Por ahí, entre tanto meme, leí una frase que me pareció interesante: “Las guerras las inician los nacionalismos, no las migraciones”. Pero más me llamó la atención escuchar la crítica del papa Francisco a los “egoísmos nacionalistas” europeos, como responsables de la crisis migratoria en esa región.
Es una sentencia contundente y respaldada por los instrumentos internacionales humanitarios y sobre derechos humanos. La migración —que no es un problema, sino un fenómeno— es, por definición, un asunto internacional, por lo cual es inevitable que la comunidad internacional la trate de forma conjunta.
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Los instrumentos internacionales vinculantes, pero fantasmas en las fronteras europeas o en la frontera sur de Estados Unidos, detallan principios que deben regir para el manejo de grandes grupos migratorios que huyen del hambre, la persecución y la violencia, como hicieron, por ejemplo, millones de europeos durante la Segunda Guerra Mundial.
Pero existe un ambiente cada vez más hostil hacia el fenómeno migratorio, fomentado mayormente por nuevas iniciativas políticas de extrema derecha que construyen fuertes discursos segregadores y excluyentes, fundados en añejas y caducas afirmaciones sobre la migración, que aprovechan ventanas de oportunidad que las coyunturas políticas, sociales o económicas les abren, y retuercen la realidad o proponen las “verdades alternativas” —muy de moda en estos tiempos—, con el agravante de que exacerban los sentimientos nacionalistas que enfocan la mirada en los migrantes.
En Europa y Estados Unidos, de forma más clara, y en estos lados también, todavía de forma tímida pero ya presente, la migración se utiliza para el recurso político, como moneda discursiva de canje electoral y recurso retórico para mantenerse en el poder.
Algunos políticos convierten al migrante en chivo expiatorio, lo venden a la ciudadanía como el responsable de todos los males, azuzan a las personas contra estos y crean un clima de tensión que —no pocas veces— termina en actos de violencia y persecución.
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El paradigma de los derechos humanos recuerda la igualdad y dignidad inherentes a todas las personas, sin pensar en su nacionalidad o del lado de la frontera donde estén paradas.
Este paradigma, tal cual lo conocemos hoy, surgió de los horrores vividos durante la Segunda Guerra Mundial, como una promesa, y a la vez recordatorio, de que algo así no debía pasar nuevamente.
Es así como el ataque frontal de los políticos nacionalistas contra las personas migrantes es un ataque contra los derechos humanos de estos y de la colectividad, ya que todos somos migrantes de hecho o potenciales.
Es fundamental reconocer a los migrantes como personas en primer lugar y, luego, como víctimas de discursos extremistas que, lejos de explicar una realidad, inventan otra, y una familia que busca sustento y salvar la vida es de pronto criminal y perseguida por hordas nacionalistas incitadas por políticos, cuyo objetivo real es conservar el poder a costa del eslabón más delgado de la cadena.
josedaniel.rodriguez@ucr.ac.cr
El autor es politólogo y profesor en la Universidad de Costa Rica.