Los protagonistas de la política deben estar dotados de cualidades especiales. Esto, sobre todo, cuando las tecnologías, las amenazas y las oportunidades para el país evolucionan con tanta celeridad.
Dentro de esas cualidades, la principalísima es percatarse de que su primera obligación es promover los intereses nacionales. Cuando un gremio empresarial o sindical, o un comentarista de prensa pone los objetivos nacionales por encima de los propios –y los hay– merece el elogio de la población; pero para el político ese no debe ser más que el punto de partida. Felicitar a un político porque actúa para promover los intereses nacionales es como felicitar a un futbolista profesional porque tiene buena condición física. Esta es su obligación básica, mínima e ineludible.
Pero también es necesario que los políticos sean líderes positivos.
El liderazgo no es la única fuente de poder. Este podría originarse en la fuerza (como en la dictadura) o la extorsión (por medio del dinero o secretos vergonzantes).
Por supuesto, liderazgo no es lo mismo que elocuencia, buena oratoria o inteligencia verbal. Sócrates nos advirtió que buena oratoria sin conocimientos o verdad era simplemente condescendencia, burla e irrespeto a la audiencia.
Liderazgo es la cualidad de hacer que otros hagan voluntariamente lo que en su ausencia solo harían por la fuerza, la amenaza, el chantaje o la necesidad. La materia prima del liderazgo no es el poder formal, sino la capacidad para inspirar a otros; el liderazgo logra cambios y acciones por medio del ejemplo no de las órdenes. Por ello, mientras el liderazgo unifica, la coerción más bien divide.
Valores, conocimiento y carácter. El liderazgo es la consecuencia de tres elementos. En primer lugar, valores, tales como honestidad (no usar el poder en beneficio propio), verdad (coherencia entre pensamiento, palabra y acción) y altruismo.
En segundo lugar, conocimientos. No se trata de que el líder sea un experto en física termonuclear o en economía. Sin embargo, el líder debe tener un conocimiento razonable de los temas principales atinentes a su país o, al menos, ser consciente de su ignorancia y estar dispuesto a buscar a los expertos.
En tercer lugar, carácter. Esto es, vivir de acuerdo con sus valores, expresar su punto de vista a pesar de oposición abrumadora, llamar a la razón al grupo a que se pertenece, no estar dispuesto a intercambiar sus convicciones por amistad, reconocimiento o popularidad y estar preparado para sacrificarse por el grupo.
¿Existe la posibilidad de que una persona tenga el aprecio del grupo sin ser líder?
Esto es posible. Muchas personas se creen líderes porque tienen el cariño del grupo, lo cual logran simplemente amoldando su comportamiento, independientemente de los valores predominantes en el grupo.
En este sentido, existen muchos jefes de pandillas o políticos corruptos, demagogos o clientelistas, que se dan a querer entre su grupo potenciando el facilismo y los vicios.
En política, es fácil mantener el grupo unido, leal y obtener sus votos cuando se requieran, tolerando, disimulando y, de ese modo, promoviendo las corruptelas y los abusos. Pero esto no es liderazgo, sino oportunismo y populismo. El grupo se mantiene unido alrededor del falso liderazgo, tanto porque este retroalimenta las prácticas negativas, como porque el silencio mutuo y la complicidad procrean la posibilidad para el chantaje en caso de protesta.
Estos círculos viciosos rara vez tienen un buen final (las crisis sufridas por el PLN y el PUSC lo patentizan).
Características del líder. El verdadero líder, el líder positivo, cuando se desempeña en un cargo de jerarquía en un partido político, no busca ser popular acomodándose a los comportamientos nocivos normales en ese mundo. No logra apoyo por pensar y actuar igual que los miembros del partido, sino porque inspira con los valores correctos. Plantea una rebelión informada dirigida a que el partido supere sus errores y sus vicios o que algunos de sus miembros se retiren del grupo.
El verdadero líder es un rebelde informado y propositivo, el cual crea empatía, no porque se allana a los comportamientos errados de su partido o porque sea complaciente, sino porque su desafío se funda en el ejemplo.
Este tipo de rebelión no tiene nada que ver con las que se originan en el resentimiento o la frustración. Estas tienden a ser negativas y destructivas y se fundan en debilidades íntimas.
La rebelión positiva se edifica sobre la fortaleza interna de personas con valores, conocimientos y carácter. Es la que recomendaba Thomas Jefferson cuando dijo: “Una pequeña rebelión de vez en cuando es una buena cosa”. Las rebeliones necesarias nunca rechazan lo bueno que pueda existir, sino que construyen sobre su base.
El líder necesario tiene una enorme responsabilidad. Sacude el statu quo, mueve arenas, sesga e incide. Su liderazgo no es logro, sino compromiso; no se funda en la transacción, sino en la inspiración; no se alimenta del enojo social, sino de la esperanza; no genera incondicionalidades, sino respeto; no conlleva privilegios, sino sacrificios; no es objeto de elogios, sino de escrutinio; no tiene garantizado el poder formal, sino que corre el riesgo de quedar al margen.
En fin, el liderazgo, si ha de ser la llama de una antorcha, ha de servir no solo para incinerar lo malo del pasado, sino, sobre todo, para iluminar el camino y hacer que brille la esperanza.
Estamos a las puertas de una nueva campaña. Los candidatos a la presidencia de la República y las diputaciones deben autoevaluarse. No les pido que renuncien a sus aspiraciones si se percatan de que no cumplen con los requisitos para liderar de manera positiva. Pero al menos hagan lo posible para autoeducarse.
Si solo fuesen conscientes de las responsabilidades que conllevan los cargos que podrían lograr, escogerían la ruta correcta. Este país especial lo merece.
El autor es diputado del PAC.