Mientras el mundo se sacude con conflictos, aranceles, armas, atentados y guerras, la Tierra, silenciosa e imparable, se adentra cada vez más profundamente en el infinito cósmico, hacia lo desconocido. Lo hace sin pausa. Y con nosotros montados sobre ella.
Aunque todo parezca estático en nuestra vida cotidiana, lo cierto es que estamos participando –sin darnos cuenta– de una danza cósmica que nunca se repite.
Desde la escuela aprendemos que la Tierra gira alrededor del Sol. Pero esa imagen plana es apenas una parte mínima de una realidad mucho más fascinante. Nuestro planeta no gira en círculos cerrados. Se desplaza como parte de una espiral en movimiento, arrastrado por un sol que tampoco está quieto.
El Sol viaja a una velocidad de más de 828.000 kilómetros por hora en su órbita alrededor del centro de la galaxia (ESA, 2023), una vuelta que tarda entre 225 y 250 millones de años. En su desplazamiento, arrastra consigo al sistema solar completo: planetas, lunas, asteroides. Somos hojas en un río cósmico.
Más allá, la Vía Láctea misma se desplaza a más de 2,1 millones de kilómetros por hora, hacia una región aún enigmática conocida como el Gran Atractor (NASA, 2022). Esa danza en múltiples niveles revela que jamás volvemos al mismo punto del espacio. Cada segundo estamos en un lugar del universo que nunca hemos habitado. Todo se mueve. Nada se repite.
El astrofísico Neil deGrasse Tyson lo resumió así: “Estamos todos conectados: biológicamente, entre nosotros; químicamente, con la Tierra, y atómicamente, con el resto del universo”.
La estabilidad que creemos experimentar es, en realidad, una ilusión. Una plataforma en movimiento perpetuo, que navega entre campos gravitacionales, zonas de radiación y partículas que nunca antes han rozado la Tierra.
Somos, al fin y al cabo, una chispa momentánea en una vasta sinfonía universal. Y entender eso no nos hace menos importantes; al contrario: nos recuerda lo extraordinario de estar vivos, aquí, ahora, en este punto irrepetible del universo. No estamos quietos. No estamos solos. Estamos viajando. Y el viaje continúa. Y aun así, hay quienes afirman que todo esto carece de propósito, que no existe un Creador. Pero la precisión, la armonía y la vastedad de este diseño cósmico parecen gritar lo contrario: que hay una inteligencia detrás del orden, una mente maestra tras la maravilla. Negarlo es como contemplar una sinfonía perfecta y suponer que no hubo compositor.
Stephen Hawking decía que la vida inteligente podría ser poco común en el universo, incluso aquí en la Tierra. Carl Sagan, por su parte, hablaba de la Tierra como la orilla del océano cósmico. Y, ciertamente, estamos apenas mojándonos los pies.
Nuestra existencia cotidiana parece normal, pero todo en ella ocurre sobre una plataforma que viaja sin retorno, sin dirección clara, sin posibilidad de repetición. Reflexionar sobre esto no busca respuestas científicas, sino despertar una conciencia cósmica: la humilde certeza de que estamos en un viaje profundo y silencioso hacia lo desconocido.
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Arnoldo Castillo es empresario, productor y artista.
