Los seres humanos desciframos el mundo por medio de patrones, no por datos aislados e inconexos. Nos gusta ligar varios puntos con otros y formar una figura, un patrón básico, al cual le damos sentido e identificamos fácilmente, una y otra vez. Debe ser un asunto de sobrevivencia, que hemos perfeccionado a través de la evolución.
En el ámbito tecnológico, las nuevas cámaras fotográficas están siendo programadas para reconocer imágenes predeterminadas, tal como puede hacerlo el complejo sistema ojo-cerebro de los humanos, en la identificación de patrones.
Esta nueva opción ayuda al usuario novato, o en condiciones de movimiento –él o su objetivo—a centrar su enfoque y a mejorar la captura fotográfica. El diseño de estos programas ha avanzado últimamente hasta ofrecer la posibilidad de identificar varias imágenes específicas, preprogramadas en la cámara.
Al detectarse, éstas son priorizadas en el cuadro y, automáticamente, se ajusta la composición lumínica en su favor. Como resultado, las imágenes escogidas, sobresalen del entorno. Otro avance reciente en el ámbito de los registros fotográficos, detecta, por ejemplo, las sonrisas y los ojos abiertos; estas dos condiciones juntas activan finalmente el obturador, para lograr la “foto perfecta”.
A lo largo de la historia de la civilización, las culturas han utilizado este mecanismo asociativo, de unir patrones, para fundamentar conocimiento y pasarlo de generación a generación.
Por su lado, las culturas han creado mitos para reforzar la identificación de patrones y ofrecer una explicación y un contexto a estas formas persistentes. Uno de ellos sirve precisamente al observador, desde la Tierra, para ubicar visualmente, el sitio de alunizaje del Apollo 11, el 20 de julio de 1969.
Un conejo en la luna.- Sucede que dos grandes culturas, en dos posiciones diametralmente distintas en el globo terráqueo y en diferentes períodos temporales, vieron la figura de un conejo formado por las grandes regiones oscuras en la superficie lunar y tejieron mitos para fundamentarlo.
Es difícil llegar a la raíz de estas creencias y ubicar su origen, por lo que diré que se provienen de la tradición mesoamericana y la euroasiática.
“El conejo que saltó a la Luna”, se va desvelando a partir de la Luna Nueva, con el primer cachito de Creciente. Primero van saliendo las orejas (el Mar de la Fecundidad y Mar del Néctar), hasta completar la cabeza (el Mar de la Tranquilidad) y el toráx (el Mar de la Serenidad) en Cuarto Creciente.
El conejo completo, extendido sobre la Luna es evidente en la Llena. Luego se reduce la cantidad de luz sobre la Luna y se ilumina sólo la parte posterior del conejo hasta llegar de nuevo a Luna Nueva, cuando el ciclo reinicia.
La cabeza del conejo tiene una forma de corazón, y si nos imaginamos la posición del ojo izquierdo de este conejo, podríamos establecer, con buena aproximación, el sitio de alunizaje del Apolo 11 .
El Mar de la Tranquilidad se clasificó como un sitio “amplio y liso”, apropiado para las maniobras de alunizaje y actividades externas, de la primera nave tripulada, basado en las caracterizaciones hechas por las sondas robóticas Ranger 8 y Surveyor 5 , así como el mapeo realizado por el Lunar Orbiter , en años previos.
Desde la Tierra, a simple vista, esta dinámica que usa la tradición técnicamente recogida por la ciencia fotográfica moderna, puede ayudarnos a ubicar este histórico evento, mientras seguimos aprendiendo a observar la Luna, el objeto más grande en el cielo nocturno y también observable durante el día.