EscucharEn el contexto electoral que viven Costa Rica y varios países de América Latina, es fundamental alertar sobre el peligro del populismo y su discurso de combate a la corrupción para nuestras instituciones democráticas.
El discurso populista anticorrupción es una herramienta de campaña mediante la cual se presenta, en términos del politólogo Cas Mudde, a la sociedad como una esfera dividida en dos grupos homogéneos y antagónicos: los puros (el pueblo liderado por el candidato anticorrupción, con frecuencia un outsider) y la “élite corrupta” (la clase política tradicional), la cual se sataniza con el fin de capitalizar electoralmente el apoyo de los desilusionados con dicha élite.
Analizaremos aquí tres riegos fundamentales a los que puede llevar el apoyo popular a este discurso y a quienes lo emiten.
El primero: existe un desfase entre la narrativa anticorrupción de las campañas populistas y la reproducción y posible aumento de la corrupción durante la gestión de los gobiernos de este corte.
El segundo: las políticas anticorrupción de dichos gobiernos pueden convertirse en un arma contra los adversarios políticos.
El tercero: la narrativa y propuestas anticorrupción populistas pueden tener un impacto negativo sobre la credibilidad de los procesos electorales, las instituciones políticas y los medios de comunicación.
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La reproducción y aumento de la corrupción. Es posible que muchos ciudadanos desconozcan la existencia de un círculo de reforzamiento mutuo entre el populismo y la corrupción. Transparencia Internacional en su informe del índice de percepciones de corrupción 2016 comprueba que el descontento de los individuos con la corrupción gubernamental —particularmente en contextos de desigualdad social— es un factor que ha favorecido crecientemente la llegada al poder de regímenes populistas no solo en América Latina, sino en otras regiones, los cuales posteriormente se han tornado en piezas clave de la corrupción sistémica que tanto criticaron. Por ello, el populismo actúa, no solo como resultado de la corrupción, sino también como generador, y a veces acelerador de la corrupción.
Berlusconi en Italia, Erdogan en Turquía, Fujimori en el Perú y Chávez y Maduro en Venezuela son solo algunos ejemplos de líderes que han llegado al poder enarbolando la bandera anticorrupción, pero que, como sabemos, sus gobiernos han terminado siendo ampliamente cuestionados.
Uno de los casos más recientes ha sido también el del presidente Jimmy Morales, en Guatemala, quien en el 2016 asumió el poder con el eslogan “Ni corrupto ni ladrón” —tras la renuncia y encarcelación del presidente Pérez Molina— y que en menos de un año, su hermano, su hijo y varios funcionarios de su gobierno eran ya investigados por fraudes estatales.
Ahora, ¿por qué la corrupción se mantiene y con frecuencia se exacerba en los gobiernos populistas? Según estudios de Transparencia Internacional y del London School of Economics, entre otros, la razón es que estos gobernantes manifiestan una propensión a neutralizar los sistemas de pesos y contrapesos y a las fuerzas de oposición para hacer valer sus propias agendas e intereses, así como a transgredir las leyes para ganar poder y enriquecerse ilícitamente, pasando por encima de estándares éticos y de anticorrupción.
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El riesgo de las políticas anticorrupción como arma contra el adversario. Las propuestas anticorrupción en manos de líderes populistas corren, además, el riesgo de convertirse, como lo menciona Moisén Naím, en mecanismos de ajuste de cuentas contra enemigos políticos, o bien, en algunos casos, en justificación para la omisión de pasos fundamentales del debido proceso.
Por ejemplo, la advertencia de “al diputado que agarre con chorizo, voy con la Policía y lo meto a la cárcel”, hecha por el candidato a la presidencia por el partido PIN, Juan Diego Castro, va claramente en esa línea. De igual forma en México, el candidato de Morena, Manuel López Obrador, ha propuesto dar a los cuestionados por corrupción un trato similar al de los investigados por crimen organizado, proponiendo con ello la encarcelación durante el proceso de investigación.
El riesgo de la deslegitimación de las instituciones y los medios. El discurso populista anticorrupción puede también tener un impacto sobre la confianza en las instituciones de la democracia liberal, incluyendo las elecciones, como lo demuestran Pippa Norris y Ronald Inglehart en uno de sus estudios sobre populismo.
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El populismo se alimenta no solo de la desconfianza en los políticos tradicionales, sino también en las instituciones públicas y en los medios de comunicación, convirtiendo a estos en blanco de las acusaciones de complicidad con las “élites corruptas” en el poder. Además, el impacto en el proceso electoral no solo es riesgoso por las frecuentes acusaciones de fraude que afectan la percepción de integridad de las elecciones, sino también porque sus propuestas crean divisiones extremas en el electorado, que favorecen la intolerancia social, e incluso la violencia política.
La autora es politóloga e investigadora.
