La formación del carácter responde a un planteamiento de educación moral, propuesto ya por Aristóteles, que hunde sus raíces en los conceptos de virtud, bien, felicidad y ciudadanía, y ha impregnado la cultura occidental a lo largo de la historia.
Experimentamos un descenso en este tipo de educación. En el 2020, el barómetro de Edelman informó de que el 66 % de los participantes en su encuesta global no confiaban en que nuestros líderes fueran capaces de afrontar con éxito los retos del país.
Las universidades desempeñan una particular y decisiva tarea a la hora de promover el desarrollo del carácter para el liderazgo. Según Edward Brook, director ejecutivo del Oxford Character Project y fundador de la Global Leadership Initiative, de la Universidad de Oxford, es necesario un liderazgo basado en valores para reconstruir la confianza y facilitar la acción colectiva.
La educación del carácter y la capacidad de liderazgo son distintivos que convierten a los estudiantes en agentes de cambio. Según Brook, la historia atestigua que las universidades que dejan de mantener una conexión profunda con las necesidades educativas de los estudiantes y de la sociedad decaen.
Sin embargo, no es fácil para las universidades seguir un ritmo de adaptación a las necesidades actuales de sus estudiantes en la cuarta revolución industrial.
En consecuencia, el antiguo rector de Harvard Derek Bok sugiere una nueva reflexión sobre el contenido y los métodos de instrucción que podrían acelerar los intereses comerciales. De hecho, la mayor parte de las inversiones en las universidades se destinan a estudios científicos que impulsan el avance tecnológico más que al trabajo en ciencias sociales y humanidades.
En este sentido, la base filosófica del Oxford Character Project nace en el 2014 y se apoya en la tradición de la ética de la virtud. Su documento A Framework for Character Education in Universities, en colaboración con el Jubilee Centre for Character and Virtues de la Universidad de Birmingham, revela que algunos de los rasgos fundamentales del carácter —las virtudes morales, cívicas, intelectuales y performativas— siguen siendo educables a lo largo de los años universitarios.
Afirma que las universidades tienen sobradas razones para aportar proactivamente a este campo. Pueden centrarse en las virtudes más propias de esta etapa, tales como las relacionadas con la adquisición de conocimientos de alto nivel (la humildad intelectual y la curiosidad), la preparación para contribuir a la sociedad (el servicio, la valentía, el propósito, la honestidad), el florecimiento personal (la gratitud, la esperanza, la compasión) y la capacitación para la carrera profesional (la resiliencia, la confianza).
El economista Mark Carney, en su libro Value(s): Building a Better World for All, se opone al auge de una sociedad de mercado que prioriza la perspectiva económica subjetiva por encima de los principios fundamentales. Menciona siete valores que constituyen la base de una sociedad equitativa: solidaridad, equidad, responsabilidad, resiliencia, sostenibilidad, dinamismo y humildad.
Apunta que el eje principal de ese renovado liderazgo se encuentra en el desarrollo del carácter: “El cultivo y el ejercicio de las virtudes como músculos que permiten llevar a la práctica los valores”. Este argumento coincide con el pensamiento de Platón, Aristóteles y Confucio: el carácter es fundamental para un buen líder.
Por su parte, la Universidad de Oxford impulsa la Global Leadership Initiative (GLI), que reúne como parte de un programa extracurricular a alumnos de posgrado en áreas del derecho, políticas públicas, negocios, emprendimiento y tecnologías de innovación. El propósito, el poder, la amistad, la soledad, el servicio y virtudes como la sabiduría práctica, la justicia, la empatía, la honestidad, la integridad, el valor, la gratitud y la humildad forman parte del currículo que se diseñó con fundamento en investigación en campos profesionales específicos.
El reto para las universidades que quieren estar bien situadas, según Edward Brook, será complementar el compromiso de los jóvenes con la innovación, sumado a un espíritu emprendedor. Concluye que transformar el impulso del conocimiento y la adquisición de habilidades técnicas mediante un enfoque proactivo en el liderazgo y el desarrollo del carácter puede trazar un camino enriquecedor para acercarse y llegar a la generación de estudiantes de la era poscovid-19, educándolos para contribuir al bien común de la sociedad. Pareciera que si llegamos primero a las personas, podremos llegar mejor a la sociedad.
La autora es administradora de negocios.