Hace mil años, en los albores del segundo milenio, el rey vikingo Canuto II gobernaba un amplio territorio que incluía Dinamarca, Inglaterra, Noruega y parte de Suecia.
A la par de la poca historia documentada de los vikingos, las leyendas crean mitos y hazañas que envuelven a los reyes en auras de virtud y fortaleza masculinas, y Canuto II no es la excepción.
Cuenta la leyenda apócrifa que, cansado de las adulaciones de algunos cortesanos deseosos de figurar y obtener beneficios, el rey quiso demostrarles que era un mortal como ellos y que lo que se decía de él eran falsedades. Así que hizo que la corte lo acompañara a la playa, en dónde él se sentó en su trono y comenzó a ordenarle al mar que cesaran las olas. Como nada extraordinario sucedió, el rey les demostró que no esperaran milagros más que de Dios.
Los cortesanos y aduladores, hoy llamados ministros y asesores, no faltan en los palacios de los reyes, presidentes, dictadores o primeros ministros, deseosos de inflar el ego de su jefe y hacerle creer que tiene el poder para cambiar el rumbo de las cosas y obtener lo que desee.
En esta época, el mar del rey Canuto es el mercado financiero, con una diferencia: si bien el mar no se inmutó con las órdenes del rey, la economía mundial, y específicamente el mercado financiero internacional, reaccionaron ante las órdenes de Trump, pero en una dirección completamente contraria, demostrando que un poder mal utilizado tiene peligros y riesgos inconmensurables. En su círculo íntimo, pareciera que no hay nadie que lo haga razonar lógicamente. O el presidente no acepta comentarios que no sean los que él quiere escuchar.
Lo cierto del caso es que el proceloso mar que enfrenta el presidente Trump es uno que tiene corrientes submarinas que no están a simple vista y por donde reventó el intríngulis de la política económica fue por donde más puso en peligro su gestión presidencial: los dueños de los bonos emitidos por el Gobierno de Estados Unidos comenzaron a deshacerse de esos títulos, provocando una caída de las cotizaciones de mercado y, con esta, un aumento de los rendimientos que traería consigo un ajuste alcista de las tasas de interés en ese país.
Durante su campaña por la presidencia, Trump prometió reducir el costo de vida –de por sí ya elevado pero que los aranceles lo elevarían aún más–, reducir la tasa de inflación (tarea que no le corresponde) y bajar las tasa de interés, lo cual no es viable si sigue su errática política económica.
El rey Canuto regresó a su castillo en Inglaterra, el mar siguió su ondulado movimiento, pero el mercado financiero internacional le representó al presidente Trump un tsunami que seguirá teniendo consecuencias.
Las distorsiones en los mercados, como los aranceles, no terminan bien y los daños pueden perdurar por años prolongados. Será la historia económica que se escriba sobre este episodio la que elaborará el relato verdadero o construirá una leyenda de Trump.
Juan E. Muñoz Giró es estadístico y economista.
