COPENHAGUE – Dado que la fecha límite para el cumplimiento de los Objetivos de Desarrollo del Milenio se acerca rápidamente, el mundo se está preparando para establecer una nueva serie de objetivos para los próximos 15 años. Como los recursos son limitados, los responsables del diseño de políticas y las organizaciones internacionales deben preguntarse cómo maximizarlos, De los $2.500 millones destinados a la asistencia para el desarrollo en ese periodo, y a los presupuestos de los países en desarrollo, ¿deberían dirigirse más recursos a la salud, el medioambiente, los alimentos, el agua o la educación?
Con estas preguntas en mente, el Consenso de Copenhague (que dirijo) pidió a algunos de los principales economistas del mundo que evaluaran los costos y beneficios económicos, sociales y ambientales de muchos objetivos diferentes. La educación para todos fue una de las metas evaluadas.
Es indiscutible la importancia de la educación. El problema es que la credibilidad de la comunidad internacional para lograr la educación universal está en entredicho; ha prometido lograr esta meta en por lo menos 12 declaraciones de Naciones Unidas desde 1950. Por ejemplo, en 1961, la Unesco prometió que, para 1980, la educación primaria en África sería “universal, obligatoria y gratuita”. No obstante, al cumplirse el plazo, alrededor de la mitad de los niños en edad de estudiar la educación primaria no iban a la escuela en África.
Cuando se vencen los plazos, simplemente se hacen nuevos calendarios para los objetivos y se asigna más dinero al problema, sin analizar cómo debe emplearse exactamente. De hecho, el objetivo de garantizar la educación primaria y secundaria para todos bien podría terminar superando todo el presupuesto de ayuda global para la educación.
Puesto que todavía hay 60 millones de niños que no van a la escuela, la comunidad internacional no debería simplemente posponer el mismo objetivo de educación universal hasta el 2030. En cambio, es tiempo de abandonar esta meta poco realista y adoptar un enfoque con soluciones alcanzables, focalizadas y rentables.
Como señaló en un trabajo reciente el economista George Psacharopoulos, la prioridad más grande debería ser lo que funciona mejor: la educación temprana, en especial, la preescolar. Las razones más obvias por las que la educación temprana es el mejor punto de partida es que las personas son más receptivas al conocimiento cuando son niños. Además, a edades tempranas hay menos barreras culturales a la educación para jovencitas, y hay menos presión para la participación de los niños en la fuerza laboral. Por último, la educación preescolar es menos onerosa que la educación a niveles más avanzados.
Los efectos a largo plazo de la educación temprana son menos notorios pero más profundos. Si bien los estudiantes que asistieron a educación preescolar no tienen mejores resultados que sus compañeros en la escuela primaria, sí suelen ganar más en su vida adulta. Esto indica que la educación preescolar da un impulso cualitativo a las habilidades sociales o al desarrollo emocional de los niños que les permite aprovechar mejor las oportunidades económicas que se les presentan en la vida.
Por supuesto, los rendimientos exactos de la inversión en la educación preescolar ampliada son difíciles de calcular. No obstante, con el fin de ordenar las prioridades de los objetivos de desarrollo –dentro y fuera del ámbito de la educación–, es necesario hacer estimaciones.
En primer lugar, existe la labor sencilla de sumar los costos de la educación, tales como la capacitación y los salarios de los profesores, la construcción y mantenimiento de escuelas, e incluso el costo de oportunidad del trabajo infantil. Luego, viene el proceso más ambiguo de evaluar los beneficios, que, aunque son difíciles de cuantificar, son lo suficientemente convincentes para que muchos economistas apoyen la educación temprana.
Con base en la información más amplia disponible, Psacharopoulos llegó a la conclusión de que la meta más efectiva sería reducir a la mitad el número de niños que no reciben educación preescolar en el África Subsahariana, lo que proporcionaría beneficios sociales y económicos de $33 por dólar gastado. Este objetivo, que se centra en una sola región plagada de desafíos, puede parecer modesto, pero también es realista y alcanzable, y los rendimientos potenciales son enormes.
A medida que se fijan objetivos más ambiciosos, su impacto se pierde. Por ejemplo, las acciones para proporcionar educación primaria universal en el África Subsahariana darían un resultado inferior, pero significativo de cualquier modo, de $7 de beneficios sociales y económicos por cada dólar gastado. Y los esfuerzos para lograr la educación primaria universal en todo el mundo costarían mucho más y cada dólar gastado solo generaría $4 de beneficio.
Se debe hacer el mismo tipo de comparación para otras metas importantes, como mejorar la calidad de la educación, un objetivo cuyo logro es muy difícil, como han descubierto muchos países desarrollados a raíz de los malos resultados obtenidos en la evaluación internacional de la OCDE. Mientras que el dinero asignado a, por ejemplo, reducir el tamaño de los grupos tiene muy poco impacto, la inversión en cambios institucionales –como la introducción de sistemas de supervisión y evaluación, exámenes administrados a nivel central e incentivos para los maestros–podría generar de $3 a $5 de beneficios por dólar gastado.
En lo que se refiere a la orientación vocacional, el panorama no es claro. Sin embargo, se ha determinado que es menos rentable que la educación secundaria general, lo cual hace que sea una opción de inversión inferior.
Los esfuerzos para ofrecer educación universitaria asequible para todos son incluso más problemáticos. Dado que es más probable que los hijos de familias más prósperas realicen estudios superiores, asignar recursos públicos limitados, incluidos los ingresos fiscales, para reducir sus costos, equivale a un subsidio para los ricos, a expensas de los pobres. Sería mejor introducir colegiaturas para los ricos y becas para los pobres.
Maximizar el impacto de recursos escasos en la vida de las personas más pobres del mundo exige tomar decisiones difíciles. En un mundo ideal, valdría la pena buscar una educación de alta calidad a todos los niveles. Sin embargo, en un contexto de demandas opuestas en materia de servicios básicos como la salud y el agua potable, es esencial fijar objetivos de educación más rentables.
En lugar de mejorar ligeramente las circunstancias de miles de millones de personas –a un costo alto– mediante las mismas promesas que se han estado haciendo desde los años 50, la comunidad internacional debería buscar primero transformar las vidas de millones de niños del África Subsahariana.
Este enfoque, si se aplica a todos los objetivos incluidos en la próxima agenda de desarrollo de la comunidad internacional, garantizaría que el mundo del 2030 sea mucho mejor.
Bjørn Lomborg es profesor adjunto de la Copenhagen Business School (Escuela Copenhague de Negocios), y fundador y director del Copenhagen Consensus Center. © Project Syndicate.