No se puede sino admirar a Elon Musk por el nihilismo sincero de su creencia en que los aranceles, las deportaciones y los recortes de gasto (que se ha ofrecido a supervisar) propuestos por Donald Trump hundirán los mercados financieros y causarán una “grave sobrerreacción inicial en la economía". De hecho, así será.
Musk imagina que es posible ahorrar miles de millones de dólares eliminando el despilfarro del Estado. Aunque todavía es parco en detalles, promete que "no habrá excepciones“. Sin embargo, en las décadas que han pasado desde la asunción de Ronald Reagan a la presidencia, al gobierno federal de los Estados Unidos lo han vaciado, y solo quedan dos lugares donde uno puede hallar un gran despilfarro.
Uno es el Pentágono. El otro es el pago de intereses sobre la deuda pública y las reservas bancarias. (Por deferencia a Musk, ignoraré el vasto flujo de préstamos, subsidios y exenciones impositivas para las corporaciones estadounidenses, incluidas sus propias empresas).
En lo referido al sector militar y al pago de intereses, hace mucho que se necesita una reducción de gasto. Estados Unidos debe enfrentar la realidad de que su red militar de la Guerra Fría, con casi 800 bases, once grupos aeronavales y el arsenal nuclear quedaron obsoletos frente a los misiles de alta precisión y los drones.
El gobierno estadounidense debe replantear la seguridad nacional desde cero y reconocer la llegada de un mundo multipolar en donde la mutualización de la seguridad es mejor que su total ausencia.
En cuanto al pago de intereses, para reducirlos, redúzcanse los tipos de interés. Solo entonces, usando los recursos liberados por reformas estratégicas, podrá Estados Unidos financiar las inversiones que se necesitan en las nuevas industrias, la mitigación del cambio climático, las ciudades, el transporte y el medioambiente.
La tragedia de la Ley de Reducción de la Inflación y de la Ley sobre Chips y Ciencia del gobierno de Joe Biden es que la Reserva Federal de los Estados Unidos (que valora ante todo la hegemonía global del dólar) les ha restado efectividad. Mal podían funcionar las políticas de Biden frente al obstáculo de contrapolíticas más poderosas.
El apoyo de Musk al cobro de aranceles altos puede deberse en parte a que seguirán protegiendo a Tesla de la competencia de los fabricantes chinos de vehículos eléctricos (que en China ya se venden por solo 15.000 dólares).
Con la importación de vehículos eléctricos ya arancelada, podrían agregarse aranceles a una amplia variedad de bienes, incluidos los semiconductores (y cualquier producto que los use). Aunque el objetivo sea alentar el surgimiento de industrias estadounidenses competitivas, el efecto probable será crear un mercado interno protegido para productos de segunda categoría. Y a los chinos tal vez no los afectará mucho, ya que pueden vender sus bienes al resto del mundo.
En cuanto a las deportaciones, lo mismo que Musk, yo vivo en Texas. No puede ignorar que el estado de Texas depende del trabajo de millones de migrantes (documentados o no) que están integrados en el tejido de nuestras comunidades y que, obligados a marcharse, serían irreemplazables.
La idea de una redada indiscriminada es tan bárbara como impracticable; es menos una política real que un gancho para votantes a quienes atrae la crueldad (vieja estrategia electoral en los Estados Unidos). No es casualidad que en el siglo XIX, el xenófobo “Partido Estadounidense” fuera el partido "de los que no saben nada“.
Supongamos que se aplican los recortes y los aranceles, junto con una refrescante mezcla de debacle en los mercados, quiebras masivas de empresas y bancos y desempleo.
Musk asegura que habrá una recuperación espontánea y rápida. En esto se parece a otro gran estadounidense, Andrew Mellon, secretario del Tesoro durante la presidencia de Herbert Hoover, a quien tras el derrumbe bursátil de 1929 le aconsejó: “Liquide usted la mano de obra, la bolsa, la agricultura, los bienes raíces. Se limpiará así la podredumbre del sistema. Disminuirán los altos costos de vida y la ostentación. La gente trabajará más duro y llevará una vida más moral. Habrá un ajuste de los valores, y gente emprendedora se hará cargo del desastre dejado atrás por otros menos competentes". (Hoover no hizo caso del consejo, pero la recuperación rápida comenzó cuando Franklin Roosevelt ganó la presidencia, desarmó el vínculo entre el dólar y el oro y lanzó el New Deal).
Es comprensible que alguna gente hoy pueda sentirse atraída por la letanía de purificación de Musk: destruirlo todo y reconstruir desde cero. Los estadounidenses saben que algo tiene que cambiar.
El problema es que el Partido Demócrata de hoy, aferrado a una visión del mundo formulada durante la presidencia de Bill Clinton en los años noventa, promete un cambio gradual que no puede hacer realidad, precisamente porque no está dispuesto a romper con los compromisos imperiales y con el sector financiero. Y si gana Trump, la incapacidad de los demócratas para resolver este dilema sería una de las razones principales.
Así pues, de un modo u otro es posible que se avecine una gran ruptura. Pero no hay indicios de que Musk y Trump vayan a ejecutar las reformas militares, diplomáticas y financieras que se necesitan para impulsar al país hacia una renovación.
En cambio, podría ocurrir que no cumplan las promesas de campaña y recurran a la antigua táctica reaccionaria de hacer recortes en la seguridad social, Medicare y Medicaid, y en otros baluartes que quedan del New Deal y de la política Great Society, por ejemplo la Comisión de Bolsa y Valores (e incluso organismos más antiguos como la Comisión Federal de Comercio).
En la práctica, esos recortes colapsarán la economía (y mucho más). Pero liberarán pocos recursos y la recuperación será esquiva. Los impulsores de esa política crearán un desierto y dirán que son los residuos del “despilfarro”.
En cuanto a Musk, vale la pena repetir lo que escribió Mark Twain sobre Cecil Rhodes, el imperialista por excelencia: “Confieso francamente que lo admiro; y cuando le llegue la hora, compraré un pedazo de la soga como recuerdo".
James K. Galbraith, catedrático de Relaciones entre el Gobierno y la Empresa y profesor de Gobierno en la Universidad de Texas en Austin, ex economista designado de la Comisión Bancaria de la Cámara de Representantes y ex director ejecutivo de la Comisión Económica Conjunta del Congreso, es coautor (con Jing Chen) de Entropy Economics: The Living Basis of Value and Production (que será publicado en el 2025 por University of Chicago Press).
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