La tolerancia es un objetivo ambicioso, entregar respeto a los otros, convivir pacíficamente. Pero no significa tolerarlo todo. El irrespeto, la falta de consideración, la indiferencia y el desdén son intolerables.
El respeto no se gana por real decreto. Nace cuando vemos a las personas y comunidades como algo valioso. La tolerancia se considera uno de los grandes logros de nuestro tiempo.
Respetar a quien es diferente o no piensa como nosotros es el aspecto positivo, pero no se puede confundir con renunciar a defender con firmeza y medios pacíficos lo que en sí mismo es justo, lo que para nosotros es un principio o una convicción. La tolerancia tiene límites. Este es quizás el problema de fondo.
Tolerar es un valor que se cotiza en una sociedad pluralista. No es una mercancía para negociar. Una razón poderosa de la tolerancia es su carácter público.
Existen mínimas exigencias en el orden social. Cuando no se respetan y se custodian, se pierde el sentido de autoridad. Tolerarlo todo nos conduce al caos.
El respeto es, ante todo, el valor que permite convivir con los demás y es extensivo al medioambiente. Es un valor que quizás está en crisis.
Todas las personas tienen derecho a ser respetadas y toleradas. “Siempre es más valioso tener el respeto que la admiración de las personas”, dice Rousseau.
Todos merecemos respeto. Si no lo recibimos, debemos imponerlo. No se vale proponer, debemos tomar acciones concretas. Las actitudes pasivas no prosperan.
Se debe actuar, no esperar que otros resuelvan todo. Las personas que se respetan de verdad entran en interacción, no se quedan al margen de los hechos.
Por ello, 150 vecinos de barrio Escalante denunciamos ante la Oficina de Patentes de la Municipalidad de San José que bares en nuestra comunidad se disfrazan de restaurantes para obtener permisos de funcionamiento.
¿Se otorgan patentes de restaurantes a centros que terminan operando como bares? Esta gran pregunta parece ser la constante en otras comunidades, por lo que he leído últimamente.
La contaminación sónica y consumo en exceso de bebidas alcohólicas es un hecho cotidiano. No hay días feriados. El desvelo de los vecinos es diario.
Es doloroso constatar que los adultos mayores que trabajaron toda su vida para sacar adelante a sus familias no pueden dormir, que niños y jóvenes estudiantes que se preparan para los exámenes no pueden concentrarse.
No queremos acostarnos a las seis de la tarde, como dicen. A esa hora llegamos cansados del trabajo para seguir una jornada que a veces no termina.
Queremos que vengan y hagan las mediciones sónicas a las horas pico, que constaten los altos decibeles. No es un asunto de “percepción”, como dicen.
Hay que confrontar lo que se dice con los hechos. Los residentes en barrio Escalante no podemos coexistir con el irrespeto e irregularidades que acabamos pagando con nuestros propios impuestos y nuestra propia salud.
Necesitamos que las autoridades vengan a poner orden, que se pongan de acuerdo entre ellas y trabajen coordinadamente. Que no se laven tanto las manos.
Aquí, cada vecino barre su acera. El orden empieza por casa. El respeto, también. No se puede lucrar a costa de la integridad de los demás.
¿Qué favor nos hacen diciendo que “éramos un barrio muy bonito y elegante donde se iba a cenar con servilleta de tela” y que ahora hemos “evolucionado”.
Quizá los que no usan los servicios públicos para hacer sus necesidades o no buscan intimidad para sus “encuentros” que acaban siendo públicos sean quienes no han evolucionado.
No evolucionan los que lucran a costa del irrespeto. Eso no es posible calificarlo de desarrollo. Barrio Escalante tiene sus fuertes raíces históricas, culturales y políticas. Tiene su identidad. No está en venta.
Universidades, centros educativos, empresas, instituciones y vecinos queremos seguir viviendo en armonía con los bares y restaurantes, pero sobre la base del respeto, pues se nos acabó la tolerancia.
La autora es administradora de negocios.