La donación de sangre en Costa Rica es un acto de amor, de altruismo, de solidaridad, de entrega a un ser humano que yace en una cama de hospital y que requiere ese líquido vital para sobrevivir. En Costa Rica, como dice la canción, la sangre ni se compra ni se vende: se dona.
Por esa razón, cualquier persona que se acerque, en forma voluntaria, a un banco de sangre a donar ese tejido vital merece el respeto, reconocimiento, la consideración y todo tipo de comodidades.
En Costa Rica, se requieren diariamente unas 120 unidades de sangre y no es fácil lograrlo. Por eso, en forma recurrente se realizan campañas de recolección que permiten satisfacer las necesidades de ese tejido en los distintos hospitales desplegados en diversos puntos del territorio nacional.
El aumento de accidentes, de hechos violentos y el incremento de variados procedimientos médicos y quirúrgicos hace que los requerimientos sanguíneos se eleven en el país y, lamentablemente, la oferta no crece al mismo ritmo.
Por todo lo anterior, extraña muchísimo la posición adoptada por el cura párroco de la iglesia la Inmaculada Concepción, de Zapote, Walter Marchena, de eliminar la posibilidad de que los donantes que acuden a realizar ese acto de amor a las instalaciones del Banco Nacional de Sangre (BNS), ubicadas al costado sur de ese templo católico, no tengan ya opciones de hacerlo, como si lo permitían sus antecesores.
No se trata de una concesión a las autoridades del BNS, ni a la Caja Costarricense de Seguro Social (CCSS), sino de un gesto de solidaridad para con esos seres humanos que, sin ningún interés y en forma anónima, regalan su sangre a otras personas que la necesitan. Estas personas son auténticos héroes y verdaderas heroínas.
Quienes acostumbran realizar esta buena obra lo único que piden –y que se les puede facilitar– es un espacio de parqueo, porque muchas veces hacen su donación antes de dirigirse al trabajo o después de una larga faena laboral y necesitan llegar rápido a su casa a reponerse.
No son de recibo, entonces, los argumentos expuestos por el cura Marchena de que los y las donantes dañan el parqueo. ¿Adoptará la misma posición a finales de año y dejará de alquilar ese parqueo para los festejos populares de Zapote?
No comprendo la falta de empatía, solidaridad y comprensión del nuevo párroco frente a una necesidad ineludible de cientos de personas que, cotidianamente, requieren una transfusión.
No entiendo cómo la Iglesia pide solidaridad en las colectas para ayudar al prójimo y, en este caso, no es solidaria con una buena causa y una clara expresión del amor que Cristo nos enseñó.
Ojalá que el cura Marchena recapacite en esta decisión y dé marcha atrás, de manera que el parqueo de la iglesia de Zapote pueda ser usado por quienes, desinteresadamente, están dispuestos a regalar su sangre y su tiempo para que, en cualquier lugar de Costa Rica, se puedan salvar hasta cuatro vidas. Es un gran gesto de solidaridad y de altruismo, valores que la propia iglesia Católica debería inculcar.
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María Isabel Solís R. es periodista y salubrista.