FIRMAS PRESS.- Son muchos los frentes que ha abierto Donald Trump. Mientras el mundo asimila la imagen del presidente estadounidense con una tabla de aranceles y enzarzado en una guerra comercial que recuerda a las astracanadas de Nicolás Maduro en Venezuela, otro flanco de su gobierno hace aguas por todas partes: me refiero a Elon Musk, un fichaje estrella del trumpismo que se desinfla tan rápidamente como se devalúan sus autos Tesla.
El multimillonario empresario pasó de ser un demócrata a un fanático del movimiento MAGA liderado por el republicano. Durante la campaña electoral de 2024, Musk frecuentó Mar-a-Lago, la mansión que posee el presidente en el estado de la Florida. El flechazo fue instantáneo. Ambos son narcisistas, dominan el lenguaje de las transacciones y, como el personaje de animación Rico Mac Pato, en sus ojos aparece el signo de dólar. El magnate tecnológico donó millones de dólares a la campaña de Trump y este lo premió prometiéndole un goloso cargo. Entre los dos iban a “drenar la ciénaga” que para ellos representa la clase política de Washington.
Trump y sus asesores, con Musk destacando como el favorito de la corte, ocuparon la Casa Blanca con la intención de purgar cuanto antes las instituciones federales, como los talibanes cuando llegaron al poder en Afganistán y mandaron a destruir en los acantilados de Bamiyán las estatuas de Buda por considerarlas ídolos que contravienen el Corán. Parafraseando al autor austríaco Stefan Zweig, en su particular cruzada contra “el mundo de ayer”, el mandatario estadounidense le encargó a Musk presidir el nuevo Ministerio de Eficiencia Gubernamental (el temido DOGE), cuya función es el desmantelamiento del Estado. De un día a otro y sin planificación alguna, este ministro nombrado a dedo despidió alegremente a millones de funcionarios públicos. Lógicamente, los ceses, decretados al margen de lo que dicta la ley, han acabado en tribunales por lo que tienen de inconstitucionales.
Aunque el grueso del Partido Republicano ha optado por obedecer mansamente los designios de Trump, más de uno, sobre todo en el círculo de sus asesores, no ha ocultado sus reparos desde que Musk se coló en el Despacho Oval y secunda a su patrón con el relato catastrofista de que el trumpismo vino a salvar a Estados Unidos del apocalipsis y de unos aliados que “estafan” a los estadounidenses. De tan extraña quema solo se salva Rusia.
En este nuevo (des)orden mundial, Vladimir Putin se afila los colmillos, y en China, el régimen de Xi Jinping aguarda con paciencia oriental la debacle de la potencia norteamericana, en manos de un gobierno que, si no fuera por la grave deriva autocrática, parece una mala parodia de la famosa escena del camarote de los hermanos Marx.
De todos los disparates que cada día se cuecen en Washington, Musk sobresale por una proverbial ineptitud que ha hecho saltar las alarmas en las mismas tripas del trumpismo. Sin ir más lejos, la reciente elección de jueces a la Corte Suprema de Wisconsin puso de manifiesto que el empresario de origen sudafricano puede hacer más daño que bien. Musk se paseó por Wisconsin en apoyo a un juez favorable a Trump y sacó sus fajos de billetes para, literalmente, comprar votos, además de los millones que invirtió en dicha campaña.
Los analistas lo advirtieron: se trataría más de un referéndum sobre su persona que de una pugna entre los candidatos. Pues bien, ganó por 10 puntos de ventaja la jueza progresista que creyeron que podían eliminar a golpe de talonario. Ha sido un fracaso estrepitoso del hasta hace poco wonder boy de Trump.
Después del fiasco de Wisconsin, la confusión desatada por los desaciertos de DOGE y hasta los saludos nazis que Musk exhibe en cumbres ultraderechistas en compañía de la multinacional MAGA, el empresario se ha convertido en una figura más tóxica que el plutonio que Putin emplea contra sus enemigos.
Mientras Trump insiste en que lo quiere cerca como “consultor”, según la revista Político, el impulsor de Tesla y de SpaceX tiene los días contados en los predios de la Casa Blanca. Hay una coartada para su eventual retiro: desde que se incorporó al gabinete, las acciones de su imperio han bajado y las ventas de sus vehículos eléctricos se estrellan. Peor aún: hay muchos propietarios de Tesla que intentan venderlos porque no quieren que los asocien con la imagen de un individuo volátil y extremista. Ya la portavoz de la Casa Blanca ha dado a entender que al entrepreneur le urge retomar el timón de sus negocios antes de que se hundan.
O sea, el Tesla está out y, quizá, su fundador también lo estará muy pronto del gobierno. Es cuestión de tiempo antes de que tantos despropósitos salten por los aires. A Elon Musk le sobran cohetes para mudarse a Marte. Solo que allí no encontrará a quién comprar con sus millones. Son las desventajas de los planetas donde no hay vida.
@ginamontaner
Gina Montaner es periodista.
