En junio del 2020, el Foro Económico Mundial, prestigioso centro de pensamiento creador del Índice Global de Competitividad, presentó la iniciativa conocida como el «Gran reinicio». Su objetivo es reconstruir la economía de manera sostenible tras la pandemia de la covid-19.
Los elementos de la iniciativa incluyen acciones de coordinación entre países para alcanzar resultados justos y equitativos en temáticas globales desde cambio climático, eliminación de subsidios perversos y comercio internacional; así como crear las condiciones para construir una economía donde todos sus participantes busquen la creación de valor de largo plazo para la sociedad. También, hace énfasis en que las inversiones busquen el cumplimiento de los objetivos de desarrollo sostenible y la captura de todo el potencial de la cuarta revolución industrial, sobre todo, para atender retos sociales y sanitarios globales.
En síntesis, el «Gran reinicio» aspira a la redefinición de un contrato social que asegure resultados equitativos y sostenibles para la humanidad, a través de la cooperación internacional, la recuperación económica, el aprovechamiento de la cuarta revolución industrial, el desarrollo de modelos de negocios sostenibles y la restauración del medio ambiente.
La iniciativa cuenta con el apoyo de algunas de las mayores empresas globales y de varios gobiernos, incluyendo manifestaciones explícitas de Justin Trudeau, Joe Biden y Boris Johnson. Al mismo tiempo, ha recibido críticas importantes alrededor de la vaguedad de algunas de sus propuestas, sobre el planteamiento de falsos dilemas y el reciclaje de ideas añejas.
También ha alimentado teorías de conspiración de quienes sostienen que es un intento de «empoderar a la élite económica a expensas del pueblo».
Me parece que las ideas que plantea el «Gran reinicio» son importantes, necesarias y oportunas. Claramente, no son nuevas, lo cual no les resta mérito, al contrario, es una forma interesante de plantear los retos globales en el marco de la pandemia y la crisis económica que nos ha hecho más conscientes de la interconexión entre países, ambiente e individuos.
El marco conceptual de esa iniciativa representa para Costa Rica, en el contexto internacional, una coincidencia con los factores y atributos sociales y ambientales que el país ha posicionado en los últimos 30 años. Es claro que solo a través de la cooperación global se pueden atender los desafíos relacionados con los bienes comunes.
La crisis actual es la manifestación de problemas estructurales que se arrastran desde hace varias décadas. La pandemia vino a dar el empujón definitivo para que se declarara la emergencia. ¿Podemos aplicar la analogía del reinicio a Costa Rica? Definitivamente.
A nivel país. Diversos diagnósticos y recomendaciones han aflorado en los últimos años. El más robusto desde el punto de vista temático y de legitimidad política lo representa el Acuerdo Nacional entre los partidos políticos, con representación legislativa del período 2014-2018, facilitado por Roberto Artavia y Miguel Gutiérrez-Saxe.
El acuerdo plantea la visión de una Costa Rica «más próspera en términos económicos; más equitativa y de alto progreso social; moderna y competitiva ante la economía global; con gobernabilidad democrática y fuerzas políticas que dialogan con fluidez y transparencia en función de los objetivos superiores de la nación».
Esta visión engloba los aspectos más relevantes del contrato social costarricense: Prosperidad económica, progreso social, sostenibilidad ambiental y democracia participativa.
Recoge, además, el espíritu del artículo 50 de la Constitución Política que acertadamente define el propósito del Estado en función del individuo: «El Estado procurará el mayor bienestar a todos los habitantes del país, organizando y estimulando la producción y el más adecuado reparto de la riqueza. Toda persona tiene derecho a un ambiente sano y ecológicamente equilibrado».
En contraste con la iniciativa del «Gran reinicio», el Acuerdo Nacional propone proyectos específicos con gran detalle, incluyendo reformas legales, decretos, proyectos de inversión y prioridades de largo plazo sobre 11 temas que pasaron por el escrutinio y aprobación de los partidos políticos.
Estos temas incluyen respuestas a los retos y desafíos más importantes de Costa Rica: Reforma educativa, creación de empleo, convergencia de desarrollo entre las regiones, modernización de la Caja Costarricense de Seguro Social, reforma del Estado y política fiscal, facilitación de negocios y mejoramiento del transporte público e infraestructura logística.
Varias de las propuestas del acuerdo han avanzado en los últimos cuatro años desde que se firmó el acuerdo. La ley de Fortalecimiento de las Finanzas públicas, el proyecto de ley de Empleo Público y el establecimiento del Consejo Consultivo Económico y Social, son algunos ejemplos. Más, sin embargo, queda mucho camino por recorrer.
Me preocupan principalmente tres desafíos, cuya atención es imperativa para la Costa Rica próspera y equitativa que aspiramos para los próximos 200 años, y donde no hemos avanzado. Estos son la reforma educativa, las condiciones para la generación de empleo y la convergencia de desarrollo entre regiones. Los tres retos están relacionados.
No podemos aspirar a la convergencia entre las costas y las fronteras con la región central sin que existan oportunidades laborales. Como he mencionado anteriormente, el desempleo es el peor flagelo de la sociedad. Pero estas oportunidades laborales no se materializarán sin una educación de calidad para todos. Lastimosamente, los resultados hasta el momento son malos y los esfuerzos escasos o ineficaces. El apagón educativo y la tasa de desempleo hablan por sí solos.
Estoy firmemente convencido de que el reinicio de la Costa Rica del bicentenario debe tomar en cuenta los resultados del Acuerdo Nacional. Invito a que los lectores le echen un vistazo al contenido de este (www.acuerdonacional.cr) y contrasten sus propuestas con las de los partidos políticos que se postulan para la próxima contienda electoral.
Está en nosotros poder honrar y hacer realidad lo expresado por Juan Mora Fernández hace casi dos siglos: «Deseo que el Estado sea feliz por la paz, fuerte por la unión y que sus hijos corten cada día una espiga más y lloren una lágrima menos».
El autor es economista.