John F. Kennedy, como presidente de los Estados Unidos, firmó la orden que proclamó el “embargo a todo comercio con Cuba” hace 61 años. La revolución de Fidel Castro “es bastante popular”, argumentó el subsecretario de Estado para Asuntos Interamericanos de Dwight Eisenhower, y, dado que no había una “real oposición” contra él, la única forma de socavar el apoyo era “a través del desencanto y la desafección basados en la insatisfacción económica y las dificultades”, agregó.
Este temprano memorando fue la justificación política del embargo estadounidense contra Cuba, con claros signos de caducidad en estos momentos.
Según un informe secreto de la CIA, de 1982, el embargo “no había cumplido” con sus objetivos y los costos políticos superaban los beneficios. Otro informe del director del proyecto de documentación de Cuba del Archivo de Seguridad Nacional de EE. UU. afirma que el embargo interminable se convirtió en un símbolo perdurable de hostilidad en la postura estadounidense hacia Cuba.
La prohibición del comercio no solo no sacó a Castro del poder, sino que, a pesar del derrumbe de la Unión Soviética en 1991 y Cuba dejar de ser una base estratégica, se desaprovechó la coyuntura para establecer una nueva relación con visión panamericana, generadora de un clima de diálogo regional.
Por el contrario, se impuso la tesis de mantener la hegemonía a toda costa a través de la sanción, que en realidad es un bloqueo sistemático al comercio y al intercambio financiero, incluidos terceros, ya sean empresas, países o funcionarios.
Esta acción unilateral de los Estados Unidos viola las normativas esenciales del ordenamiento mundial, como en reiteradas ocasiones, casi por unanimidad, se afirma en la Asamblea General de las Naciones Unidas.
Población golpeada
El expresidente colombiano Ernesto Samper lo expresó muy bien en un artículo de opinión recientemente publicado en El País de España: “La coacción, la intimidación y el chantaje para conseguir cambios políticos en Cuba o en Venezuela mediante la utilización de castigos unilaterales que golpean a la población son contraproducentes y equívocos, porque endurecen la posición de los gobiernos y restan legitimidad a las salidas dialogadas o inscritas en los mecanismos de participación democrática”.
Cuba, no obstante las limitaciones impuestas por las restricciones, posee el mejor sistema educativo de la región —inversión estratégica en esta época— y ocupa la sétima posición en el índice de desarrollo humano latinoamericano.
Desde luego, debe hacer profundos cambios en su sistema económico, como los realizados por China y Vietnam, para explotar su potencial empresarial y aprovechar el capital humano.
Los Estados Unidos, si en vez de amenazas que encrespan el ambiente regional, respetara el derecho internacional y promoviera el libre intercambio comercial, contribuiría a crear un nuevo clima. Al quitar el embargo, eliminará la amenaza externa que mantiene, por razones de defensa, tensas las relaciones internas de la Isla y favorecerá los ajustes progresivos económicos sociales y políticos.
Esto no debe verse como una generosa concesión unilateral hacia Cuba, sino como una acción realista frente a las circunstancias de un mundo multilateral, donde deben competir con China y otras potencias por el comercio y las alianzas estratégicas con América Latina.
Tiempos modernos
La doctrina Monroe del siglo XIX debe revisarse sustancialmente; la época de las repúblicas bananeras quedó en el pasado. Hoy, en un mundo multipolar, América Latina es consciente de su importancia geopolítica y geocomercial, y puede transformarse en aliada estratégica de los Estados Unidos, si se establecen nuevas relaciones de respeto, centradas en la cooperación y los intereses comunes.
Una nueva realidad, donde gracias a la educación de calidad con amplia cobertura y la capacitación técnica organizacional que reduzca la gran masa de excluidos y surjan progresivamente nuevos ciudadanos, dará sustento y vitalidad al sistema de pesos y contrapesos que definen la vida republicana y democrática.
Esto no dependerá solo de los Estados Unidos, pero su respeto y tolerancia a la autonomía contribuirá, en gran medida, a fortalecer las iniciativas específicas y regionales que luchan y promueven la inclusión participativa y la democracia. No es posible una democracia sólida con exclusiones en el acceso a las oportunidades de formación.
La lucha contra la intolerancia y la imposición es clave para impedir que se desarrollen y prosperen los narco-Estados en la región, para los cuales los sistemas excluyentes no tienen antídoto, ni los mismos Estados Unidos parecen tenerlo.
El autor es sociólogo.