El amargo y traumatizante episodio de la enfermedad del coronavirus dejó en nuestro cerebro una psicosis que nos conduce a temer la aparición de otra pandemia.
La detección de un brote de neumonía de origen desconocido en China podría originar un escenario epidémico complejo, debido a que el fantasma de la covid-19 aún persiste.
Desde noviembre, niños de entre 5 y 12 años de edad, en el norte de China, saturan los hospitales. La alarma internacional volvió a encenderse y para algunos es como un déjà vu.
No obstante, esta vez no parece grave, pero sí demuestra que seguimos teniendo problemas de información y prevención. Aunque no estamos en diciembre del 2019, el ambiente parece recordarnos el comienzo de la pandemia de covid-19, pero con grandes diferencias.
El brote afecta principalmente a los niños, y los casos graves y muertes son pocos. Tampoco el origen está claro y los enfermos se circunscriben a una amplia zona del noroeste del país, incluida la capital, Pekín, y ciudades que están a cientos de kilómetros.
Frente a la situación, la Organización Mundial de la Salud (OMS) reclama a China “información epidemiológica y clínica adicional, así como resultados de laboratorio” para averiguar qué está pasando.
Sin embargo, situaciones semejantes están sucediendo en otros países, donde relajaron las restricciones y regresaron a la normalidad, en donde incluso el lavado de manos con agua potable mermó y, por ello, aumentaron los cuadros de diarrea y las enfermedades respiratorias causadas por una mayor circulación de agentes infecciosos.
En China, la vuelta a la “normalidad” después de la estricta política de covid cero fue retrasada y eso disparó los virus de influenza y el respiratorio sincicial.
No debemos olvidar que el SARS-CoV-2 sigue circulando en su paso de la transición de pandemia a endemia en la mayoría de los países.
Es lógico que, conociendo la explotación de los recursos naturales mediante el contrabando de animales silvestres en China, toda epidemia propagará el fantasma de la covid-19 por el mundo.
El autor es microbiólogo y salubrista público, director del Laboratorio Nacional de Aguas del Instituto Costarricense de Acueductos y Alcantarillados (AyA).