La educación del siglo XXI puede y debe ser sin distancia. Tiene que buscar deliberadamente la reducción sustancial de lejanías afectivas, cognitivas, geográficas y temporales.
Las distancias personales y afectivas deben intencionalmente acortarse para garantizarle al estudiantado que la comunicación será fluida, que cuenta con espacios para manifestarse, que será escuchado con atención y que se le mirará a los ojos y se le recomendarán vías para que su tránsito de aprendiente sea satisfactorio.
En el caso de que el aprendizaje se brinde en entornos virtuales, es necesario repensar lo que significa la corporalidad en la virtualidad por lo que la presencia, tanto de la persona docente como de todas las personas aprendientes, debe sentirse constantemente.
Esto puede hacerse por medio de mensajes periódicos y relacionados con el tema, con el envío y publicación frecuente de preguntas generadoras de pensamiento; y ofrecer respuestas en “tiempo real” (o al menos oportuno) a las inquietudes que se presenten y brindar la posibilidad de participación activa en una variedad (en número, forma y fondo) de actividades de aprendizaje sincrónicas (al mismo tiempo) y asincrónicas (en diferido).
Los entornos virtuales ofrecen espacios como foros, “chats”, videoconferencias y talleres en los que se requiere (y se registra) la presencia de todas las personas participantes.
También se pueden utilizar, en los entornos virtuales, herramientas digitales que implican la presencia e involucramiento colaborativo para el desarrollo de proyectos multimediales: wikis, Cmap Tools (mapas conceptuales), procesadores de palabras y programas para apoyar presentaciones y muchos otros.
En relación con la distancia cognitiva, son la mediación docente y el aprendizaje entre pares (entre estudiantes) tanto en ámbitos físicos como virtuales los que sin duda contribuyen a reducirla.
Acercamiento paulatino. La lejanía que pueden las personas sentir con un concepto, una idea o un conocimiento, puede ir reduciéndose si el acercamiento se realiza paulatinamente, partiendo (como recomiendan todos los autores) de conceptos concretos, cercanos y conocidos, para ir armando el andamio conceptual, que posibilitará, luego, la construcción de conocimiento más abstracto.
Lo anterior significa que estamos ante la necesidad de reformular todas las propuestas educativas, tanto las que se desarrollan en entornos físicos como virtuales. En vez de iniciar con fundamentos y teorías abstractas, hay que brindar la oportunidad de aprender desde la práctica, desde lo concreto, desde la experiencia (como han hecho personas científicas y teóricas desde siempre).
En vez de ir de la teoría a la práctica, hay que hacerlo a la inversa: de la práctica hacia la teoría; en vez de pensar para hacer, hay que hacer para pensar. O mucho mejor aún, la experimentación, el pensamiento y la reflexión deben ser parte de un mismo proceso recursivo en el que la interrelación entre la práctica y la teoría se da de manera permanente y de forma iterativa.
Así pues, la educación sin distancia es la educación del siglo XXI. La intención pedagógica, la mediación docente y el aprendizaje colaborativo son las condiciones necesarias para lograrlo. Las nuevas tecnologías de la información y la comunicación proveen oportunidades inéditas para avanzar hacia la educación sin distancia afectiva o cognitiva, que elimina también la lejanía geográfica y temporal.
La autora es catedrática de la Universidad de Costa Rica.