El Tribunal Supremo de Elecciones (TSE) dio a conocer el número aproximado de partidos políticos con posibilidades de participar en los comicios municipales, en febrero del 2024, lo que causó que mi cerebro se bloqueara en un instintivo movimiento de legítima defensa y protección.
En su sitio de actualización diaria, informó que al 19 de julio estaban inscritos 159 partidos: 33 a escala nacional, 22 provinciales y ¡104 a escala cantonal! Un incremento del cien por ciento con respecto a las elecciones del 2020 en las que contendieron en conjunto 80 agrupaciones políticas, lo cual significa que para el año entrante los votantes deberemos elegir entre un tumulto de partidos dispuestos a recoger una porción de la cosecha política en el ya rebosante sembradío electoral para administrar 84 municipalidades hacinadas en un pedacito de tierra de 51.100 kilómetros cuadrados.
La suposición de que un gran número de partidos políticos es sinónimo de una democracia robusta no halla un fundamento sólido en mi cabeza, del mismo modo que un cerebro en el que se agitan mil pensamientos no lo convierte en un esplendor de racionalidad.
Estimo que deberíamos precisar el concepto y hablar más de dispersión en medio de una corteza política fracturada y despoblada de ideas desde hace varios años. Asimismo, el gran número de asociaciones políticas refleja como un espejo el apasionado fervor público y personal que muchos costarricenses profesan por las cantidades.
Las acrecientan sin pudor y las asocian fanáticamente con los conceptos de incremento y adición, pero todos ellos relacionados exclusivamente con los números, como si estos contuvieran en sí mismos los atributos de la calidad y la capacidad de transformar y mejorar las cosas.
Un ejemplo es la colosal cantidad de leyes que nos gobiernan y paralizan de tal modo que hasta el más entusiasta emprendedor ve cómo su negocio se estrella contra meses de idas y vueltas a causa del profuso bosque de leyes, reglamentos, prescripciones, documentos y trámites que al final le producirá la sensación (si tiene éxito en sus gestiones) de haber salido indemne de un campo minado.
La fiebre de cantidades que atacó el archipiélago de partidos políticos los apura a postular unos 50.000 candidatos para ocupar 6.500 cargos municipales. Reclutar semejante número de ciudadanos comprometidos con su cantón requerirá mucho trabajo, pero no será una tarea imposible: en nuestro suelo todavía hay una respetable provisión de buenas personas dispuestas a servir en sus cantones.
La verdadera tarea será que los partidos políticos se revistan de un eficaz tamiz ético y moral para que entre esa ingente cantidad no se cuelen algunos ejemplares que desde ya se frotan las manos y se disponen a conquistar (o asaltar como un pirata a una nave) un puesto municipal, aunque deban hacerlo a empellones, oscuras alianzas y velados compromisos adquiridos a priori.
El más de centenar y medio de partidos políticos deberá ingeniárselas para atraer votantes el próximo 4 de febrero, dado que la contundente evidencia muestra un pertinaz abstencionismo en las urnas. En efecto, desde las elecciones municipales del 2002 la indigente cosecha de votos no supera el 36 % del padrón electoral, lo cual dice mucho sobre el desencanto y desinterés con que los ciudadanos miran estos comicios y a sus futuras autoridades locales.
Espero reunir la opinión de muchos, si termino estas notas haciendo dos solicitudes a los miembros de las municipalidades que serán elegidos o reelegidos. Que arrojen de sus manos la dispendiosa llave que abre de par en par las puertas del municipio para convertirlo en una bolsa de trabajo para familiares, amigos e incondicionales, en la que el exceso de funcionarios solamente es excedido por el monto de los salarios que desangran el ayuntamiento en menoscabo de las obras cantonales, y que una brújula moral los oriente para que no olviden que una alcaldía es una institución al servicio de la comunidad.
El autor es educador pensionado.