Visitar el centro cultural en Trench Town fue, definitivamente, la mejor decisión que tomamos durante nuestro viaje a Jamaica. No solo conocimos, de una forma más genuina y sin maquillaje, cómo se inició Bob Marley en la música, sino que descubrimos a Stoneman. El hombre de las piedras.
Stoneman estaba al lado del edificio principal, en un área externa, junto a Pete, quien fumaba un puro enorme sumergido en una nube de ausencia. Con pincel en mano, Stoneman escribía la letra de la canción War, de Marley, en un cartel para una escuela de la comunidad. Usaba los colores del rastafarismo: rojo, verde, negro y amarillo. Era un trabajo hecho con amor para alejar a los niños de la violencia. Good over evil. El bien sobre el mal, insistía. Así empezó nuestra conexión.
Luego procedió a darnos a todos un apretón de manos. Uno extendido, como los de los ochentas, en los que los dedos pulgares enganchados hacían bailar la palma de la mano en distintas direcciones. Cuando me tomó la mano y sentí su piel rugosa y sus manos fuertes, el abrazo fue total. Sobrecogedor. Conforme avanzaba, recitaba: “I love, love, one love. The way we walk is right, forward”. La esencia de ese mensaje es: damos y recibimos amor y caminamos hacia la derecha y hacia adelante. Siempre hacia adelante. Sin miedo.
Piedra y árbol a la vez
Después de ese hermoso abrazo de manos, entramos de lleno al tema de interés compartido: las piedras. Sobre varias mesas, las había de todos los colores, formas y texturas. Varias cabían en la palma de la mano y otras eran grandes y podían ser levantadas solo con ambas manos. En mi cabeza de geóloga, intentaba pensar en las asociaciones que habían llevado a Stoneman a tener esa colección tan singular. ¿Qué había leído en ellas?
Él las observaba con enorme detenimiento: sus fisuras, sus cambios de coloración, tanto de un lado, como del otro. Sentía su textura. Una tenía exactamente la forma de la huella de un ser humano y otra parecía un trozo de madera petrificada. Al sostenerla, no tuve dudas: tenía el tejido característico de la madera, pero era mucho, por mucho, más pesada.
Stoneman me pidió que leyera en voz alta el significado de petrified wood en Google: “La madera petrificada (o fosilizada) se forma cuando un trozo de madera es enterrado en un sedimento húmedo, con mucho sílice disuelto. La falta de oxígeno evita que la madera se descomponga y permite que el sílice reemplace la celulosa y llene los espacios vacíos. No cambia su estructura, solo la sustancia que la compone, que es más pesada”. Stoneman tomó entonces la palabra y dijo: “Esta piedra es un árbol. Está escrito en ella. Puede ser piedra y árbol a la vez”.
Un río que hoy es mar
Después de nuestra visita a Trench Town, fuimos a Bob Marley Beach. Sobre la playa, había muchas piedras redondeadas, como las que encontramos en las desembocaduras o márgenes de ríos caudalosos. Sin embargo, no había ningún río cerca. Caminamos hacia un extremo de la playa y descubrimos, a nivel del suelo, una formación rocosa que contenía las mismas piedras. Las olas habían erosionado esta formación rocosa y liberado las piedras del río. Un río que ya no existe, pero ha quedado escrito en la playa.
Le conté a mi familia la historia del río que hoy es mar, como la madera que hoy es roca. Todo cambia. Evoluciona. Recircula. Pero ese equilibrio es frágil. Mi amigo rasta lo tenía muy claro: leer las piedras es contar una historia que nos acerque a la naturaleza. Una historia que incluya y, de alguna manera, supere lo científico.
Las piedras, o las rocas (como les llamamos los geólogos), nos cuentan historias sobre el pasado de la Tierra. Nos cuentan, además, historias sobre lo que podría volver a ocurrir. Sabemos, por ejemplo, que en la cordillera de Talamanca hay rocas que contienen conchas de moluscos que solo viven en el mar. La única forma en que esas rocas pudieron llegar allí fue por el choque de placas, que continúa ocurriendo cada cierto tiempo, nos guste o no.
También sabemos que donde está hoy Palmares, hubo un lago. En algunas rocas de la zona, se han encontrado colmillos y huesos de mastodontes que deambulaban por ahí. Mastodontes que quedaron en la piedra. Los de carne y hueso se extinguieron como consecuencia del cambio climático, la pérdida de hábitat y la cacería humana. Factores que seguimos propiciando, a pesar de que las rocas nos gritan que no deberíamos hacerlo.
Llega el momento de la despedida. Intento absorber todo lo que Stoneman nos ha enseñado. Nos damos otro extendido apretón de mano y nos tomamos una foto. Pete le da otra jalada a su puro. Al igual que las piedras que lo rodean, no ha dejado de viajar.
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Emma Tristán es geóloga.
