En los últimos días, el suicidio ha tomado relevancia. Quienes no pertenecen al mundo de la psiquiatría o de la psicología clínica claramente no tienen por qué conocer de “señales”, “mensajes” o “pistas” que un potencial suicida envía a quienes le rodean.
Es fundamental (como lo está planteando el MEP) impartir la psicoeducación a maestros, profesores y padres o madres de familia mediante conferencias o talleres que provean conocimientos en la materia, básicamente en prevención.
Para hablar de prevención, debemos enfocarnos primero en la desmitificación del diagnóstico de “depresión”. He visto tantos casos, de pacientes o parientes de ellos, que rotundamente no quieren aceptar que ellos mismos o su hijo, hermano, esposa, nieto o amigo padecen depresión, y ante tal negación se les niega el tratamiento psicoterapéutico o psiquiátrico necesario.
La depresión es una enfermedad como cualquier otra. Desafortunadamente, como no se puede demostrar con radiografías ni exámenes de laboratorio, para muchas personas es algo tan abstracto, que optan por negarla, cierran los ojos a una enfermedad que, como otras, podría llevar a la muerte o a una mediocre calidad de vida.
No es que la depresión no se pueda demostrar, para eso el profesional tiene las destrezas clínicas para diagnosticarla así como las pruebas psicológicas para detectarla, siempre y cuando haya apertura del paciente o sus allegados.
Mitos. Desafortunadamente, todavía existen los mitos de que la depresión tiene que ver con locura y los medicamentos generan adicción. Además, personas allegadas al paciente deprimido insisten en que si sale a divertirse se va a sentir mejor, si consigue pareja su ánimo va a mejorar o si se va de viaje va a regresar bien, de que “es muy fuerte y va a poder solo”.
Si no destruimos estos y otros mitos, no podremos ir en la dirección correcta en un mundo donde adultos, adolescentes y hasta niños viven inmersos en un universo negro y no lograrán ver los verdaderos colores que tiene la vida.
Frases como “si tenés todo para ser feliz”, “no seas mal agradecido con la vida” lo único que logran es culpar más a la persona deprimida y aumentar su depresión.
Todos los seres humanos tenemos derecho a sentirnos tristes por muchos motivos; la tristeza es una estado natural, pero no confundamos la tristeza “porque perdió nuestro equipo de fútbol o porque se frustró un plan que teníamos”, con un estado depresivo.
Es imperativo que en los colegios, escuelas y en el hogar, maestros y familiares aprendan a diferenciar las conductas de rebeldía, negativismo, enojo o malacrianza con un trasfondo depresivo (berrinches en los niños), así como el aislamiento social o fracaso académico.
Intentemos aprender a analizar el trasfondo de lo que un niño o adolescente dibuja o escribe y qué mensajes esta queriendo transmitir. En ocasiones es como un pedido de ayuda inconsciente.
Pongamos atención al contenido de la música que escuchan y hasta a lo que esconden debajo de su ropa cuando necesitan ocultar las agresiones físicas que ellos se autoinfligen, pues esta es una manera lenta de ir acabando con sus vidas.
Anestesia emocional. He escuchado muchos testimonios de cómo el dolor físico alivia, momentáneamente, el dolor emocional profundo. Pero, además, esta “anestesia emocional” genera placer y se vuelve adictiva; nunca se sabe cuándo se va a salir de las manos.
Tenemos la obligación de llamarles la atención a nuestros hijos si se pasan de alcohol, pero al mismo tiempo debemos buscar y analizar por qué un muchacho necesita embriagarse, ¿será otra manera de anestesiar su dolor emocional?
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No perdamos de vista ni neguemos el papel determinante de la genética, las secuelas del bullying, la apatía, el desinterés por las cosas que solían ser atractivas, la baja autoestima, la dificultad de expresar emociones, los trastornos de sueño o alimentarios, las conductas de riesgo para sus vidas (incluyendo los riesgos sexuales) así como el comportamiento en grupo en donde los jóvenes aprovechan la desindividuación para probar retos y hacer lo que no harían estando solos.
Si bien es cierto que una serie de Netflix llamada Trece razones de por qué (el título en inglés es “13 Reasons Why”) generó muchas críticas porque se argumenta que puede inducir a los adolescentes al suicidio, considero que padres, madres, maestros, profesores y orientadores aprenderían mucho de lo que nos ocultan nuestros adolescentes.
La autora es psicóloga clínica.