defensa de principios como el de subsidiariedad–; por otro lado, desde la perspectiva cultural, la defensa de los valores de la vida y la familia. Por dicha razón, el arribo al Congreso de la Alianza Demócrata Cristiana (ADC), cuyo representante es el expresidente legislativo Mario Redondo, es una noticia esperanzadora. En las últimas décadas, es el primer partido con una filosofía política integral derivada de los valores cristianos y, por lo tanto, no limitada únicamente a los temas de algún segmento electoral religioso. Este último aspecto es fundamental y, como tal, paso a explicarlo.
Cristianismo inspirador. El árbol no debe confundirse con sus frutos. El cristianismo es fuente que inspira filosofías políticas, pero no por ello es una filosofía política y, mucho menos, una plataforma ideológica de iniciativas electorales. Contradecir este argumento llevaría al aberrante criterio de considerar como ideales políticos la verdad revelada por Dios al hombre para que la profesara como estilo de vida. El cristianismo es algo muy superior a cualquier ideología o filosofía política. Que partidos invoquen un discurso limitado a lo confesional, como ha sucedido, es algo que debe ser superado.
Al debate nacional le urgía un partido con una filosofía política que, aunque derivada de los valores judeocristianos, ofreciera una agenda integral sobre los distintos problemas nacionales, y, particularmente, con una visión-país coherente con una filosofía política sistemática. Hasta la reciente aparición de la nueva ADC, la democracia cristiana costarricense se había sumido en una grave crisis existencial. En esta crisis colaboró al abandono que, en el pasado, el Partido Unidad hizo de la agenda democristiana. A tal extremo llegó ese abandono, que, durante el cuatrienio 2006-2010, una miembro de su fracción legislativa promovió proyectos de ley contrarios a la doctrina familiar cristiana e, incluso, proyectos contra la vida, iniciativas tristemente enmarcadas en lo que Juan Pablo II denominó la “cultura de la muerte”. Por otra parte, algo pasó con los partidos que pudieron haber llenado este vacío: los partidos denominados “evangélicos”. Se constituyeron con un objetivo noble, pero fueron iniciativas políticas unipersonales y monotemáticamente enfocadas solo en los requerimientos del sector religioso que adoptaron como base electoral. Ello les impidió convertirse en movimientos con una visión-país.
Partidos aconfesionales. La democracia cristiana surgió en la historia como una necesidad de que los cristianos seglares participaran como tales para insuflar el espíritu cristiano en la orientación del poder público. Surgió como reconocimiento de que la acción política debe ser un compromiso del cristiano laico, pues, aunque por su propia misión, la Iglesia tiene función de magisterio en la dimensión temporal, ella trasciende esta realidad material. Y, al ser la actividad política enfrentamiento de los problemas históricos concretos, esta es tarea de políticos, y no de ministros religiosos. Por esto, aunque de inspiración cristiana, los partidos democristianos son aconfesionales. Como distinguen con claridad lo que es la acción política de lo que es la actividad religiosa, no son partidos “evangélicos” o “católicos”, sino partidos de laicos cristianos comprometidos en una visión política integral. Tal es la perspectiva correcta.
Rectificación posible. Ahora bien, frente al panorama enunciado, la buena noticia es que rectificar es posible en función de una agenda democristiana común. El cuatrienio apenas empieza. En esa enmienda puede colaborar el hecho de que el PUSC cuente con el liderazgo del Dr. Rodolfo Piza, hombre que verdaderamente se ha comprometido con los valores democristianos. Otro factor positivo es que, desde dentro del Congreso, la Alianza Demócrata Cristiana cuenta con la representación de otro líder coherente, el Lic. Mario Redondo, experimentado expresidente legislativo. Otros partidos, como los denominados “evangélicos”, tienen la oportunidad de abandonar las antiguas divisiones y aportar a la unión en función de dicha agenda integral. Es el llamado ante el reto que todos enfrentan.
Marcarán la impronta quienes sean consecuentes frente al desafío.