Hace medio siglo, el 8 de enero de 1964, el presidente Lyndon Johnson, ante el Congreso de Estados Unidos, le lanzó este desafío a su pueblo: “Este Gobierno declara, aquí y ahora, una guerra incondicional a la pobreza…No descansaremos hasta no ganar esta guerra”. Esa guerra comenzó con una tasa de pobreza del 14,7%.
En 1900, el 65% de las familias norteamericanas eran pobres. Sin embargo, para 1964, ya se había reducido la pobreza al 14,7% sin ningún programa de asistencia social por parte del Estado.
Johnson implementó una serie de programas masivos de asistencia estatal por un valor total de casi $20 “trillones” ($20.000.000.000.000) hasta el día de hoy, una cifra mayor que la deuda soberana total actual de Estados Unidos.
En 50 años de guerra incondicional contra la pobreza, después de una inversión de $20 trillones, no solo no se ganó la guerra, sino que la pobreza aumentó, del 14,7% al 15%. En un insólito contraste, en 60 años de un crecimiento desvinculado de la injerencia del Estado, la pobreza disminuyó del 65% en 1900 al 14,7% en 1964.
Una guerra perdida. Johnson perdió la guerra porque su gobierno se dedicó a echarle plata a la pobreza en vez de combatir sus causas estructurales.
En Alemania sucedió algo parecido después de la reunificación de la Alemania comunista del este y la Alemania democrática del oeste. El economista alemán Simón Huber comenta que, “después de dos décadas y $2 trillones, o más, de ayuda a la Alemania oriental pobre, no se logró prácticamente ningún beneficio. Los subsidios no forjan economías exitosas. El dinero solo no ayuda. Uno solo se salva cuando lo hace sin contar con la ayuda de nadie… Nuestros estudios sugieren que, para que la ayuda sea efectiva en el futuro, los medios a través de los cuales se otorga la ayuda tienen que ser replanteados”.
En un editorial, el izquierdista New York Times lo replantea así: “Lo interesante es que ahora la ayuda no está destinada a terminar con la pobreza, sino ‘a salvar vidas’. La ayuda se dirige hacia aquello que salva vidas: principalmente, alimento y salud”.
Reducción de la pobreza. Hay medidas que, en la experiencia mundial, han tenido éxito en el combate contra la pobreza. El conjunto de la economía tiene que crecer. Distribuir no es suficiente. Está establecido que un aumento del 10% en el PIB genera una disminución del 11% de la pobreza.
El crecimiento económico tiene que orientarse a la generación de empleos productivos y no ha aumentar el número de empleados públicos.
En 1970, poco antes de que llegara al poder Allende, con un Chile dominado por el pensamiento izquierdista, el 21% de los chilenos era víctima de la pobreza extrema. Pero, menos de dos generaciones más tarde, solo el 8% padecía ese flagelo. Los chilenos dieron lo que los marxistas llaman un “salto cualitativo”. Lograron ese prodigio con las reglas de la economía de mercado, la sensatez en la administración pública y un razonable apego a la ortodoxia económica.
Igual que la asistencia gubernamental, la ayuda externa tampoco ha tenido mucho éxito en reducir la pobreza. En “ Adiós a las limosnas ” Gregory Clark, un economista de la Universidad de California, argumenta que la ayuda convencional que los países ricos les otorgan a los países africanos más bien los ha perjudicado. William Easterly, un economista del Banco Mundial, recordó que, a pesar de $1 “trillón” en préstamos a los países subdesarrollados desde las década de los sesenta, la tasa de crecimiento del ingreso per cápita en esos países en los últimos 20 años ha sido cero.
Jesucristo les dijo a sus discípulos: “A los pobres los tendréis siempre entre vosotros” (Mateo 26:11). Es algo que no logran comprender los dogmáticos de la teología de la liberación. La pobreza sigue siendo un enigma en el siglo XXI como lo fue en el tiempo de Cristo. Es algo que no se alcanza a comprender: ni su origen ni su remedio.
Meta alcanzable. Hasta ahora, los programas de gobierno y de las instituciones internacionales han probado ser un fracaso en la guerra contra la pobreza porque no se puede terminar con ella. Hay que reorientar ese noble propósito hacia una meta alcanzable: paliar la pobreza. Y el instrumento más rápido y eficaz para paliarla es sencillo: creando riqueza y generando empleo para salvar vidas.