LONDRES – Hoy las tecnologías disruptivas están dictando nuestro futuro, a medida que las innovaciones difuminan cada vez más los límites entre los ámbitos físico, digital y biológico. Los robots ya están en nuestras salas de operaciones y restaurantes de comida rápida; hoy podemos usar imágenes en 3D y extracción de células madre para desarrollar huesos humanos a partir de las células del propio paciente, y la impresión en 3D está creando una economía circular en que podemos usar y reutilizar las materias primas.
Este sunami de innovación tecnológica seguirá cambiando profundamente nuestra manera de vivir y trabajar, y cómo funcionan nuestras sociedades. En lo que hoy se llama la Cuarta Revolución Industrial, convergerán las tecnologías que alcanzan su mayoría de edad, como la robótica, la nanotecnología, la realidad virtual, la impresión 3D, la Internet de las cosas, la inteligencia artificial y la biología avanzada. Y a medida que se las siga desarrollando y adoptando ampliamente, producirán cambios radicales en todas las disciplinas, sectores y economías, y en la manera como las personas, las compañías y las sociedades producen, distribuyen, consumen y desechan los bienes y servicios.
Asimismo, han dado origen a ansiosas preguntas sobre el papel que los seres humanos desempeñarán en un mundo dominado por la tecnología. Un estudio realizado por la Universidad de Oxford en el 2013 estima que cerca de la mitad de los empleos de Estados Unidos se podrían perder debido a la automatización en las próximas dos décadas. Por otra parte, economistas como James Bessen, de la Universidad de Boston, argumentan que la automatización va de la mano con la creación de nuevos empleos. Entonces, cuál de las dos consecuencias es… ¿nuevos empleos o un desempleo estructural masivo?
En este punto podemos estar seguros de que la Cuarta Revolución Industrial tendrá un efecto disruptivo sobre el empleo, pero nadie puede predecir todavía la escala del cambio. Así que antes de tragarnos todas las malas noticias, deberíamos ver sus precedentes históricos, que sugieren que el cambio tecnológico tiende más bien a afectar la naturaleza del trabajo que la oportunidad de participar en el trabajo mismo.
La Primera Revolución Industrial movió la manufactura británica de los hogares a las fábricas y marcó el inicio de la organización jerárquica. Se trató de un cambio a menudo violento, como lo demostraron las famosas revueltas de los luditas en la Inglaterra de principios del siglo diecinueve. Para encontrar trabajo la gente se vio obligada a migrar desde las áreas rurales a los centros industriales, y durante este periodo surgieron los primeros movimientos sindicalistas.
La Segunda Revolución Industrial vino de la mano de la electrificación, la producción a gran escala y las nuevas redes de transporte y comunicaciones, y creó nuevas profesiones como la ingeniería, la banca y el profesorado. En ella surgieron las clases medias, comenzando a exigir nuevas políticas sociales y un mayor papel en el gobierno.
Durante la Tercera Revolución Industrial, los modos de producción se automatizaron más aún con la electrónica y las tecnologías de la comunicación y la información, y muchos empleos humanos pasaron de la manufactura a los servicios. Cuando los cajeros automáticos llegaron en los años 70, se supuso al principio que serían un desastre para los trabajadores de la banca, pero en realidad la cantidad de sucursales se elevó con el tiempo, a medida que bajaban los costes. La naturaleza del trabajo había cambiado: se volvió menos transaccional y más centrado en el servicio al cliente.
Cada revolución industrial anterior conllevó disrupción, y en la cuarta no será diferente. Si tenemos en mente las lecciones de la historia podemos gestionar el cambio. Para comenzar, tenemos que centrarnos en las habilidades, no solo en los empleos específicos que vayan a surgir o desaparecer. Si determinamos las habilidades que necesitemos, podemos educar y entrenar a la fuerza de trabajo humana para aprovechar la totalidad de las nuevas oportunidades que cree la tecnología. Los departamentos de recursos humanos, las instituciones educacionales y los gobiernos deberían liderar este esfuerzo.
En segundo lugar, la experiencia del pasado ha mostrado una y otra vez que es necesario proteger las clases más desposeídas: los trabajadores vulnerables al desplazamiento por parte de la tecnología deben tener el tiempo y los medios para adaptarse. Como vimos en el 2016, puede haber consecuencias de largo alcance cuando un alto nivel de desigualdad en las oportunidades y resultados hace que la gente crea que en el futuro no hay lugar para ellos.
Por último, pero no menos importante, para asegurarnos de que la Cuarta Revolución Industrial se traduzca en crecimiento económico y frutos para todos, debemos colaborar entre todos para crear nuevos ecosistemas normativos. Los gobiernos tendrán un papel crucial en esto, pero los líderes empresariales y comunitarios también habrán de colaborar con ellos para determinar las regulaciones y estándares correspondientes para las nuevas tecnologías e industrias.
No me hago ilusiones de que esto vaya a ser fácil. La política, no la tecnología, marcará el ritmo del cambio, e implementar las reformas necesarias será un trabajo lento y difícil, especialmente en las democracias. Requerirá una combinación de políticas de vanguardia, marcos normativos ágiles y, sobre todo, alianzas eficaces más allá de los límites de las naciones y las organizaciones. Un buen modelo a tener en mente es el sistema de “seguridad social flexible” de Dinamarca, en que un mercado laboral flexible va acompañado de una sólida red de seguridad social que incluye servicios de capacitación y actualización de las habilidades para todos los ciudadanos.
Puede que la tecnología avance con rapidez, pero no producirá el colapso del tiempo mismo. Los trascendentales (de hecho, revolucionarios) cambios por delante ocurrirán a lo largo de varias décadas, no como un Big Bang. Las personas, compañías y sociedades tienen tiempo para adaptarse, pero no hay tiempo que perder. Debemos comenzar ahora la creación de un futuro en el que todos podamos beneficiarnos.
Johan Aurik es socio ejecutivo y presidente de Global de A.T. Kearney. © Project Syndicate 1995–2017